jueves, 23 de enero de 2025

POR QUÉ NO SEGUÍ EL DEBATE

 

 
Sabía que tarde o temprano me enteraría de sus incidencias. ¿Cómo no hacerlo? Pero más allá de eso, no seguí el debate, salvo escenitas, porque también sabía que, como diría un antiguo programa de la televisión pagada, era “Un show más” y no mucho más que eso.

Comencemos por el número de binomios participantes: 16. Una estupidez. Tanto así que hubo que hacer dos grupos para que debatieran. ¿Es que no se puede regular la cantidad de personas que opten por presidir un país tan pequeño como el nuestro? ¿Cómo se ha llegado a esto? Pero más allá de eso, es obvio que hay una intencionalidad perversa detrás de ese gentío, porque no es que son dieciséis en la contienda, sino quince binomios contra uno. Una papeleta llena de chimbadores, conscientes de su papel, que lo único que vienen a hacer es a dividir los votos para restárselos a quien el sistema, desde el Imperio hasta el último pobre que es pobre porque quiere serlo, han decidido que no puede regresar al poder porque nos gusta vivir de barriga contra el suelo.

Luego vino el famoso ‘sorteo’ de los grupos participantes. Una prueba más de que el poder en la sombra y los funcionarios a su servicio piensan que si hay un país de imbéciles ese es el Ecuador. Dos grupos hechos a la medida del candidato presidente, a quien no se puede ni se debe tocar ni con el pétalo de una rosa ni con la espina de un cactus. Que no le pregunten nada que se le haga difícil. Que no le vayan a cuestionar. Que no digan nada que ponga en evidencia su espantosa gestión que ha convertido, en solo un año, este paisito en un infierno mil veces peor del que cimentó Moreno. En cambio, a su principal contrincante, que, paradójicamente, podría, si no solucionar por lo menos poner un freno a la caída en picada, que le hagan trizas, porque para eso estamos, ¿verdad?

El formato fue otra burla a los debatientes y su público: tiempo excesivamente corto para todos, porque sabido es que el candidato presidente no puede articular un discurso coherente de más de medio minuto. Y aún así le sobra tiempo. Entonces todos se veían obligados a ir al meollo de asunto, pero a la velocidad de spot de planes de celular, hablando como un disco de vinilo de 33 rpm puesto a rodar en 78 rpm (la generación del siglo pasado me entiende).

Obvio también es que la mayoría de participantes iban allí con un solo objetivo, dependiendo del grupo que le tocara. En el primer grupo, el objetivo era no evidenciar por nada de este mundo el cúmulo de falencias éticas, humanas y cognitivas del candidato presidente. En el segundo grupo, el objetivo era atacar de todas las formas posibles a la candidata de la principal fuerza opositora. Obvia y afortunadamente hubo quienes, por desobediencia, rebeldía, creatividad o pura distracción decidieron salirse del libreto, aunque tal vez eso no fue muy bien visto por los organizadores del evento ni por sus inmediatos superiores.

Estamos en un tiempo y un espacio en donde la artería más burda ha copado tanto la vida política que ya ni siquiera disimulan o guardan las formas. Desde una función electoral cuya presidenta, elegida a dedo de entre un grupo de odiadores impertérritos y premiada con un cargo consular en Queens para su hermano y quién sabe qué otras prebendas que tal vez no se hagan públicas, perdona cualquier irregularidad cometida por el candidato presidente, pasando por una Corte Constitucional que se hace de la vista gorda ante las más burdas inconstitucionalidades cometidas por el niño rico de Carondelet y llegando a un poder mediático que con la mayor desfachatez confiesa que de lo único que se trata es de impedir que ‘ellos’ regresen al poder, aunque ello signifique que el narco y los poderes fácticos más perversos del planeta se lleven el paisito por delante, y sobrepasando a un pueblo atemorizado por los ataques que vienen de todos lados, y apático por la desinformación plagada de falacias y medias verdades una elección consciente y adecuada al país y no a sus mal llamadas élites se hace muy complicada, como ha quedado comprobado en los dos últimos procesos electorales.

Durante los últimos siete años y medio, y más en este tiempo, se recuerda la frase aquella atribuida a la santa, en donde afirmaba que no desapareceríamos como país por desastres naturales ni guerras, sino por los malos gobiernos, por aquellos grupos de conducta amoral y egocéntrica que solamente quieren estar en el gobierno para satisfacer los mandatos de su codicia y de su conveniencia y dejarlo todo, al decir de un famoso dictador español, “atado y bien atado” para que el pueblo no ose jamás volver a atreverse a sospechar que merece algo bueno.

Y en ese contexto, entre esbirros corruptibles bien pagados para no dejar suelto un solo detalle, el supuesto debate no es más que otra artimaña deleznable y espuria de la que, sin embargo, a fuerza de entereza e inteligencia, de repente pueden brillar un par de perlas… si es que les dejan, y ojalá que la gente común que solo quiere vivir en paz se dé cuenta antes de que sea tarde. Porque mientras el juego político en el Ecuador se reduzca a impedir de todas las formas posibles que “alguien” regrese, será muy difícil que salgamos de este hoyo sin fondo.


lunes, 6 de enero de 2025

SIN PALABRAS

 


El lugar más peligroso para vivir los negros es la imaginación de los blancos.

D. H. Hughley

Para escribir algo sobre los cuatro niños de Las Malvinas quisiera tener la violencia de un terremoto que derrumbe los cimientos del mundo que los condenó en el momento mismo en que nacieron en un determinado sitio, con un color de piel, en un país y una ciudad que solamente saben del prejuicio y de la superficialidad, en donde a pocos les importa que hayan sido buenos hijos, cariñosos, deportistas, cantores y bailarines, como todo niño, como el pequeño Steven cuya voz tal vez aún sonaba como el trino de un pajarillo sin saber del embate brutal que iba a quemar sus alas, su garganta y su rostro antes de que pudiera insertarse en el vuelo de la vida.

Para escribir algo sobre los cuatro niños de Las Malvinas quisiera tener el embate destructor de las aguas en torrente, arrasándolo todo a su paso, irrefrenables, incontrolables, la fuerza de las lágrimas de sus madres y padres, abuelas, hermanas, hermanos, tíos, primos, amistades y vecinos multiplicada por miles y millones, y así ahogar las voces que revictimizan, que se agarran del prejuicio para decir lo que todo el mundo sabe que es mentira, para sepultarlas en el fondo del abismo, así como la voz del joven Nehemías, que siempre estaba cantando y amaba hacerlo, quedó sepultada por una torpe maldad sin nombre ni sentido en el fondo del precipicio de la aberración inhumana.

Para escribir algo sobre los cuatro niños de las Malvinas quisiera tener la intención cataclísmica de un asteroide enloquecido que borrara de un solo trazo la cola de la mentira, la inconsciente inercia de la estupidez que no mira más allá de las narices de quienes la cometen y de quienes ordenan cometerla, la ciega brutalidad del cuerpo celeste que solamente sigue su paso sin que le importe a qué o a quién se lleva por delante, así como dieciséis hombres armados se llevaron por delante la luminosa carrera de futbolistas de Saúl e Ismael, que siempre se recordarán como adolescentes buenos y amorosos, más allá de lo que graznen los que solamente blanden la falsedad en su defensa.

Para escribir algo sobre los cuatro niños de Las Malvinas, o sobre Javier Vega, Aidita Ati, María Belén Bernal o los otros desaparecidos y desaparecidas, y ejecutados y ejecutadas extrajudicialmente de este y otros gobiernos y sobre sus familias rotas, sangrantes y abatidas por la crueldad inhumana de un país en guerra contra sí mismo, quisiera tener la ternura de la brisa que calma el agobio, la suavidad de la caricia que tenuemente cubre el hematoma, la tersura del beso que apenas hace saber que ahí se está, aunque sea para nada, apenas para estar, como tantos y tantas otras y otros desconcertados y consternados seres atenazados por la impotencia y la desesperación de mirar como todo se desmorona en nuestro entorno, aplastando a los más pobres y desvalidos, para empezar.

Pero, aunque he escrito algo, quizá pírrico e inútil, como cualquier palabra pronunciada en estos momentos tristes y sombríos, sé que no soy terremoto, vendaval ni asteroide desbocado. Apenas cuento con una brutal ternura que solo empuja lágrimas mientras miro mis manos inútiles en el teclado y me pregunto, como muchos, si esto acabará de acabarse en algún momento, y si es que lo veremos, y qué haremos entonces con los restos de lo que un día fuimos y luego nos negamos empecinadamente a volver a ser.