martes, 14 de enero de 2014

NADIE ES INOCENTE

No se pueden juzgar las intenciones más profundas de las personas al realizar cualquier tipo de acción. Para hacerlo con integridad y un mínimo margen de error habría que estar en su lugar, o como dice el proverbio de alguna etnia norteamericana "llevar sus mocasines durante un mes". También es muy cierto que cada persona tiene un buen motivo para hacer las cosas que hace, por horribles que estas puedan parecernos. Y este buen motivo casi nunca se encuentra fuera de la persona, sino dentro, relacionado con sus filiaciones, con sus traumas, con sus viejas lealtades familiares, casi siempre inconscientes. 
Ahora que en el Ecuador se libra una solapada guerra entre los medios de comunicación privados y los poderes a quienes ellos representan, y el régimen de turno, salen a relucir interesantes aristas del comportamiento humano y sus motivaciones. Motivos de estudio. Elementos de indagación y reflexión. 
La última es una caricatura de un afamado caricaturista en donde se señala, no sin malicia, algunos aspectos de un conocido allanamiento producido en días pasados. La caricatura en sí misma habla sola, pues en su dibujo se muestra agresión, prepotencia y también robo (los policías, en la última viñeta salen llevando elementos de una computadora, es cierto, pero también un horno microondas y tal vez algún otro electrodoméstico). Pero, por si el dibujo no fuera suficientemente elocuente, la leyenda ya no es poética o connotativa, sino muy explícita y denotativa, cuando afirma: "Policía y Fiscalía allanan domicilio de Fernando Villavicencio y se llevan documentación de denuncias de corrupción" (textual).
Estamos en guerra, lo dije, y en esta guerra, como en cualquier otra, todo se vale. Sin embargo, tras la reacción de Correa ante el dibujo y la leyenda, se alzan voces que defienden el 'humor', que amparan su ataque al gobierno en el prestigio y la fama del caricaturista, que se quejan amargamente de que ya no es posible la sátira que es la única arma que nos quedaba contra la tiranía...
Porque si bien la sátira y el humor pueden ser una buena arma para combatir muchas cosas, también es muy cierto que rara vez se esconde detrás de ellos una actitud transparente, sana o totalmente inocente. Lo que busca el humor que se sirve de la ironía y el sarcasmo es golpear, lastimar, herir y a través de esto azuzar, provocar. La misma palabra, sarcasmo, tiene su origen remoto en el latín, de allí en el griego, y está relacionada con las ideas originales que hablan de morder o de rasgar la carne. 
A partir de allí, el debate ya no es una confrontación de ideas, sino un juego de provocaciones. No se valora la inteligencia si no sirve para lastimar. Se aplaude la insolencia, el descomedimiento, la capacidad para insultar y ofender. 
Por otro lado, mucho se defiende la inteligencia que está detrás del humor. Nadie lo niega. Una persona sin unas básicas destrezas intelectuales no puede ni emitir ni comprender frases humorísticas u otros productos similares. Una persona poco o nada inteligente difícilmente usa con acierto la ironía y el sarcasmo. Pero sabemos también que la inteligencia no lo es todo. Y que mucho depende del uso que se le da a las cualidades para que estas sean válidas y realmente útiles. Enormes inteligencias casi sobrehumanas, como la de Hitler o la de Openheimer, estuvieron a un tris de terminar con la vida humana en el planeta tal como se la conoce hasta el día de hoy. La inteligencia per se, desprovista de integridad y puesta al servicio del mal o de la agresión no sería tanto una cualidad cuanto un arma letal.
Otro aspecto bastante triste de esta situación, sin embargo, es la tendencia del mandatario a caer redondo en el juego de las provocaciones. Podemos recordar, con algo de vergüenza ajena por ambas partes, su lamentable actuación en el famoso impasse con Jaime Guevara, que tampoco es la Paloma Blanca que representa al Espíritu Santo, dicho sea de paso. Si al ver la seña descomedida del cantautor la caravana presidencial hubiera pasado de largo, sin parar mientes en el pírrico agresor, habría conseguido mucho más que armando el escándalo que se armó de la nada y que en últimas no llegó a ninguna parte. Rafael Correa habría obrado realmente según la Majestad del Cargo que ostenta, y Guevara habría visto frustrado su provocador gesto que, por otro lado, terminó llevándolo a una fama y un despliegue mediático que sus excelentes canciones contestatarias jamás consiguieron por sí solas.
No se puede decir, sin embargo, que la caricatura de la discordia constituya algo similar. Tal vez sí merecía una explicación. Lo que no merecía es, nuevamente, terminar victimizando al hechor hasta convertirlo en el héroe de la oposición no tanto por su talento o inteligencia (que no hay duda que los tiene) cuanto por el proverbial y cuestionable mérito de estar en contra del gobierno de Rafael Correa.

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