viernes, 21 de marzo de 2025

¿CONTRA QUIÉN MISMO ES LA 'GUERRA INTERNA'?

En las pasadas fiestas de Carnaval, un par de hermanos adolescentes, de la zona de Putumayo, tomaron la moto de un amigo para dar una vuelta por el pueblo. Según su madre, era una fiesta de la localidad, llena de alegría y sobre todo de confianza mutua entre los participantes, una celebración normal y corriente del lugar, pero dejó de serlo en cuanto un piquete de militares encontró a los jóvenes paseando en moto. Los chicos se asustaron y se alejaron, los militares hicieron lo que han acostumbrado a hacer ahora último cada vez que la vida les pone delante a gente menor de veinte años que no está haciendo nada malo: disparar.

Sí, como se lee: disparar. Dos tiros a cada chico. Cuando cayeron gravemente heridos no permitieron que sus amigos ni la gente los socorriera, y ellos tampoco lo hicieron. Los dejaron durante más de una hora en el suelo, según cuentan testigos del hecho. En el momento, uno de ellos ha fallecido y el otro se encuentra en estado crítico. La familia, destruida de dolor. El pueblo entero, aterrorizado y sorprendido. Todos insistiendo, como si fuera necesario, en que los niños no hacían nada malo, que no eran delincuentes, que el pueblo entero los conocía como buenos hijos, deportistas, chicos sanos y felices.

Ya en diciembre del año pasado tres familias del sector de Las Malvinas, en Guayaquil, vivieron el horror de la desaparición y el posterior hallazgo de los cuerpos calcinados de sus hijos: cuatro niños menores de dieciséis años, el menor de ellos de tan solo once, que también, al decir de sus padres, amaban la música, el deporte, la amistad, la vida de familia… en fin, porque una de las cosas más tristes de esta situación es que las familias deban ir por ahí explicando que sus niños no hacían nada malo, que estaban realizando las actividades normales de la vida de un adolescente de su edad y condición en sus barrios o sus pueblos.

Unos meses atrás, también en Guayaquil, un par de jóvenes, primos entre sí, habían ido a vender un cachorrito de raza para apoyar económicamente a su familia, acuciada por extorsionadores. Tras un incidente entre vehículos, los miembros de las fuerzas del orden también dispararon a los jóvenes. El dueño del cachorrito e hijo de la familia afectada falleció al poco rato. ¿Era un delincuente? Para nada. Quienes lo conocieron lo describen como un joven alegre, solidario, miembro activo de una iglesia evangélica.

Estos no son los únicos casos en que jóvenes y niños resultan atacados e incluso asesinados por miembros del ejército o las fuerzas del orden en general. Se han dado muchos más, con el denominador común de que los uniformados atacan con armas de fuego a chicos jóvenes, menores de edad, cuya única transgresión es no ser blancos y rubios ni pertenecer a las clases y familias pudientes de la ciudad en la cual residían. Con frecuencia, en los informes y partes inmediatos a los hechos, se esbozan calificativos o descripciones que pretenden criminalizar a las víctimas, pero los testimonios de gente allegada o conocida afirman todo lo contrario.

Esto ocurre en el contexto del llamado “conflicto armado interno”, o si se abrevia, “guerra interna”, por el Presidente de la República, que según él se da entre los grupos delincuenciales organizados y las fuerzas del orden del país. Sin embargo, hasta la fecha, y mientras caen presos o abatidos muy pocos malhechores, lo que se ha visto es que en el país se dan, a vista y paciencia de todo el mundo, cientos de muertes violentas por sicariatos, ajustes de cuentas y un vasto etcétera que incluye actos de delincuencia común como asaltos y robos; pero las víctimas de los ataques de la fuerza pública provienen más bien de estratos sociales populares, y son niños y jóvenes con historiales limpios, aunque sus asesinos pretendan luego ensuciar su buen nombre y el de sus familias con crueldad y artería, y con el único fin de justificar lo injustificable.

Para colmo, el presidente de cartón ha anunciado ya el indulto automático para policías y militares que asesinen a ‘delincuentes’ en actos de defensa o represión del crimen, dice él, pero lo que se viene dando son ataques a jóvenes inocentes que tuvieron la mala suerte de encontrarse con uniformados en el lugar y el momento inadecuados.

Entonces, ¿contra quién es la tan sonada ‘guerra interna’? ¿Contra los GDO o contra los pobres? ¿Contra los delincuentes o contra los jóvenes de los barrios y los pueblos? ¿Habrá que advertir a nuestros niños y muchachos que, si ven un policía o militar en las inmediaciones, se oculten, que no corran, que traten de pasar desapercibidos, y que finalmente se encierren en sus casas y dejen de salir, como en otro tiempo, a conversar, jugar o hacer música y deporte por las noches en las canchas de sus barrios, a participar de las fiestas y la vida cotidiana de las comunidades porque la muerte puede agazaparse en cualquier esquina? ¿Será de explicarles que, incomprensiblemente, la guerra interna es contra ellos y no contra nadie más?

El poeta español Miguel Hernández escribió hace ya casi noventa años unos versos que describen el horror de la Guerra Civil Española, mejor dicho, de cualquier guerra, y que tristemente podrían aplicarse a esta extraña ‘guerra interna’ en la que no se entiende por qué se ataca la vida humana en sus más bellas formas y se permite que los verdaderos enemigos continúen campantes por nuestros pueblos y calles:

La vejez en los pueblos.
El corazón sin dueño.
El amor sin objeto.
La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?

En el ataúd.

(…)

El odio sin remedio.

¿Y la juventud?

En el ataúd

Y así es como estamos en estos tristes y desconcertantes tiempos.

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