Nadie es perfecto. Ni siquiera Jaime Guevara. Ni siquiera Rafael Correa.
No
se puede negar, por otro lado, que la irreverencia de Jaime Guevara
puede llevarlo a acciones, gestos o palabras que sobrepasan el límite de
lo aceptable. Y no se puede negar que Rafael Correa, al calificar a
Jaime Guevara como una persona adicta a sustancias, habló desde un
prejuicio basado en estereotipos antes que desde la ponderación real de
los hechos, desconociendo además que, para quienes la padecen y para sus
familiares, la adicción es una enfermedad antes que un estigma que deba
ser tratado desde un moralismo trasnochado.
Tampoco se puede
negar el aporte de Jaime Guevara a la canción de autor y a la cultura en
general en el Ecuador. Y quien niegue todos los aportes positivos de
Rafael Correa a la vida cotidiana y al crecimiento de este país es
porque es el típico ciego que no quiere ver (o sea, el peor, según reza
un conocido refrán).
Por eso resulta triste ver cómo, a partir de
un incidente en donde ninguna de las partes tuvo una actuación ciento
por ciento madura y ponderada, los ánimos se polarizan y la gente toma
partido de una manera muy similar a quienes participaron en este suceso:
desde las vísceras. Los partidarios de Guevara, con epítetos groseros y
ácidos sarcasmos acusan a Correa de grosero y deslenguado. Los
partidarios de Correa, partiendo de estereotipos infundados y una
moralina más bien barata, acusan a Guevara de inmaduro y salido de
madre.
Se ignoran, como siempre, los contextos y sobre todo los
aportes de los dos personajes a lo que este país requiere y necesita. A
la procacidad se une la ingenuidad: acabemos con Guevara porque no
importa que sea un cantautor contestatario y prolífico y su aporte a la
cultura popular nos vale un soberano rábano. Acabemos con Correa porque
todo lo que ha ganado este país es una migaja frente a un malhadado
comentario no del todo verídico, hecho, para peor, en uno de sus enlaces
semanales.
Los medios privados, que jamás estuvieron presentes
para difundir la música de Jaime como se merecía o para promocionar sus
producciones, ahora, como les conviene, le conceden un espacio inusual
(si lo hubieran hecho igual cada vez que salía un nuevo álbum, Jaime
Guevara sería uno de los cantautores más conocidos de Latinoamérica, y
posiblemente de todo el mundo), y por supuesto, reproducen cada insulto o
acusación a Correa relacionada con estos acontecimientos, como ya es
costumbre.
Voces estentóreas apoyan la poco ponderada actitud del
mandatario, que según mi humilde criterio habría hecho mejor en ignorar
el gesto desaprensivo del cantautor y así dejar las cosas en el punto
adecuado. Otras voces estentóreas piden la cabeza de Correa por haber
agredido al cantor popular sin que nadie se acuerde de cómo era este
país hace tan solo diez años. Los medios privados, corifeos de la
oposición, aprovechan para pescar a río revuelto y así contribuir, no
sin mala intención, al zafarrancho. Y es ahí donde cabe preguntarse: ¿a
quién le importa realmente el destino del país?
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