jueves, 5 de septiembre de 2013

LO QUE CREO...

Nadie es perfecto. Ni siquiera Jaime Guevara. Ni siquiera Rafael Correa.
No se puede negar, por otro lado, que la irreverencia de Jaime Guevara puede llevarlo a acciones, gestos o palabras que sobrepasan el límite de lo aceptable. Y no se puede negar que Rafael Correa, al calificar a Jaime Guevara como una persona adicta a sustancias, habló desde un prejuicio basado en estereotipos antes que desde la ponderación real de los hechos, desconociendo además que, para quienes la padecen y para sus familiares, la adicción es una enfermedad antes que un estigma que deba ser tratado desde un moralismo trasnochado.
Tampoco se puede negar el aporte de Jaime Guevara a la canción de autor y a la cultura en general en el Ecuador. Y quien niegue todos los aportes positivos de Rafael Correa a la vida cotidiana y al crecimiento de este país es porque es el típico ciego que no quiere ver (o sea, el peor, según reza un conocido refrán).
Por eso resulta triste ver cómo, a partir de un incidente en donde ninguna de las partes tuvo una actuación ciento por ciento madura y ponderada, los ánimos se polarizan y la gente toma partido de una manera muy similar a quienes participaron en este suceso: desde las vísceras. Los partidarios de Guevara, con epítetos groseros y ácidos sarcasmos acusan a Correa de grosero y deslenguado. Los partidarios de Correa, partiendo de estereotipos infundados y una moralina más bien barata, acusan a Guevara de inmaduro y salido de madre.
Se ignoran, como siempre, los contextos y sobre todo los aportes de los dos personajes a lo que este país requiere y necesita. A la procacidad se une la ingenuidad: acabemos con Guevara porque no importa que sea un cantautor contestatario y prolífico y su aporte a la cultura popular nos vale un soberano rábano. Acabemos con Correa porque todo lo que ha ganado este país es una migaja frente a un malhadado comentario no del todo verídico, hecho, para peor, en uno de sus enlaces semanales.
Los medios privados, que jamás estuvieron presentes para difundir la música de Jaime como se merecía o para promocionar sus producciones, ahora, como les conviene, le conceden un espacio inusual (si lo hubieran hecho igual cada vez que salía un nuevo álbum, Jaime Guevara sería uno de los cantautores más conocidos de Latinoamérica, y posiblemente de todo el mundo), y por supuesto, reproducen cada insulto o acusación a Correa relacionada con estos acontecimientos, como ya es costumbre.
Voces estentóreas apoyan la poco ponderada actitud del mandatario, que según mi humilde criterio habría hecho mejor en ignorar el  gesto desaprensivo del cantautor y así dejar las cosas en el punto adecuado. Otras voces estentóreas piden la cabeza de Correa por haber agredido al cantor popular sin que nadie se acuerde de cómo era este país hace tan solo diez años. Los medios privados, corifeos de la oposición, aprovechan para pescar a río revuelto y así contribuir, no sin mala intención, al zafarrancho. Y es ahí donde cabe preguntarse:  ¿a quién le importa realmente el destino del país? 

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