Hoy por hoy, nuestro país está pendiente de algunas
víctimas, a saber: un asambleísta negro, ex futbolista (y su familia, dice); un
caricaturista; un payaso profesional; una página de Internet que se llama Crudo
de nombre y Ecuador de apellido, y un Presidente de la República.
Da lástima pensar que la disputa política en nuestro país se
haya reducido a una pelea de preescolares. Es el típico juego de “él me dijo
que…”, en donde el otro contesta: “es que él me dijo que…”, y el otro no le
deja terminar la frase al insistir: “pero él empezó”… O sea, parecería un
conflicto entre gente que no ajusta el primer lustro de vida y todavía no puede
pronunciar bien los fonemas vibrantes.
Ninguno de los implicados tiene la madurez suficiente como
para mantener su dignidad frente a las impredecibles manifestaciones de la
naturaleza humana. Las tintas se cargan sobre Rafael Correa (¡qué raro!), el
gran culpable de cualquier cosa que haya sucedido de manera real o imaginaria
durante los últimos ocho años: pero no es el único.
Y todos son víctimas, menos tal vez Tico-Tico, que es el que
mejor ha mantenido el tipo en estos desaguisados, quizá porque recién entra a
escena. Si nos ponemos a ver, es el que con mayor dignidad, entereza, madurez y
discreción se ha comportado.
Empecemos por el niño que raya la pared y que lo hace todo
con unas intenciones que se quedan cortas ante los mejores deseos de un ángel
de la guarda para sus protegidos. Recibe un castigo frente al cual seguramente
alguna reprimenda de su infancia habrá sido novecientas veces peor; pero es
víctima, porque no le dejan expresarse. Y entonces, como buena víctima, aparece
en las primeras planas de los medios privados blandiendo un lápiz del tamaño de
un poste de luz con el que regala autógrafos a sus admiradores, y es uno más de
los “pobrecitos perseguidos” de este régimen, que generalmente, en estos casos,
persigue y hasta alcanza, pero suelta en un segundo a quien atrapa. Y entonces
el perseguido lloriquea porque no le
permiten insultar ni difamar como lo mandan las sagradas e inamovibles leyes de
la libertad de expresión.
Pero su agredido principal no se queda atrás. Al más puro
estilo de la oposición que tanto agrede al Gobierno cuyo movimiento representa
en la Asamblea, se va especializando ya en esa figura retórica altamente
efectiva llamada la “tormenta en el vaso de agua”. Su familia está destrozada
porque se han burlado de él. Y él, padre de familia, en lugar de enseñarles a sus hijas la altivez y la entereza que
todos necesitamos para superar algunos ineludibles tragos amargos de la
existencia, les acolita en la más dolorosa victimización. Porque si al uno le
han obligado a disculparse (snif, snif), los otros ya llevan varios meses sin
poder superar el efecto de una simple caricatura. Hay que rogar al Dios del
cielo que ni de broma les ocurra nada un poquito más complicado. Los destruirá.
También está ese personaje virtual llamado Crudo Ecuador. En
una entrevista en la versión digital de algún periódico dice que desde que Correa lo mencionó en
un enlace ciudadano no puede dormir. Que tiene miedo de salir a la calle, dice.
Aquí, la primera pregunta que surge es ¿por quéf? Si ni siquiera sabemos quién
es, qué cara tiene, a qué huele… Solo
sabemos que hace memes burlándose de políticos y que presupone que en una funda
que Rafael Correa llevaba en un centro comercial de Ámsterdam había algo
carísimo. No se entiende el miedo, si está visto que aquí las sentencias de
este tipo no se cumplen porque de repente les da un ataque de magnanimidad y
perdonan hasta lo más imperdonable, y que cuando alguien le hace a otro algo
tan horrible como traumar de por vida a su familia con una caricatura (?), a lo
más grave que se le condena es a disculparse en público.
Y entre las víctimas, para cerrar con broche de oro, está
Rafael Correa. Damnificado de cuanta sandez se pronuncia como crítica no solo
de su gestión, sino incluso de su vida personal. Rebajándose a pelear con
quienes lo saben y se gozan con ello. Respondiendo a todo aquello que debería,
dignamente, ignorar, para así quitarle el protagonismo que él mismo le
proporciona al hacerle tanto caso. Desconociendo él mismo que bastaría con la
mitad de su obra pública (por mencionar una sola cosa) para que la historia lo
recuerde por los siglos de los siglos. Y olvidando, en medio de su ofuscación, que el
más grande comediante de los tiempos modernos… fue un inglés.
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