Una de las más comunes ideas o teorías respecto de la drogadicción es la de
la prevención. Diríamos Prevención, así, con p mayúscula. Sabemos,
como dice algún refrán, que una persona prevenida vale por dos, y que
más vale prevenir que lamentar. Sin embargo, de lo que se puede
observar, quizá la Prevención en lo que se refiere al uso de drogas no
esté demasiado clara.
Por
ejemplo, para prevenir el uso de drogas en nuestro hogar se nos
aconseja el más descarado espionaje: observa a tus hijos. Observa con
quién se llevan. Observa cómo tienen su habitación. Observa la música
que escuchan. Observa su lenguaje, su aspecto, su olor. Cuando no estén
presentes, hurga, revisa sus mochilas, ausculta el interior de sus
libros, los bolsillos de su ropa. Ponte pilas. Si andan con los ojos
rojos no ha de ser porque han llorado o se han trasnochado.
La
pregunta clave es: ¿se puede vivir así? Digo, entrando en una
definición de vida acorde con lo que se ha dado en llamar “sumac
causay”. Al promover este tipo de actitud, lo único que se está
haciendo es favorecer algo que, en últimas, es tan pernicioso como la
misma adicción: Codependencia, y si la pongo en mayúsculas es porque
la Codependencia no es otra cosa que la adicción a cualquier persona,
en este caso al adicto: la adicción a pretender que se puede controlar
su vida, a la ilusión de que es posible impedir que consuma
sustancias, y en últimas una adicción tan insidiosa, incurable y mortal
como puede ser la adicción a la base de cocaína o a la heroína.
Otra
sugerencia para prevenir el uso de drogas es la información. Tal vez
esto sí resulta más lógico: informar a nuestros jóvenes acerca de los
peligros y los daños que las sustancias producen en el organismo
humano. Esto me lleva a recordar con ternura mis años colegiales,
cuando un poco de monjitas bien intencionadas (no lo dudo) decidieron
que una forma de evitar que usáramos y abusáramos de nuestra sexualidad
era informarnos. Todavía recuerdo esa lámina tamaño mapamundi del
corte longitudinal de un pene gigante con el que pretendían darnos una
educación sexual apropiada.
Por
otro lado, y poniéndonos la mano en el corazón: ¿previene algo la
información? Porque existe otra información de primera mano que también
es cierta y real: la información acerca de la maravilla que es
consumir cierto tipo de sustancias. ¿Qué importa que se te dañe el
cerebro de por vida si has conocido el paraíso aunque sea por un par de
segundos? En un mundo, en una cultura inmediatista y hedonista como la
nuestra, ¿qué aporta la información a la prevención en el uso de
drogas? ¿realmente a una persona adicta le importa lo que las
sustancias que consume le hagan a su organismo? Un adicto a lo que sea
busca llenar con sensaciones los huecos de su vida emocional, y la
información biológica acerca de los efectos de inhalar pintura o
cemento de contacto poco o nada puede hacer en relación a esa
desesperada filiación con la sustancia. Y por otro lado, sabido es que
lo prohibido, tenga los efectos que tenga, llama mucho más que lo
permitido. Si observamos la historia del siglo XX, las grandes
eclosiones en el tema de la adicción se han dado como respuesta a
sistemas excesivamente opresivos, moralistas, pacatos e hipócritas.
Tal
vez este sea el momento de dejar de ver la adicción como un problema
ajeno y comenzar a mirarlo con la humildad de quien se sabe dentro del
tema aunque sea colateralmente.
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