jueves, 1 de octubre de 2020

LO QUE NO SE DICE


En la última década del siglo pasado, en algunos estados de la Unión Norteamericana, las tasas de criminalidad descendieron dramáticamente. Como era algo de desear para todo un país aquejado por una violencia y una delincuencia bastante intensas, se realizaron muchas investigaciones para comprender el porqué del fausto suceso, pero no se encontraba una correlación significativa ni con los factores biológicos, ni con la educación, ni siquiera con las variantes de la aplicación de la pena de muerte, pues se demostraba una vez más que no tenía ni pizca del poder disuasivo que tanto se le atribuye. 

Al cabo de un tiempo, y después de hacer una investigación de tipo histórico, se descubrió que, entre otros factores quizá no tan significativos, una de las pocas constantes que se habían dado en los estados en donde descendió la criminalidad era que, veinticinco o treinta años antes, se había despenalizado el aborto. 

Ese es el dato. Y las interpretaciones pueden llover, así como el airado reclamo de los detractores del tema que son pro-vida pero para nada pro-paz y peor pro-cortesía. Sin embargo, da para pensar. Y da para pensar porque, en mucho, los movimientos conservadores pro-vida suelen, curiosamente, aprobar la pena de muerte, o sea que son pro-vida mientras el individuo no nazca. 

No es un tema sencillo, este. Y por eso mismo no admite soluciones simplistas. Ya hablamos en un artículo anterior sobre los memes aquellos que hacen gala de grosería y procacidad (aunque supuestamente la procacidad no es de ese lado) en donde se les habla a las mujeres de usar preservativos (¿en dónde, wey?), se las acusa de calenturientas y hasta se las censura por no depilarse las axilas ni la línea del bikini. Además, se llama 'bebé' al embrión, se carga la responsabilidad exclusiva del hecho a la mujer y se desconoce que muchísimos abortos suceden a causa del abandono que sufre, o porque se trata de menores de edad, casi prepúberes que han salido en gestación después de horribles situaciones de incesto y abuso por quienes deberían cuidar de ellas y no ofender su pudor ni su inocencia. 

Siempre es la mujer la que recibe los reproches y las críticas en estos casos, incluso por parte de otras mujeres, que blanden como verdades científicas versículos de la Biblia o fragmentos de las encíclicas; de los mismos hombres, como si los miembros de su género no tuvieran nada qué ver en los embarazos, ya sea por imprevisión (porque el órgano ad hoc para el preservativo está en el cuerpo masculino, váyanse enterando), calentura (porque rara vez es solo de la mujer) o ataque directo, ya sea por abuso, violación o incesto, y de unas estructuras legales que no piensan en aquellas personas a quienes se deben, sino en las componendas y pactos que les servirán para seguir manteniendo el poder, la ganancia y el control. 

Pero además, los poco difundidos datos estadísticos norteamericanos respecto de las tasas de criminalidad en los años 1990 dan cuenta de otra cosa de manera dramática: un embarazo no deseado no es solamente un problema de salud pública en el momento en que ocurre. Sus consecuencias, muchas veces nefastas, pueden seguir haciendo olas hasta veinticinco o trenta años después. Y viceversa.

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