martes, 8 de agosto de 2017

cuestión de fe


El alcalde Mauricio Rodas no da lo que se dice una buena razón. Aduce vagamente cuestiones administrativas, patrimoniales, una mezcla de conceptos que ni siquiera parece entender bien, antes de dictaminar que se eche cal encima del mural llamado Milagroso Altar Blasfemo del colectivo artístico boliviano Mujeres Creando y que, en algo que parece una burla, se exponga una fotografía del mismo en La Casa de Las Tres Manuelas. El que sí da razones aparentemente más coherentes, aunque no necesariamente válidas, es el concejal Marco Ponce, quien incluso pide la cabeza de la directora del Centro Cultural Metropolitano. Y por suerte vivimos en el siglo XXI, porque unas centurias antes habría pedido que la quemen en la hoguera a ella y a todas las mujeres que en doce escenas representan, de modo irreverente, sí, un poco procaz, también, pero bastante estético, el sentimiento que provoca el peso de una institución en sus líneas generales tan misógina y represiva como lo ha sido la Iglesia Católica durante la mayor parte de su historia. 

Pero los cuestionamientos no vienen del concejal Ponce, sino de más atrás. Y claro, se adivina: de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, esa noble institución que no manifiesta ninguna preocupación pública ante la noticia de que diecinueve sacerdotes han sido asesinados en México bajo el gobierno de Peña Nieto, por el narco y otras instituciones igual de respetables, pero que vive pendiente de cualquier desliz, por doméstico que sea, cuando de censurar temas políticos o artísticos en el paisito se trata. 

Han dicho que el mural ofende a Dios. Que 'lastima' la fe de la mayoría de la población ecuatoriana. Y en seguida vienen a mi memoria las palabras del maestro Fernando Vallejo en las páginas iniciales de su magistral crónica histórica La puta de Babilonia cuando se refiere a la Iglesia Católica: "la que reprime a las demás religiones donde manda y exige libertad de culto donde no manda". Porque durante muchos años la Iglesia Católica se dedicó a ofender a todos los demás dioses de las demás religiones que pretendieron cruzarse por su camino con algún riesgo de su poderío. Y no los ofendía pintando murales un poquito procaces, no: los ofendía incendiando sus templos, destruyendo sus imágenes con saña, prohibiendo la mención de su nombre, pasando a cuchillo, a espada o a fuego a sus creyentes. Sin embargo, se rasga las vestiduras ante un simple mural en donde se exponen unas cuantas escenas y, en últimas, que si no se desea mirar, no se lo mira. 

El mural ofende a Dios, arguyen. En el supuesto no consentido de la existencia de un Dios de las características del Dios católico y cristiano, ¿se ofende? ¿es suceptible de ser ofendido? Según algunas teorías, nos puede borrar de la faz de la tierra de un solo plumazo... pero no es él precisamente quien echa cal sobre el mural de la discordia. Según otras teorías, es todo amor, misericordia y comprensión, sabe lo pequeños que somos y siempre está ahí para acogernos en su seno. Entonces nada lo puede ofender. 

Por otro lado, no se sabe si llegue o no a lastimar la fe de la mayor parte de la población ecuatoriana. Y no porque esa sea una fe sensible o frágil (aunque si se lastima por algo así, capaz ni siquiera es una fe). Sino porque, en una ciudad en donde casi nadie visita los museos y hay que suplicar por la asistencia a los eventos culturales incluso de los estratos medios y altos, lo más plausible es que, si no le daban tanta bola, la mayoría de la población quiteña ni siquiera se habría enterado de la existencia del mural. Peor lastimado por lo que en él se muestra. 

Pero esos temas, diríamos de lógica formal y espiritual no lo son todo. Están también las violaciones detrás de la acción. Y la primera violación es la de un concepto que deberíamos haber respetado desde el triunfo de la Revolución Liberal pero no somos capaces de hacerlo: el concepto de ESTADO LAICO. El estado (llámese gobierno central, municipio, cabecera cantonal o junta parroquial) debe mantenerse al margen de cuestiones religiosas. No le está permitido censurar las creencias de diversa índole ni sus manifestaciones mientras no alteren el orden público. 

Para peor, el mural cuestiona los reales abusos de la Iglesia Católica a lo largo de la Conquista de América, historia que resulta ocioso repetir por lo conocida y verídica. No se puede tapar el sol con un dedo y negar lo que sucedió. Y por otro lado, es un colectivo de mujeres, entonces es peor aún, pues la misógina institución mueve sus hilos en esa dirección. 

En algún momento del anterior gobierno, a través de sus voceros, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana lamentó (como un montón de gente que a cada rato decía lo que le daba la gana) que en el país se hubiera visto restringida la "libertad de expresión". No era tan así. Pero ahora, con cada paletada de cal que ha caído encima de un trabajo artístico y creativo, expresión de siglos de sufrimiento, se  ha irrespetado a ese sufrimiento y a sus víctimas, y se ha glorificado una vez más la estulticia, la represión ideológica y religiosa, el machismo, el sectarismo, mientras se insultaba la creatividad, el arte y la 'Libertad de Expresión', tan ardientemente defendida según su propia conveniencia por los principales hechores de este reprochable acto de censura.