martes, 3 de diciembre de 2019

ELVIRA



Como me ocurre con harta frecuencia, Elvira Ceballos llegó a mi vida ya tarde. Vino de la mano de Raly Barrionuevo, en un pequeño álbum llamado Radio AM, y concretamente en aquella bella canción llamada "Milonga del si volviera" había en el fondo una preciosa y clara voz de mujer acompañando la estremecedora fuerza de la letra. Y en el mismo álbum gocé con la maravillosa energía que piano le brindaba al conocido vals "La pulpera de Santa Lucía".

Movida por la curiosidad que aquel talento me provocaba, comencé a googlear información sobre tan bello personaje, y la encontré: las fotografías muestran una mujer mayor, ligeramente contrahecha y con los ojos ocultos por grandes gafas oscuras. En un primer momento parecería que ese aspecto no se correspondía con la maravilla de su voz ni con la magia de sus manos en el teclado; pero esa impresión fue engañosa, como suele suceder, pues basta con escucharla responder una entrevista con una simpatía que sobrepasa cualquier expectativa formal para comprender que Elvira Ceballos era... es un ser de luz. La luz de la música, la luz de la autenticidad, la luz de la sencillez que siempre acompaña la verdadera grandeza. 

Elvira Ceballos nació en La Falda, Córdoba, en marzo de 1949. Tanto ella como su hermana tuvieron problemas de salud desde pequeñas, y tan graves que el pronóstico médico fue devastador: ni siquiera les auguraban la supervivencia: Elvira sufría de osteogénesis imperfecta, esa enfermedad que vuelve los huesos como de cristal y que finalmente devino en una imposibilidad para caminar y trasladarse, y para colmo perdió la vista en la tierna infancia. Sus padres pasaron de la desolación a la acción, y al ver que sus súplicas por un milagro no daban resultado hacia arriba, su madre se encargó de que el milagro se cumpliera a ras del suelo, apoyando a que su hija estudiara música. 

Pianista, guitarrista, compositora, letrista y cantante talentosa, Elvira siempre se caracterizó por la fortaleza de su espíritu, por su alegría, por su sentido del humor, por su esperanza y su valor para enfrentar los retos con los que desde la infancia la vida la había probado. Sin embargo, aquí en el Ecuador se la debe recordar con especial gratitud porque vino a compartir aquello que sabía con otras personas como ella. 

En su natal Argentina, Elvira se había formado como maestra de música, desarrollando sobre todo la enseñanza de notación musical para personas con problemas de visión. Ella misma creó una notación musical en Braille que era uno de sus múltiples e importantes aportes a la cultura musical de las personas con capacidades especiales. Con este método vino al Ecuador para compartirlo con estudiantes del cantón Guamote y para realizar esa y otras tareas en la institución de otro grande de la educación musical para personas especiales, como es el maestro Edgar Palacios, en su maravillosa escuela SINAMUNE, haciendo, como decía alguna de sus alumnas, que los ciegos ya no sean ciegos, sino músicos y artistas.

Hace poco tiempo, en una conversación de almuerzo, me enteré de que el pasado septiembre la maestra nos había dejado. Volví a googlear su nombre y supe de su valor para enfrentar el tramo final como parte de la vida, con la fortaleza de quien jamás le pidió a la existencia nada más que el valor de saber qué hacer ante sus embates, con la alegría de quien se va hacia la luz con la satisfacción de haber sembrado de amor y felicidad el camino de quienes estuvieron a su alrededor. Nunca tuvo miedo del paso final porque supo hacer de su problema un medio de engrandecimiento personal, y estaba segura de que al final del camino le esperaría la cosecha de paz y felicidad trabajada durante sus setenta años de vida. 

Gracias maestra Elvira Ceballos por lo que dio a mi país. Gracias por la belleza de la música, que es el más grande regalo de los dioses a la humanidad. Gracias por su ejemplo de valentía, fortaleza y alegría que harán que viva mientras haya quien la recuerde desde sus enseñanzas y su calidad humana. Que su alma resplandezca siempre en nuestra memoria agradecida. 




miércoles, 20 de noviembre de 2019

LOS INTOCABLES


Suele circular por ahí una reflexión interesante. Si una persona te dice ‘gordo’, es su opinión y tal vez no haya que darle importancia. Si son dos, sin relación entre ellas, quienes te lo dicen, puede todavía seguir siendo eso: una opinión, aunque no estaría por demás subirse a una balanza a ver qué ondas. Pero si son tres o más las que te lo dicen, sería el momento de hacer ejercicio, ponerse a dieta o agendar una visita a un profesional de la nutrición. Todo esto, si entre los críticos no se han puesto de acuerdo entre ellos para el cargamontón y si lo hacen con una intención transparente, cabe aclarar.
Y es eso lo que ha pasado con la actitud del periodismo ecuatoriano últimamente. Ya no son solamente los reclamos del expresidente Correa, ya no es solamente la caída del 'rating' de varios medios convencionales ante los medios alternativos, sino las críticas de otros sectores. Entonces, ante un sermón pronunciado por Fernando Ponce León, Rector de la Universidad Católica del Ecuador, en donde censura el papel inquisidor de cierta prensa, el pleno de esa misma prensa se rasga las vestiduras, se ofende y, como tiene a la mano los medios necesarios, comienza con una andanada de críticas ácidas, caricaturas, editoriales en periódicos, noticias de redacción malintencionada, etc., etc., etc.
Por supuesto, no falta la estigmatización: ‘correista’. Su discurso se parece al de Correa, gritan, vociferan, lloran, se indignan, dibujan. Y como siempre, quizá para darle la razón al señor Ponce, lo inquieren, como relata el mismo periodista que estuvo presente en la misa, quien, en un acto sin precedente, va a comulgar no con la sana intención de recibir el cuerpo de Cristo para alimentar su espíritu, sino con la bastante menos santa de inquirir al sacerdote in situ sobre su homilía. Es tal la inquina que le provocan las palabras del oficiante, que ni siquiera es capaz de esperar a que termine la misa e ir a plantear su reclamo en la sacristía, como a veces hace la gente común, sino que comete el sacrilegio de ir a comulgar sin prepararse para poder hacer el reclamo en el lugar y el momento menos adecuados. O sea, usa el acto de la comunión para pelear, más claro. Porque él es periodista, suponemos, y está más allá del bien y del mal y por encima del común de los mortales. 
No hace falta tener demasiadas luces para comprender y concordar con las afirmaciones de Ponce. Se ha visto con mucha frecuencia a presentadores de televisión, sobre todo, literalmente atacar a sus entrevistados si no respondían a las preguntas diciendo lo que el entrevistador o la entrevistadora pretendían que dijeran. Se ha visto a entrevistadores y reporteros de calle interrumpir entrevistas con enorme displicencia porque no seguían el rumbo por ellos y ellas planificado. Todo esto, además, dependiendo o no de la coincidencia ideológica entre el entrevistado y el entrevistador. El tono enérgico, dictaminante, pontificante, nos atreveríamos a decir, de muchos presentadores y comentaristas de televisión da para pensar que, por alguna razón que no queda muy clara, son (o se consideran) dueños de la verdad absoluta. Y todo lo aquí afirmado se puede comprobar a través de la simple observación de las grabaciones en audio o video de las intervenciones y entrevistas de la radio y la televisión.
Caso aparte es la agresividad que destilan ciertos artículos de opinión (siempre la misma opinión, por otro lado) de la prensa escrita. Agresividad que muy bien puede calificarse como odio, aunque sus autores con frecuencia declaren no odiar a nadie o no dejar que el odio se enseñoree en sus corazones. 
Sería bueno que, por una sola vez, en lugar de arrogarse una razón que tal vez no siempre tengan, los comentaristas, presentadores, reporteros y editorialistas dejen de mirar a quienes los critican y se miren a sí mismos y a las consignas que cumplen. Es decir, que dejen de victimizarse como los pobres agredidos por Correa (su inextinguible fantasma), y comiencen a preguntarse en serio por qué han bajado tanto su ‘rating’ o las ventas de sus periódicos. Por qué la gente prefiere informarse a través de las redes sociales, aunque sea como una fuente válida de contraste para tener una información más completa y menos sesgada. ¿Será solo porque Correa fue malo con ellos? ¿Será solo porque un sacerdote en una misa dominical expresó algo que se acerca bastante a la realidad? ¿No será, mejor, de ponerse a dieta de interrupciones, displicencia, mordacidad y agravios? Incluso mucha gente que coincide con su posición ideológica prefiere no seguir los noticieros debido a la carga de agresividad que se maneja en ellos.
Pero además hay otro aspecto digno de tomarse en cuenta: debido a la simpatía manifiesta del papa Francisco I hacia algunos líderes progresistas latinoamericanos, hoy en día también se orquesta una campaña de desprestigio contra la iglesia católica y sus instituciones. Parte de eso forman, por ejemplo, las denuncias de un gris personaje autodenominado ‘diácono permanente’ y llamado por nombre y apellido Jorge Sonnante, que en lugar de ayudar a dar la comunión a los fieles como es la función de cualquier diácono que se respete, ha comenzado a recorrer medios de comunicación denunciando (falsamente, según personeros de la misma iglesia) actos de corrupción de los personajes citados en contubernio con el papa Francisco (¡plop!). Aunque ha sido desmentido con buenos argumentos, su tenacidad y su cada vez más frecuente presencia en medios y redes es bastante sospechosa, más allá de su vacilante lectura y la pobreza y enrevesamiento de sus argumentos, llegando incluso a pretender impedir la asunción al poder de Alberto Fernández en Argentina con el argumento del fraude. Es decir, pretende organizar un quilombo semejante al boliviano.
Como parte final, El Comercio publica un editorial de Miguel Rivadeneira titulado “No más odio desde el púlpito”. Es un artículo de opinión. O sea, aunque les duela a su autor y a sus editores, una mera opinión, válida, claro, pero no más que eso. También se podría decir, y con bases ciertas: “No más odio desde la prensa”. No más manipulación. No más entrevistas interrumpidas porque el entrevistador piensa con su propia cabeza. No más campañas de desprestigio contra la libertad de expresión del cura que se expresa desde el púlpito ni contra un expresidente que ya no está pero que es el pretexto ad hoc multiuso para cualquier acusación fuera de tiempo y lugar. 
El mundo sería otro si cada uno se exigiera a sí mismo la décima parte de lo que exige a los demás. Ah, y si van a comulgar, averigüen bien cuáles son las condiciones adecuadas para recibir el sacramento. 

viernes, 18 de octubre de 2019

LA PAZ


¿Qué es la paz para los que dicen querer la paz?

En primer lugar, es NO PROTESTAR. Sobre todo si eres trabajador, indio, mujer o pobre. Un rico, empresario, mestizo más o menos blanquiñoso y cargado de testosterona puede protestar. Puede incluso hacerlo en tono airado, y amenazar con incendiar real o metafóricamente una ciudad si no se cede a sus caprichos o peticiones. Nadie le va a decir que 'hay modos de protestar'. Pero si se agrupan unos cuantos indígenas y cruzan un árbol en una carretera, entonces sí les recuerdan: 'hay modos de protestar', como dando a entender que es a ellos a quienes les toca humillarse, suplicar, decir por favor y gracias y aun así irse sin recibir a cambio más que promesas huecas y ofertas de diálogo que casi siempre terminan en traición, agradeciendo con venias y genuflexiones que se les haya concedido la gracia de permitirles expresarse diez minutos o menos, igualados, indios alzados que no saben cómo se debe tratar al amopatrongrandesumercé.

La paz también podría ser un sinónimo de AGUANTAR. Como mártires. Y sin quejarse. Ahí está la verdadera valentía, en aceptar las cosas mansamente. Después de todo, tienen que ocupar su lugar y saber que en ciertos ámbitos se tiene que imponer la razón por la fuerza y no primar la fuerza de la razón. Por algo los ejércitos tienen armas y no solo disuasivas, sino también letales. Y por si no se han dado cuenta la guerra no es contra el enemigo de fuera, con quien se han perdido batallas y hasta escaramuzas cada vez que ha habido, sino contra el desarmado de dentro, contra quienes el triunfo resulta más seguro. Por favor, compréndanlo. Los que llevan las de morir son ustedes, por eso es preferible que no perturben la paz.

Es claro que la paz siempre se debe pedir al inferior, no necesariamente en sentido numérico. Al inferior... bueno, ustedes entienden. Al pobre, al desarmado, al que no tiene capacidad de soborno ni de disparo. Ese es el que tiene la obligación de mantener la paz. El pseudo robocop que destroza cráneos a toletazos y saca ojos con bombas lacrimógenas disparadas a la cara no tiene la obligación de preservarla. Hace su trabajo. La paz hay que pedirle al muerto de hambre y desesperación que en medio de su miseria y su desaliento debe guardar la compostura y protestar de otro modo, más civilizado, porque después de todo los adoquines con que pretenden defenderse del ataque con armas letales cuestan dinero, eso tienen que entenderlo y no propiciar semejante destrucción de bienes públicos ante su pobre vida desechable de condenado de la tierra.

La PAZ, así, con mayúsculas, mis queridos miserables, es ponerse del lado de los que ganan, de los que mandan, de los que tienen tu vida en sus manos. La otra paz, esa que se pretende basar en la justicia, en la equidad y en la solidaridad que también toma en cuenta a los que menos tienen para el reparto de los bienes de la tierra es de tontos, soñadores e idealistas. ¿No ven cómo han acabado todos? Hasta ese Jesús de improbable existencia al que le rezan los 'pacíficos': humillado, torturado, crucificado. Y así todos: fusilados, exlcuidos, calumniados, acribillados en la puerta del edificio donde vivían, acusados de corrupción sin que nadie los defienda, no porque las acusaciones sean justas, sino porque quienes las hacen se imponen por la fuerza del terror o la compra de conciencias. Porque quienes en este momento se abanderan con la paz, como en todo lo demás, defienden SU paz, su tranquilidad y su derecho a ella, y allá el resto, que sobrevivan como puedan, y sin chistar, que ya se hace bastante con dejarles vivir.

La violencia no lleva a ninguna parte, dicen. Sobre todo la de los otros. La de ellos es la justa reacción que devuelve un disparo a quemarropa con arma de fuego como respuesta a un guijarro lanzado con una cata de niño desde una esquina. Y sus pequeños lacayos les hacen de corifeos, y se adueñan de la protesta del hambre que guarda el cacerolazo para armar tremendas discusiones, diciendo que 'yi tiquí mi kicirili pir li piz, ni sí ti...' porque en realidad ni a eso tienen derecho los que osan querer un mundo menos desigual, en donde la verdadera paz no sea solo una montaña de paños tibios y el silencio de los oprimidos, sino el producto de una real transformación del alma y la consciencia de la gente.

miércoles, 16 de octubre de 2019

LA BATA BLANCA


En medio del caos, superando el miedo, se activaron los chicos y las chicas de la bata blanca. Descubrieron el sentido de la carrera que han escogido. Entendieron (o tal vez simplemente reafirmaron) el tono de la palabra vocación. 

No se sabe si venían de familias pudientes o carentes. No se sabe si durante el paro sus padres despotricaron contra los indígenas, contra los policías, contra Correa, contra Moreno o contra el hijo o la hija que arriesgaba su vida quién sabe por qué desconocidos que posiblemente ni siquiera le iban a agradecer. No se conoce su bandera política, incluso no se sabe si la tenían.
Solo se sabe que vinieron a ayudar desde las dos más tradicionales universidades quiteñas. Que comenzaron por consolar niños asustados haciéndoles jugar y contándoles cuentos, por tranquilizar a madres angustiadas, por decir palabras que no supieran a gas ni a muerte. Y luego ya vino la parte más complicada: coser heridas, atender contusiones, entablillar huesos, despejar asfixias, reanimar corazones detenidos, mirarse a la cara, negar con la cabeza, cerrar ojos, taponar con algodón narices que no volverían a probar la frescura del aire, decirle a la gente que su compañero o compañera de vida, su hermano, su padre, su hijo no volverían más. Quizás enfrentar la muerte violenta por primera vez. Tal vez, en un minuto libre buscar un baño, un rincón apartado y solo llorar un poco para descargar la angustia, pero ni siquiera tanto porque había muchas cosas que hacer.
Son lindas las batas blancas cuando se colocan sobre hombros solidarios, cuando se rasgan para convertirse en banderas de paz, en vendas, en apósitos. Son estremecedoras cuando se empapan de sangre porque también vejaron y arrastraron por el suelo a quien la llevaba. Son dulces cuando se convierten en envoltorio o pañal de bebé. Duras, trágicas y angustiosas cuando se vuelven mortaja.
Días de voluntariado en un campo de guerra. Noches agazapados esperando el brutal ataque con bombas lacrimógenas, perdigones y armas fragmentarias que hacían esquirlas por todas partes. Llantos de niños, gritos de madres, maldiciones de hombres, ayes de los heridos. Y entre todos ellos, las batas blancas como gaviotas y verdaderas palomas de la paz revoloteando de aquí para allá en la repartición del bálsamo de la solidaridad y el verdadero amor al prójimo más necesitado y vulnerable.
Pero nada más conmovedor que cuando, ante la inminencia de un nuevo y más sangriento ataque, las batas blancas y las mascarillas (no antigás, por si acaso, las simples mascarillas de farmacia de barrio que eran todo lo que tenían) se convirtieron en armas disuasivas, en ese escudo humano de jóvenes de la mano que acordonó las universidades convertidas en centros de refugio y zona de paz, dispuestos a poner el cuerpo, si era necesario, haciéndonos entender que los ángeles de la guarda sí existen, así, inermes y desprotegidos, sin alas, sin aureola ni coronita dorada, tan solo con su bata blanca, su humilde mascarilla, y sus corazones de oro y maravilla latiendo al unísono al enfrentar la prepotente cobardía, la estulticia y la traición.

lunes, 30 de septiembre de 2019

LOS TABÚES DE LA EXISTENCIA EN LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL



Una de las principales funciones del arte y la literatura es la de ponernos en contacto con las luces y sombras de la condición humana, con frecuencia revistiéndolas con la belleza necesaria para que sean digeribles y abordables. Para este fin, se echa mano de una serie de recursos retóricos, principalmente la connotación, el simbolismo, el humor y otros más, que ayudan a comprender y asumir mejor las transiciones, los cambios de etapas de la vida, las pérdidas y toda la vasta gama de situaciones perturbadoras de la existencia. Se podría decir, entonces, que, desde sus orígenes, la literatura infantil y juvenil ha abordado frecuentemente temas complicados y difíciles, ya sea de manera connotativa o denotativa, pues hacerlo ayuda a confrontar las adversidades y dificultades de la vida desde entornos más protegidos que la descarnada realidad, el sensacionalismo morboso o la intencionalidad torcida. 
 
No cabe duda de que, a estas alturas de la historia humana, habitamos un mundo y una realidad poco amigables para la inocencia, entendiéndose esta no tanto como la ignorancia de las circunstancias complicadas o escabrosas de la vida, cuanto como una mirada limpia y serena, pero también profunda e integradora de las vicisitudes de la existencia. En los medios de comunicación se va del sensacionalismo más ‘amarillista’ a la trivialización más burda de circunstancias como el amor, la sexualidad, la muerte, la sabiduría, la lucha por la supervivencia y el sentido de la vida y de la existencia misma de la humanidad. Desde una desvergonzada y traumática exhibición de lo más desagradable y repulsivo hasta la mofa intrascendente de lo más profundo y sublime.

Por otro lado, y paradójicamente, también vivimos en la era de lo políticamente correcto llevado a extremos risibles. Si bien por un lado lo desagradable y perturbador se entroniza en ciertos ámbitos, y lamentablemente muchos de ellos cercanos a los adolescentes, por otro lado existe una hipersensibilidad a todo aquello que pudiera, de una u otra manera resultar ‘ofensivo’ para sensibilidades de diversos grados, incluso por el solo hecho de describir realidades concretas. De ahí que se hayan vuelto insultos sin serlo términos como ‘ciego’ o ‘sordomudo’, que en el fondo no hacen más que nombrar la condición de las personas que carecen de la vista, el oído o el habla, y que hayan terminado siendo reemplazados por expresiones como ‘no vidente’ o ‘deficiente auditivo’. De ahí también la desesperación inclusiva que nos lleva al ‘todos y todas’, o al ‘todes’, en lugar de simplemente utilizar una elipsis y eliminar el vocativo del saludo, lo cual resultaría más inclusivo y menos polémico en la mayoría de los casos.

La búsqueda de equilibrio es una constante en todas las actividades humanas, y se trataría entonces de encontrar un justo medio que haga honor al refrán “Ni tanto que queme al santo ni tanto que no le alumbre”. Y es desde esta perspectiva desde donde los recursos literarios en general y narrativos en particular pueden ayudar a tratar los temas complejos. Lo vienen haciendo desde hace tiempo los cuentos tradicionales, mal llamados ‘de hadas’, reproducidos en versiones de Perrault, Andersen o los hermanos Grimm.

Cabe señalar también, como información útil y adicional, que la niñez no siempre fue tan bien tratada (al menos en teoría) como en nuestro tiempo. En la Edad Media abundaban los niños huérfanos o abandonados de los que nadie se ocupaba. Y no eran raros aquellos episodios consignados en relatos como “Hansel y Gretel” o “Pulgarcito”, en los que los padres, desesperados por la supervivencia, abandonan a sus hijos en medio de un bosque para que se busquen la vida o para que la sabiduría de la naturaleza los conduzca a un destino tan trágico como misericordioso. Sin embargo, estos sucesos, entre otros, también tienen un valor simbólico dentro de las narraciones populares europeas y de otras regiones del mundo.

Algunos ejemplos representativos están en los típicos cuentos en donde muere la madre dulce y
cariñosa y es reemplazada por una madrastra envidiosa y cruel, mostrando así, de modo simbólico, la ruptura de la niña que se vuelve adolescente con la madre que de repente ya no la comprende y le impone normas y reglas que pretenden frenar la exuberancia de la edad. Así, Cenicienta y Blanca Nieves, o Elisa, de “Los cisnes salvajes” de Hans Christian Andersen, se ven enfrentadas a la vida desprovistas ya de la ternura materna para construir su propia feminidad, diferente e individualizada después de las pruebas de la vida que han debido enfrentar ya solas y sin el apoyo de la madre bondadosa, sino incluso a pesar de su rechazo y rivalidad.

Un típico ejemplo de cómo enfrentaban uno de los temas más escabrosos de la vida es el cuento recopilado y formulado por Charles Perrault, “Piel de asno”: la historia de un reino feliz, cuyo mayor tesoro era un asno que defecaba monedas de oro, y pertenecía a la pareja formada por un rey magnánimo y bondadoso y una reina marcada por la más absoluta perfección física y moral, quien, agonizando a causa de una extraña enfermedad, arranca a su esposo la promesa de que solamente se volverá a casar con alguien igual o mejor que ella. Tras el deceso de la reina y los amargos días del duelo, el rey se embarca en una larga, desesperada e infructuosa búsqueda de una nueva esposa, hasta comprender que esos requisitos solamente los cumple su hija adolescente, a la que comienza a perseguir denodadamente para contraer matrimonio. Asesorada por su hada madrina, la niña no se niega de plano a acceder a las pretensiones paternas, pero le pone en primer lugar la condición de que le entregue un vestido color del tiempo (la madurez), luego un vestido color de luna (la energía femenina), más tarde un vestido de color de sol (la fuerza masculina para defenderse), y finalmente la piel del asno que la acompañará en su descenso a los infiernos. Disfrazada con este último atuendo, la niña es llevada lejos de su hogar y del mundo por ella conocido para enfrentar humillación, escarnio y duros aprendizajes de la vida tras los cuales finalmente encuentra la integración de su ser, simbolizada en el amor del príncipe de un reino lejano. Y  es así como conjura los fantasmas del incesto y sus funestas consecuencias.

La lectura literal de estas historias, muchas veces signada por prejuicios nacidos de un feminismo más allá de radical, impide que se descubran los verdaderos sentidos ocultos entre sus líneas, y las respuestas simbólicas, no reales, que presentan ante los desafíos y retos de la existencia. Al ser relatadas en una infancia temprana, estas narraciones advierten de una manera sutil y siempre simbólica, enfocada más en una sabiduría inconsciente antes que en un conocimiento racional, de los escollos que se irán presentando en el siempre difícil y con frecuencia peligroso camino de la individuación.

Hace algunos años llegó a mis manos el libro de relatos Pequeñas avalanchas, de la autora norteamericana Joyce Carol Oates. Estaba editado por Norma, en su colección Zona Libre, es decir que era un libro para adolescentes a partir de los quince años y adultos jóvenes.  Esta colección de cuentos, al igual que otra, publicada por la misma editorial, y titulado La vida después del colegio, consta de algunos relatos que abordan el lado oscuro de la adolescencia de las niñas y jóvenes en el ámbito de la sociedad norteamericana de fines del siglo XX y principios del XXI: los secuestros, la pedofilia, los asesinos en serie y sus obras, la exposición a diversos peligros y, en últimas, su extrema vulnerabilidad. Si bien todas las historias guardan elementos ocultos, no ahorran escenas perturbadoras, muchas veces de un desagradable tinte naturalista, lo cual, sin embargo, no desanima a la lectura sino que le presta cierto tipo de morboso suspenso. Parecería que solamente una escritora tan entrenada, magistral y osada como Oates puede nadar con éxito en arenas movedizas y no ahogarse en el estilo naturalista de su propia narración. Y si bien sus relatos pueden llegar a ser extremadamente perturbadores, la enorme calidad literaria ayuda a temperar esa característica.

Los niños y adolescentes de nuestro tiempo se encuentran expuestos a una información muy abundante y sin filtros respecto de todos los aspectos de la existencia. Son ellos quienes manejan los recursos para entrar a la deep web en donde, entre otras cosas, campean los contenidos prohibidos y aberrantes. Hay que  tomar en cuenta la curiosidad, los deseos de saber, y así mismo los deseos de transgredir, de irse contra lo prohibido, de conocer de otras fuentes lo que sus padres, maestros e iglesias estigmatizan por mórbido, inmoral o inadecuado.

¿Cuáles son, per se, los llamamos ‘temas difíciles’ en la literatura infantil, juvenil o incluso en toda la literatura? Generalmente estos temas se encuentran en los orígenes y los finales de la existencia, es decir se relacionan con la sexualidad y con la muerte. Y por ende, también con todo aquello que pone en peligro la vida y una visión optimista y límpida de la existencia. Parecería que todo lo que suene escabroso, sórdido o atemorizante debería estar excluido de la literatura infantil. Sin embargo, están presentes en la vida, con toda su carga destructiva y aleccionadora. ¿Qué nos queda, entonces, por hacer si somos lectores, escritores, maestros o padres de familia ante la reelaboración literaria de las vicisitudes más perturbadoras de la vida?

Algunas consideraciones prácticas y finales:

      La vida no es políticamente correcta: ¿qué se quiere decir con esto? La enfermedad, la adversidad, el dolor, la locura y la muerte forman parte de toda vida que se respete. Tarde o temprano llegan, a veces se instalan cómodamente. Si el arte y la literatura pretenden reflejar la vida, no se puede aspirar a que nos presenten un mundo exento de lo que, por mucho que nos duela o nos moleste, le pone emoción y sabor a la existencia.

      La vida no tiene un final feliz: esto es obvio. En el final de toda vida humana, y a veces no humana, hay dolor y llanto, por mucho que las creencias humanas prometan otras cosas.

      El arte y la literatura no son libros de texto de ética, moral y cívica: una de las preguntas que más me chocan en los conversatorios con estudiantes, sobre todo de escuela o colegio, es aquella invariable: “¿qué mensaje (enseñanza, consejo…) quiere dar a los jóvenes con sus libros?” ¡No sé! Después de todo, ¿quién soy yo para decirle a cualquier persona, sea de la edad que sea, que se cepille los dientes, salude a su abuelita, vote por tal o cual candidato o diga sus oraciones antes de dormir? Las obras de arte, y particularmente las literarias, salvo quizá las fábulas (y aun esto es cuestionable) no están hechas para moralizar. Otra cosa es que trasluzcan la visión del mundo y la ética personal (o su falta) de quien las ha creado. La sencilla aspiración de un creador es esa, nada más: crear una obra de arte, llámese la Mona Lisa, la Ilíada, Los miserables, Saló o los 120 días de Sodoma, Poderosa Afrodita o “La crucifixión de Pedro”. Y si menciono estas dos últimas es precisamente porque, por mucho que nos duela, el hecho de que sean la creación de un pedófilo y un asesino no disminuye en un ápice su belleza ni su sublime grandeza estética.

      Como adultos, tenemos una responsabilidad ante los menores: a pesar de todo lo afirmado, debemos estar conscientes como educadores, seamos padres, madres, profesoras o maestros de que no cualquier niño de cualquier edad puede ser expuesto de cualquier manera a cierto tipo de contenidos, incluso si la misma vida lo ha hecho ya con su característica falta de tino y pedagogía. Por otro lado, ciertos contenidos literarios, ciertas historias, ayudan innegablemente en los procesos de resiliencia de los niños expuestos a la crueldad de ciertas existencias. Pienso, por ejemplo, en la conmovedora novela Mi planta de naranja-lima del gran escritor brasileño José Mauro de Vasconcelos.

Según Alejandro Jodorowsky, si el arte no sirve para sanar, no sirve. Sin ir a posiciones tan extremas, tal vez podríamos pensar que, bien utilizado y más allá de la peripecia personal de los creadores, el arte puede ayudar en la resiliencia y en la reelaboración del sufrimiento para obtener de él algo más que traumas y amargura. Tal cual lo decía el gran poeta Antonio Machado en uno de sus más bellos y conocidos poemas:

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;



y las doradas abejas

iban fabricando en él,

con las amarguras viejas

blanca cera y dulce miel.

Quito, 26 de abril de 2019
Ponencia presentada en el encuentro de LIJ "Trompo" auspiciado por la USFQ

sábado, 15 de junio de 2019

... Y EL DIABLO SE FROTA LAS MANOS



Como si no tuviéramos nada más que hacer, nos pusieron a discutir acerca del matrimonio igualitario: ¿cómo? Bueno, por un órgano no regular, cinco jueces de la Corte Constitucional decidieron que aquí en el Ecuador el matrimonio ya no es la unión monogámica entre un hombre y una mujer sino entre dos personas. Bastó. 

Los partidarios de la RC nos dividimos en homofílicos y homofóbicos sin pensar medio minuto en de qué se trataba y para qué lo hacíamos, y si hasta hace unos minutos habíamos llorado abrazados oyendo un discurso de Correa, inmediatamente después nos pusimos en guardia los unos contra los otros. Los anticorreístas también se desconcertaron: los más conservadores se pusieron a decir que todo esto había comenzado cuando Correa autorizó (?) la unión de hecho entre personas del mismo sexo. Los liberales en cambio reforzaron su creencia de que ahora sí se respira libertad, pues la gente del mismo sexo ya se puede casar entre ellos y ellas, no como en la época del Súper Dictador que antecedió al Mesías Cuántico. 

Mientras, en nuestras cárceles ocurren sucesos terroríficos, Gran Bretaña firmó la autorización para extraditar a Estados Unidos a Julian Assange y con un golpe de varita mágica el Ministro de Defensa Oswaldo Jarrín convirtió el maravilloso archipiélago de las Galápagos en un simple portaviones norteamericano. Y nosotros, agarrándonos de los pelos y sacándonos los ojos porque la familia está en peligro y porque a mayor homofobia mayor homosexualidad latente. 

Es claro que, como dice, por seguir en temas bíblicos, alguna carta de San Pablo: nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra principados y potestades. Y esos principados y esas potestades del mal son las que sueltan la bomba para dividirnos y ponernos a pelear por intrascendencias mientras ellos siguen a rajatablas las órdenes imperiales. 

Ya se están organizando las marchas de "Con mis hijos no te metas" y las contramarchas de la coincidencia con el mes del Orgullo LGBTI, y se producirá un encontronazo entre marchas similar al relatado en el Libro del Buen Amor entre la marcha final del Carnaval y la primera procesión de la Cuaresma en la madrugada de un miércoles de ceniza medieval. Solo que mientras ahí resultaba cómico, acá las consecuencias serán impredecibles. 

Creo que los ciudadanos corrientes debemos hacer un alto. Más allá de nuestro acuerdo o desacuerdo con el matrimonio igualitario o cualquier otra trampilla couyntural, urge que leamos entre líneas los tejemanejes gubernamentales. No nos engañemos, desde que dos personas del mismo sexo forman una pareja y, contando el cuento que sea, se van a vivir juntos, existe el matrimonio igualitario, esté o no esté aprobado legalmente. ¿Qué más da que firmen un papel en un registro civil o no? ¿Realmente nos va a afectar en algo? 

Pero mientras nos distraen con el caramelito de la disputa moral, se están llevando el país en vilo y en peso. Van a regalar el Ecuador como una hacienda 'con todo e indios' al imperio norteamericano. ¿Y nosotros, los indios? En la disputa del sí y el no por algo que se podría solucionar con la simple máxima que reza "vive y deja vivir".

jueves, 13 de junio de 2019

"NOS IMPUSIERON EL MATRIMONIO GAY"


Así dicen algunos indignados, dando a entender que ahora no les va a quedar más remedio que divorciarse de su matrimonio héterosexual (si lo tienen) y buscar a alguien de su mismo sexo para cumplir con la normativa. Pero para su decepción hay que decirles que no. Que no es necesario. Que sigan nomás con su doble vida porque nadie les va a obligar a nada. Que no se preocupen tanto. Que todo bien, vamos.

¿Por qué la gente conservadora entra en pánico cuando la Corte Constitucional del Ecuador elimina las palabras que señalan que en este país el matrimonio era la unión entre hombre y mujer para convertirse en la unión de dos personas? ¿En qué afecta? Parecería que nunca se hubiera dado algo parecido en nuestro medio. Porque, ¿qué es el matrimonio sino la formalización de una relación que en ciertos casos ya lleva larga data y a la que solamente le falta la firma de un papel o la bendición de un clérigo? 

La homosexualidad es tan vieja como la humanidad. Para algunos es una aberración; pero también es una aberración la guerra, y nadie le da tanta contra. Ahora último, un padrecito grosero que anda youtubeando por ahí, imitando grotescamente y ridiculizando a todo el que en ejercicio de su libertad de pensamiento se confiesa no católico, dice que la homosexualidad es un pecado porque 'no da paso a la vida', o sea, en cristiano, porque no permite la reproducción. Es verdad que en sociedades con una alta mortalidad de jóvenes y adultos por el motivo que sea, y más cuando esa alta mortalidad es masculina, la homosexualidad apenas se manifiesta. Obviamente, son sociedades en las cuales la reproducción es primordial para la sobrevivencia. Y en seguida surge otra pregunta: a estas alturas del partido, con el mundo a punto de reventar, ¿no es preferible, por el bien de la vida en el planeta, evitar la reproducción humana por donde más y mejor se pueda? 

Pero, regresando al tema que nos ocupa, decíamos que la homosexualidad es tan vieja como la humanidad. Hubo culturas que no le prestaron mayor atención y le permitieron existir sin cuestionamientos ni reprobaciones. Otras no. Concretamente, aquellas culturas basadas en la religión monoteísta del dios castigador, celoso y vengativo la estigmatizaron desde siempre, y en sus orígenes incluso con pena de muerte o exclusión total de la sociedad. Sin embargo, no lograron terminar con esta condición natural de ciertas personas.

Al igual que la gente héterosexual, muchas parejas gais y lesbianas han optado por vivir juntas. Otros, no. La diferencia era que las parejas homosexuales no podían formalizar esas uniones. Pero, en un tiempo en el cual incluso el matrimonio héterosexual es una institución desprestigiada, ¿por qué la gente homosexual insiste en poder casarse legalmente? Más allá de lo romántico y sentimental, también hay motivaciones logísticas y prácticas para luchar por la legalización de estas uniones: la posesión de bienes en sociedad conyugal, las decisiones extremas en caso de vida o muerte, la sucesión en caso de fallecimiento. Porque, no nos engañemos, el matrimonio es, ante todo, el contrato que regula estas situaciones. Y sincerándonos un poco más, con mucha frecuencia la misma familia que los repudiaba por su condición, en cuanto fallecían iba a tomar posesión de los bienes y propiedades alegando los lazos de la sangre.

Por otro lado, la gente está preocupadísima de que les vayan a permitir adoptar niños. Ahá. Ya no pueden de la preocupación. Pobres niños, dicen, con dos madres o dos padres. Y... ¿no será de esperarse un poquito? O de observar la realidad y meditar cinco minutos: ¿no han visto las atrocidades que pasan en familias héterosexuales? ¿No conocen el sinnúmero de embarazos por incesto héterosexual que existen en nuestro país? Los mismos que se rasgan las túnicas por la hipotética adopción homosexual de seguro envían a sus hijos al catecismo de la parroquia, ignorando los casos de pedofilia católica y cristiana que han pululado desde quién sabe cuándo... pero eso no es tan preocupante porque la iglesia está formada por hombres y la humanidad es imperfecta, así lo justifican.

En realidad, el matrimonio igualitario existe desde que dos hombres o dos mujeres unidos por el amor erótico decidieron compartir un espacio, unas propiedades, una vida en común hasta que la muerte o las vicisitudes de la existencia les separen. No importa si no firmaron un papel o si nadie les dio la bendición. Tampoco importa si se mostraron al mundo como 'roommies', si mintieron que eran primos, primas o mejores amigos. Muchas veces lo hicieron incluso para salvar su vida en ámbitos violentos por lo provincianos y pacatos, para poder vivir en paz el amor de la forma en que les fue dado acercarse a él.

Y mientras un poco de machos y hembras a ultranza ponen el grito en en cielo porque creen que les obligarán a dejar de serlo, y todos los demás nos enredamos en la estéril discusión de cómo será la vida universitaria de los infantes adoptados por parejas homo, ya han extraditado a Julian Assange y Galápagos es declarada 'honrosamente' un portaaviones natural que el Ecuador le regala al Imperio a cambio de nada. Lo que realmente importa.

viernes, 7 de junio de 2019

LOS FRAGMENTOS DEL SER Y DE LA HISTORIA


La poesía de Marcos Rivadeneira Silva no es fácil. Muestra una manera intensa y al mismo tiempo aparentemente desapasionada de enfrentar el mundo. Observa otros rostros como si fueran espejos y al mismo tiempo monumentos de granito. Al menos eso es lo que se experimenta en el recorrido por uno de sus últimos libros: Fragmentos.

Y de hecho, son eso: partes, retazos, mundos del pasado apenas entrevistos. Los fragmentos de la historia que nos construyó desde que en el horizonte se perfilaron los barcos invasores y llegaron a construir la complejidad de nuestra idiosincrasia. Pero el poemario no se queda ahí, sino que explora nuestra fragmentación esencial de seres humanos, y nuestro deber y nuestro derecho de asumirla como parte inherente a la condición ídem y a la existencia en general. De ahí la reiteración casi obsesiva de la expresión “¡estoy aquí! ¡estoy aquí!”

El ser individuo y el ser parte de una colectividad, fragmentos, diríamos, de una historia, de un país, de un lado del mundo permeado de un pasado a la vez ruinoso y glorioso. El ser quien se es y unir nuevamente los fragmentos escindidos para construirse y re-construirse dan sentido al título y al desarrollo de los poemas de Marcos Rivadeneira en este breve pero contundente libro.

Imágenes que son pinceladas, recordándonos que este poeta también es pintor, y de los buenos, de los buenísimos, diríamos. Palabras entintadas en nostalgia y rebeldía, recordándonos que este pintor y poeta también es un artista del papel, al que trata con delicadeza y amor. Los Fragmentos de Marcos se juntan para formar un mundo que se nos hace conocido pero que también nos aporta una nostálgica visión de lugares, paradas y estaciones donde los conceptos de la vida se juntan para crear la esencia de la historia y el ser. 

Un divertido refrán español reza: "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Los Fragmentos se juntan en un libro breve, no abundan. Dicen lo que tienen que decir. A veces, simulan imágenes en sepia. A veces, estallidos de colores. A veces oscuridad nocturna. A veces luz del día. Fragmentos de la historia y la esencia de nuestro ser humano e histórico. Fragmentos del alma que se engarzan en formas caprichosas hasta crear un todo. Fragmentos de la vida en torno a ese estoy aquí que nos da la certeza de la presencia, el ser y el poder aspirar a ser mirados, reconocidos y apreciados como lo que somos: humanos en fragmentos, y fragmentos unidos hasta formar un todo sólido y poético en medio del caosy de la nada.