miércoles, 27 de junio de 2012

BONDAD


Se me acusa de "correísta" (como si fuera malo, además). Sin embargo, la política es solo uno de los temas que eventualmente me pueden interesar, y desde luego mi filiación política e ideológica jamás me podrá definir como persona per se.
Precisamente por eso, ahora voy a relatar un simple hecho que presencié en la carretera, y que me ha hecho pensar en que si bien muchas veces me he referido a la humana como una especie perversa con otras especies y con individuos de la misma especie humana, de repente un suceso muy simple termina de devolverme la esperanza y de rebajarme la decepción. 
Uno de estos días tuve que ir al pueblo de Carapungo, cerca de Quito, a hacer un trámite de líneas telefónicas. En la entrada al pueblo hay un semáforo un poco complicado, de flechas y de tiempos cortos, programado, como muchos otros semáforos de Quito y Pichincha, para los vehículos y sin pensar medio minuto en que las personas también caminan sobre la tierra. En el extremo del parterre, al pie del semáforo estaba un vendedor de refrescos congelados, haciendo una pausa de su trabajo; y junto a él, un niño de escuela, posiblemente de unos siete años, intentaba cruzar la vía de cinco carriles cada vez que cambiaba la luz. El niño daba unos pocos pasos, pero las flechas de curva a la izquierda autorizaban el paso de vehículos que, para variar, no se detenían ni siquiera al verlo, y luego ya se cambiaba la luz para el paso en línea recta. Entonces el niño regresaba al parterre corriendo, a seguir esperando. Lo intentaría dos o tres veces, hasta cuando el vendedor de refrescos congelados dejó su carrito, se acercó al niño, le tomó de la mano y en cuanto lo autorizó la luz lo concujo rápidamente hasta dejarlo bien encaminado hacia la acera de enfrente. El niño sonreía, feliz y aliviado de encontrarse a salvo por fin.
No quiero referirme ahora a las decenas de conductores que ni siquiera miraron a ese pequeño niño sin pensar en que solo con pisar el pedal del freno habrían hecho ya su buena obra del día. Prefiero hablar del sencillo hombre joven que ofrecía su venta bajo el semáforo, en su simple gesto de solidaridad con alguien más desvalido que él, y en cómo la bondad aparece, devolviéndonos la esperanza y sobre todo el ejemplo de que no nos hace falta demasiada preparación ni cantidades sobrantes de dinero para ser solidarios, y serlo de manera muy efectiva.

viernes, 15 de junio de 2012

IDEAS COMUNES EN TORNO A LA DROGADICCIÓN (FINAL)


¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?

Quizá ellos fueran una solución después de todo.

[Konstantinos Kavafis]

La drogadicción no es delito, por más que bajo sus efectos se cometa toda clase de delitos. El consumo de drogas no es pecado aunque el último Papa lo haya decidido así. La adicción es una enfermedad del alma. Y como ha ocurrido con todas las pandemias que en el mundo han sido, es una metáfora del ambiente en donde se produce. Y como toda enfermedad de la mente y el espíritu, habla más de quienes se creen ‘sanos’ que de los que se muestran enfermos.
Con frecuencia, cuando en una familia se presenta un problema psiquiátrico, si con el tratamiento adecuado esa persona comienza a superarlo, otro miembro de la familia manifiesta síntomas, si no de lo mismo, de algo similar. ¿Por qué? Porque el enfermo original no era más que el síntoma de una patología familiar.
Quienes conocen el tema dicen que la adicción nace de una falta de arquetipo paterno. Surge entonces la idea de que en esta sociedad de súper mamás, hedonismo más allá de cualquier lógica, consumismo irracional y desarticulación familiar, de hecho, sin el arquetipo paterno, que es el que a través del orden y la cultura pretende moderar la predominancia del instinto y el desenfreno, no es extraño que esta enfermedad, en otras épocas casi inexistente, ahora sea uno de los males más comunes y ‘emperrados’.
La adicción también habla de dolor y de falta de fortaleza espiritual para saber resistirlo. De una necesidad imperiosa de calmar un profundo dolor interno. ¿Qué le duele al adicto? Le duele la vida. El sinsentido. Los vacíos afectivos que se acarrean desde la infancia e incluso los de generaciones anteriores. Con demasiada frecuencia, una persona adicta quiere morir para ya no sentir. En un mundo que pretende llenar la vida con objetos, sean estos un celular blackberry o un balero del Chavo, el vacío del alma no tarda en hacerse sentir de cualquier manera, y cuando no se pueden conseguir los objetos o cuando descubrimos que los objetos no bastan y el vacío se vuelve intolerable, entonces las sustancias que alteran los estados de conciencia pueden resultar un buen sucedáneo para ayudarnos a seguir con la vida… o a terminar con ella.
Pero si vamos un poco más allá, el ‘pecado’ de la adicción, como muchos pecados de herejía, habla también de búsqueda. Y en muchos casos habla de una búsqueda espiritual, aunque sea con los procedimientos más erróneos y las terribles consecuencias que conocemos. Ese intento de comprobar si las supuestas verdades con que nos desmamantaron realmente lo son. Y el dolor de descubrir que no es así.
Si bien en el corto plazo la prevención y cierto tipo de control podrían parecer soluciones válidas para esta enfermedad, me atrevería a afirmar que la verdadera solución se dará a un plazo muy largo. Como a los bárbaros de Kavafis, el mundo actual necesita de los adictos para tener, por un lado, una excusa para armar aparatos represivos y círculos de poder; y por otro lado los adictos son necesarios para constituirse en el espejo de nuestro propio mundo vacío de significados y de calidez.
La verdadera vacuna contra esta epidemia consiste en la recuperación del alma: del alma del mundo y de las almas de las personas. La pregunta sería ¿cómo hacerlo? Más allá de las soluciones policiales y de la inútil normativa religiosa, el trabajo espiritual que ya se aplica en muchos procesos  de rehabilitación y apoyo a adictos puede ser una herramienta válida, por el momento, porque tal como está, cambiar el mundo nos tomará milenios… aunque no se descarta que se lo pueda hacer.

IDEAS COMUNES EN TORNO A LA DROGADICCIÓN (III)

Una de las primeras acciones del papa Benedicto XVI en su pontificado fue la de ‘elevar’ la drogadicción al estatus de pecado. Como muchas cosas que hacen los pontífices, supongo que pensó que con eso ya era suficiente. Y debe estar durmiendo muy tranquilo respecto del tema, mientras en el mundo la gente se sigue drogando (como sigue fornicando, mintiendo y matando) sin el más mínimo recato. O sea, ahora drogarse ya es pecado. Hurra.
En el mundo legal, drogarse, vender droga, comprar droga siempre ha sido pecado. Y un pecado gravísimo que, como todo pecado, trae grandes réditos no necesariamente a los pecadores a pequeña escala, sino a quienes medran de la debilidad humana ante las sustancias. La penalización de las drogas, de su uso, de su producción y de su expendio es, hoy por hoy, uno de los pilares que sostienen la economía mundial. Y tal vez ese sea uno de los principales motivos por los cuales se la mantiene aunque resulta evidente que tal penalización no ayuda para nada a solucionar el gravísimo problema de la adicción a las drogas en nuestro mundo y en nuestro tiempo.
Ahora último, en nuestro país, ha comenzado a aplicarse una especie de ‘Ley seca moderada’, con la intención de reducir las tasas de delito, concretamente de homicidios, que van al alza. Se sigue pensando que la calentura está en las sábanas. La culpa de los asesinatos no la tienen la sobrevaloración del dinero ni la desvalorización y el irrespeto a la vida humana (a cualquier clase de vida, diríamos), sino el alcohol. Ah, ya. Si hubiéramos sabido eso antes, cuántas vidas se habrían salvado, ¿no? En cualquier borrachito de esquina se puede esconder un peligroso asesino en serie, y así nos olvidamos del acertado proverbio de que, por otro lado, ningún borracho come mierda.
El discurso oficial respecto del tráfico de drogas sigue siendo el de la penalización y el control como medida infalible. A las familias, a los padres y a las madres se nos insta a espiar y revisar las pertenencias de nuestros hijos y a establecer un estricto sistema legal de control. No quiero con esto afirmar que esté mal que en los hogares haya normas claras y consecuencias firmes ante ciertas conductas, pero eso no lo es todo. Cuando se evidencia que un hijo o una hija por desgracia consumen drogas, la primera pregunta/acusación que se hace es: “¿Y cómo lo pudiste permitir?” “¿Por qué habrás perdido autoridad?”
En esta misma línea, se insta a las autoridades de los colegios y a los profesores (lo dije en una entrega anterior) a vigilar y controlar la distribución y el consumo en las aulas, desconociendo por otro lado la personalidad escurridiza y hábil de los adictos y de los ‘brujos’, que con frecuencia son una misma persona. Se nos eleva a todos al rango de detectives privados, tengamos o no las aptitudes para serlo. No podría negar que muchas de las personas que están a favor de mantener la penalización de la distribución y el consumo de drogas tienen buenísimas intenciones y lo hacen de buena fe. Sin embargo, es precisamente en la prohibición en donde se asienta el narcotráfico como una de las más perversas y productivas industrias de nuestro tiempo.
Por otro lado, y cuando el mundo tiene ya una edad que sobrepasa en mucho la madurez, convendría que comprendiéramos que las prohibiciones, no en todos, pero sí en muchos casos, lo único que logran es exacerbar el deseo de probar y de hacer lo ‘prohibido’. Y el consumo de drogas es uno de los ejemplos más patentes de esta realidad.

IDEAS COMUNES ENTORNO A LA DROGADICCIÓN (II)

Una de las más comunes ideas o teorías respecto de la drogadicción es la de la prevención. Diríamos Prevención, así, con p mayúscula. Sabemos, como dice algún refrán, que una persona prevenida vale por dos, y que más vale prevenir que lamentar. Sin embargo, de lo que se puede observar, quizá la Prevención en lo que se refiere al uso de drogas no esté demasiado clara.
Por ejemplo, para prevenir el uso de drogas en nuestro hogar se nos aconseja el más descarado espionaje: observa a tus hijos. Observa con quién se llevan. Observa cómo tienen su habitación. Observa la música que escuchan. Observa su lenguaje, su aspecto, su olor. Cuando no estén presentes, hurga, revisa sus mochilas, ausculta el interior de sus libros, los bolsillos de su ropa. Ponte pilas. Si andan con los ojos rojos no ha de ser porque han llorado o se han trasnochado.
La pregunta clave es: ¿se puede vivir así? Digo, entrando en una definición de vida acorde con lo que se ha dado en llamar “sumac causay”. Al promover este tipo de actitud, lo único que se está haciendo es favorecer algo que, en últimas, es tan pernicioso como la misma adicción: Codependencia, y si la pongo en mayúsculas es porque la Codependencia no es otra cosa que la adicción a cualquier persona, en este caso al adicto: la adicción a pretender que se puede controlar su vida, a la ilusión de que es posible impedir que consuma sustancias, y en últimas una adicción tan insidiosa, incurable y mortal como puede ser la adicción a la base de cocaína o a la heroína.
Otra sugerencia para prevenir el uso de drogas es la información. Tal vez esto sí resulta más lógico: informar a nuestros jóvenes acerca de los peligros y los daños que las sustancias producen en el organismo humano. Esto me lleva a recordar con ternura mis años colegiales, cuando un poco de monjitas bien intencionadas (no lo dudo) decidieron que una forma de evitar que usáramos y abusáramos de nuestra sexualidad era informarnos. Todavía recuerdo esa lámina tamaño mapamundi del corte longitudinal de un pene gigante con el que pretendían darnos una educación sexual apropiada.
Por otro lado, y poniéndonos la mano en el corazón: ¿previene algo la información? Porque existe otra información de primera mano que también es cierta y real: la información acerca de la maravilla que es consumir cierto tipo de sustancias. ¿Qué importa que se te dañe el cerebro de por vida si has conocido el paraíso aunque sea por un par de segundos? En un mundo, en una cultura inmediatista y hedonista como la nuestra, ¿qué aporta la información a la prevención en el uso de drogas? ¿realmente a una persona adicta le importa lo que las sustancias que consume le hagan a su organismo? Un adicto a lo que sea busca llenar con sensaciones los huecos de su vida emocional, y la información biológica acerca de los efectos de inhalar pintura o cemento de contacto poco o nada puede hacer en relación a esa desesperada filiación con la sustancia. Y por otro lado, sabido es que lo prohibido, tenga los efectos que tenga, llama mucho más que lo permitido. Si observamos la historia del siglo XX, las grandes eclosiones en el tema de la adicción se han dado como respuesta a sistemas excesivamente opresivos, moralistas, pacatos e hipócritas.
Tal vez este sea el momento de dejar de ver la adicción como un problema ajeno y comenzar a mirarlo con la humildad de quien se sabe dentro del tema aunque sea colateralmente.

jueves, 14 de junio de 2012

IDEAS COMUNES EN TORNO A LA DROGADICCIÓN (I)


Estamos asustados. La edad promedio de inicio de consumo de drogas ha bajado a menos de doce años y medio. Sabemos (nos acabamos de dar cuenta, parece) que los lugares de mayor expendio y consumo de las drogas son los otrora templos del saber: los colegios. Nos aterra que ahora también las mujercitas comiencen, a la misma edad que los hombres, a experimentar con sustancias. El CONSEP está asustado. Las mamás están asustadas. La planta docente y administrativa de todos los colegios se pone alerta.
Y entonces comienza, como no podía ser de otra manera, la irrupción de la moralina y sus lugares comunes en el discurso al uso acerca del tema. Y la tiradera de la pelotita a todo el que no sea nosotros.
La primera cosa: la culpa es de los padres. Y de las madres. Puede ser, si resultara, en últimas, útil que la culpa sea de alguien. Entonces las madres lloramos y los padres puñetean las paredes vociferando que nosotras hemos educado mal a los niños. Porque sabido es que, en la práctica, solo las madres educamos, sobre todo si es mal. O viceversa: los padres se quedan callados (sabemos que es mentira, pero los hombres no lloran) y las madres les acusamos de ser distantes y huidizos en la relación con los hijos. Qué más da. El caso es que el daño está hecho y la búsqueda y escarnio de culpables lo único que hace es provocar más dolor y amargura.
Segunda cosa: la culpa es de la crisis actual de la familia. Sí. Y no. Existen familias muy desarticuladas en las que no hay el problema de la adicción. Y familias muy bien constituidas –hasta donde se ve – en las que hay uno o más adictos. Culpar al divorcio de la adicción es como culpar al calentamiento global de la neumonía. Puede ser. Pero no siempre. Cada caso es distinto y la generalización suele conducir a la injusticia.
Tercera cosa: esta la escuché en la Tv, y era una acusación más. Parte de la culpa la tienen los profesores de los colegios, que no se ocupan en sus aulas del tema de la prevención. Ah, ya. O sea, aparte de planificar, enseñar, mandar deberes, corregir deberes, tomar exámenes, corregir exámenes, pasar notas, elaborar el currículo, dar consejos, trabajar en tres colegios y una universidad para redondear el sueldo y un vasto etcétera, los docentes debemos estar, como se dice vulgarmente, ‘moscas’ para aplicar prevención porque el semillero de la adicción está en el aula. Se podría aceptar una culpabilización de todo el sistema educativo, tal vez, que no ofrece el tema de la prevención como un eje transversal dentro del currículo. Eso lo acepto. Pero ponernos un INRI más a los maestros porque no prevenimos el uso de drogas ya pasa de castaño oscuro, aparte de que puede resultar inexacto, y también muy injusto.
Cuarta cosa: la televisión, la música, los medios… A veces pienso que la persona que inventó la televisión lo hizo bajo el encargo de los cazadores de brujas que nunca faltan porque de ese modo al famoso aparatito conocido como “la caja boba” se le podía por fin echar la culpa de todo. Los niños se drogan porque ven demasiada televisión. Ya está. Los niños se drogan porque una vez los Beatles compusieron y cantaron una canción llamada “Lucy in the sky with diamonds”… o sea, bastaría ver cuánta gente la ha escuchado y no se ha drogado jamás (entre ellos yo) para darse cuenta de cuán falsa es la aseveración.
En fin: esta historia continuará…