martes, 29 de abril de 2014

VI UN BEATLE DE VERDAD


Es típico que cualquier cosa de la vida termina volviéndose hacia la infancia. A la vieja casa del barrio de San Roque donde la música no paraba nunca. Donde aprendí, al menos en el aspecto musical, a tener un gusto que me ha costado más de un rechazo, pero no importa. Ahí, entre otras cosas, sonaban The Beatles. Y era lindo. Y los niños veíamos Plaza Sésamo y los títeres cantaban Help, All together now y enseñaban a contar con los números del Submarino Amarillo. Y mi tía tenía el álbum Abbey Road entre sus discos favoritos. 
Así va creciendo una, lo poco que puede. Y la vida de la gente del siglo XX es diferente a la de los siglos anteriores porque tiene banda sonora. Y la banda sonora de la vida de cada uno se vuelve entrañable. Porque los deberes del colegio se hacían al lado de un pequeño radio de pilas en donde desde la desaparecida Radio Musical las voces del cuarteto de Liverpool acompañaban las ecuaciones y los análisis literarios y los cuestionarios de las Ciencias Sociales así, como acompañan los buenos amigos, sin hacer mucho más que eso, solamente estando. 
Porque en el precario inglés que además nos negamos a aprender en los tres últimos años de la secundaria se dicen esas cosas que hemos sentido, que hemos vivido, que sabemos cómo iluminan o cómo pueden llegar a doler, desde muy temprano ya. 
La tía envejece. La casa se deja. Gente va, gente viene. Solo la música queda, como un aroma que permea la memoria. Y ahí están The Beatles, aunque ya no sigan juntos, lo cual poco importa para el efecto de seguirlos escuchando. Un día del primer año de universidad, cae el primero, abatido por las balas de un fanático demencial del signo que sea, poco importa eso. Desconcierto: son mortales. Diríamos, en quiteño: han sabido ser mortales. 
Años después, cae otro. Esta vez es el cáncer. Mortales. Y sin embargo, inmortales como sus canciones, como su presencia en el pequeño radio de pilas ahora reemplazado por el toca discos, el toca casetes o lo que sea que venga. Pero ellos se mueren. Y a este país nunca viene (venía) nadie. Ya se sabe: paisito tercermundista, cuya capital roba el oxígeno de los visitantes y que en realidad hay gente que ni siquiera sabe que existe. 
Por eso, cuando uno de los dos que quedan decide venir es algo así como "el sueño del pibe", que dirían en Argentina. 
Y un día feliz para esta ciudad Paul McCartney aterriza en Quito. 
Y es más mirarlo ahí, dueño del escenario, entre el humor y la nostalgia, entre la dicha y esa punzante conciencia de que todo lo bueno siempre dura menos de lo que quisiéramos. Inagotable. Bello. No importa si los altos nos tapan. Nos vamos hacia atrás. Y dice "A Long and Winding Road" como un derechazo directo al nudo de la garganta. Y dice "Blackbird" y no lo podemos creer. Y dice "Here today" (para su hermano John) y nos manda de un plumazo a algún paraíso cercano. Y dice cosas en castellano. Y se ha dado el trabajo de aprender palabritas ecuatorianas como "Achachay", "chévere"  y "Una canción de yapa..." Y dice "Something" (como un guiño a su 'compadre' George) y saca el aire. Y dice "Hey Jude" y enloquecemos. Y sale al escenario. Y no se hace de rogar. Nada. Y bailamos. Y cantamos. Y somos felices con esa felicidad que solo las navidades en la infancia remota eran capaces de provocar tan limpiamente. Y flamea las banderas de su país y el nuestro en un gesto que convierte los recuerdos de la Tatcher en una pesadilla ya olvidada. Y dice "Yesterday" y todas nuestras penas de amor regresan vestidas de ángeles de la guarda, porque eso es la música, porque eso es, eso siempre fue su música: el ángel de la guarda del corazón, aunque no la podamos comprender muy bien.
Alguna vez, en una entrevista muy bella, otro de esos genios que gracias a la vida existieron, Julio Cortázar, dijo que sus dioses estaban en la tierra. Él, que era otro de esos dioses, lo sabía muy bien. Y así es. Aterrizan en Quito cuando menos se espera. Tienen más de setenta años y brincotean como adolescentes en un escenario a 2800 metros de altura. No se cansan nunca. Regalan con su música y sus palabras de nuestro propio léxico un amor más allá de película romántica. Y si son mortales... casi no se nota.

lunes, 14 de abril de 2014

LA PIEL DE LA OVEJA

Me cuentan que el elegido Alcalde de Quito, Mauricio Rodas, está recurriendo a personajes de la Centro Izquierda socialdemócrata e incluso al mismo exalcalde Paco Moncayo para armar su equipo de trabajo en el período siguiente. 
También se filtra en la información que el exalcalde Moncayo está entusiasmadísimo con las propuestas y planes de Rodas. Sorprende, pues en las últimas elecciones estuvo como candidato por Ruptura 25, un movimiento que se promociona más bien como izquierdista, y según todos los medios de comunicación que cubrieron con mucho entusiasmo el triunfo de Rodas sabemos que "La derecha ganó la Alcaldía de Quito".
Pero ahora resulta que Rodas no ha sido tan de derecha. Esa es la idea que está vendiendo, al menos en ciertos ámbitos. Está interesadísimo, por ejemplo, en los temas que constituyen, a mi juicio, el talón de Aquiles de este gobierno: el matrimonio igualitario y la despenalización del aborto. También pretende coquetear con ciertos movimientos animalistas, lo cual resultaría bastante cínico si nos podemos a ver la ambigüedad de su posición ante la abolición de las corridas de toros en el cantón Quito. 
En política, lo sabemos, no hay amistades, sino intereses. Y por otro lado, nada es inocente: es el reino del cálculo, y la traición está a la orden del día. Si bien Rodas jamás mostró su postura ante temas ligados a la liberalización de una ética de comportamiento antes ligada a los valores católicos y tradicionales, ahora quiere pescar, en su política social, a río revuelto: ganar la simpatía de quienes se han decepcionado por la postura ultraconservadora del gobierno actual, y particularmente del presidente Correa ante los temas mencionados. Muy pronto (si no lo ha hecho ya) se pondrá a apoyar a los Yasunidos y a gente por el estilo (aunque bien sabemos cuánto le puede durar), apelando a los nobles sentimientos de la gente, al ecologismo, a la equidad... y tejiendo de esta manera un disfraz de oveja bastante convincente en su camino para convertirse en un candidato que le 'haga calor' a quien presente Alianza País para las próximas elecciones presidenciales.
Hay que ser demasiado inocente para no advertir el disfraz de oveja. Sin embargo, la decepción de algunos grupos es tan grande que  están decididos a hacerse eco del odio de los otros para conseguir lo que el régimen actual les ha negado o de alguna manera ha pospuesto en su particular agenda. Está visto que Rodas coqueteará con todos los estamentos de la sociedad quiteña para conseguir visibilizarse como un adecuado presidenciable, pero basta recordar la experiencia con Yamil Mahuad para ponerse alerta con la factura que nos puede venir en el futuro a mediano plazo. 
De igual manera, no está mal recordar el tiempo en que Lucio Gutiérrez hacía campaña rodeándose de indígenas y haciendo proclamas que hasta a la izquierda le parecían revolucionarias, ofreciendo el oro y el moro al que es y al que no es. Muchos le creímos, y así nos fue.
Tal vez ahora es el momento conveniente para que el Presidente Correa y su equipo echen una mirada a su caduca posición (confesional, además, dentro de un estado laico) ante los temas de moral personal como son el aborto y el matrimonio igualitario. Con las actuales tecnologías de realidad virtual, las pieles de oveja progresista pueden ser bastante convincentes; y cuando el lobo decida dar el mordisco definitivo, es posible que ya sea tarde para tomar medidas.