martes, 12 de febrero de 2013

JULIO CORTÁZAR


Hace veintinueve años estaba escuchando la Radio Exterior de España en onda corta mientras hacía mis deberes de la universidad, cuando de repente saltó la noticia: Julio Cortázar acababa de fallecer en París. Me tocó. En aquel entonces era muy joven, y Cortázar se me aparecía en el panteón de mis dioses como uno de esos seres que no adolecen de la principal característica de los seres humanos: la mortalidad.
Poco tiempo antes lo había descubierto, movida por la curiosidad que me ocasionaron algunos sucesos universitarios de los que prefiero no acordarme. Y todavía recuerdo el extraño sentimiento, mezcla de pánico y fascinación, que me acometió al leer el emblemático cuento "La noche boca arriba", o la sorpresa que siempre acompañó los encuentros con sus palabras, con su finísima ironía, con su humor inteligente, con la fuerza poética y el desconcertante y maravilloso mundo al que siempre me condujeron sus palabras, sus poesías, sus cuentos.
Aquella fue tal vez la primera vez que tuve un sentimiento de orfandad ante la muerte de alguien que, técnicamente hablando, era un perfecto desconocido. Curiosa familiaridad la que compartimos con nuestros 'ídolos' sin que ellos lo sepan ni lo sientan igual.
Sin embargo, mientras va pasando el tiempo y miro el asombro en los ojos de mis estudiantes, y cómo sus palabras continúan llegando a las mentes y las almas de los jóvenes más allá de la muerte y la caducidad de las personas, comprendo que, ya en vida, Julio Cortázar era aquello que llamamos un clásico, y que lo seguirá siendo a lo largo del tiempo. Pues sus aportes a la literatura, y a través de ella al alma y a la consciencia de las personas van más allá de lo meramente accidental, no pueden constituirse en moda ni barniz cultural.
Salud, maestro, en el aniversario de su paso a dimensiones más etéreas. Y como digo siempre: gracias por existir. Y por seguir existiendo a través de sus historias.