miércoles, 20 de noviembre de 2019

LOS INTOCABLES


Suele circular por ahí una reflexión interesante. Si una persona te dice ‘gordo’, es su opinión y tal vez no haya que darle importancia. Si son dos, sin relación entre ellas, quienes te lo dicen, puede todavía seguir siendo eso: una opinión, aunque no estaría por demás subirse a una balanza a ver qué ondas. Pero si son tres o más las que te lo dicen, sería el momento de hacer ejercicio, ponerse a dieta o agendar una visita a un profesional de la nutrición. Todo esto, si entre los críticos no se han puesto de acuerdo entre ellos para el cargamontón y si lo hacen con una intención transparente, cabe aclarar.
Y es eso lo que ha pasado con la actitud del periodismo ecuatoriano últimamente. Ya no son solamente los reclamos del expresidente Correa, ya no es solamente la caída del 'rating' de varios medios convencionales ante los medios alternativos, sino las críticas de otros sectores. Entonces, ante un sermón pronunciado por Fernando Ponce León, Rector de la Universidad Católica del Ecuador, en donde censura el papel inquisidor de cierta prensa, el pleno de esa misma prensa se rasga las vestiduras, se ofende y, como tiene a la mano los medios necesarios, comienza con una andanada de críticas ácidas, caricaturas, editoriales en periódicos, noticias de redacción malintencionada, etc., etc., etc.
Por supuesto, no falta la estigmatización: ‘correista’. Su discurso se parece al de Correa, gritan, vociferan, lloran, se indignan, dibujan. Y como siempre, quizá para darle la razón al señor Ponce, lo inquieren, como relata el mismo periodista que estuvo presente en la misa, quien, en un acto sin precedente, va a comulgar no con la sana intención de recibir el cuerpo de Cristo para alimentar su espíritu, sino con la bastante menos santa de inquirir al sacerdote in situ sobre su homilía. Es tal la inquina que le provocan las palabras del oficiante, que ni siquiera es capaz de esperar a que termine la misa e ir a plantear su reclamo en la sacristía, como a veces hace la gente común, sino que comete el sacrilegio de ir a comulgar sin prepararse para poder hacer el reclamo en el lugar y el momento menos adecuados. O sea, usa el acto de la comunión para pelear, más claro. Porque él es periodista, suponemos, y está más allá del bien y del mal y por encima del común de los mortales. 
No hace falta tener demasiadas luces para comprender y concordar con las afirmaciones de Ponce. Se ha visto con mucha frecuencia a presentadores de televisión, sobre todo, literalmente atacar a sus entrevistados si no respondían a las preguntas diciendo lo que el entrevistador o la entrevistadora pretendían que dijeran. Se ha visto a entrevistadores y reporteros de calle interrumpir entrevistas con enorme displicencia porque no seguían el rumbo por ellos y ellas planificado. Todo esto, además, dependiendo o no de la coincidencia ideológica entre el entrevistado y el entrevistador. El tono enérgico, dictaminante, pontificante, nos atreveríamos a decir, de muchos presentadores y comentaristas de televisión da para pensar que, por alguna razón que no queda muy clara, son (o se consideran) dueños de la verdad absoluta. Y todo lo aquí afirmado se puede comprobar a través de la simple observación de las grabaciones en audio o video de las intervenciones y entrevistas de la radio y la televisión.
Caso aparte es la agresividad que destilan ciertos artículos de opinión (siempre la misma opinión, por otro lado) de la prensa escrita. Agresividad que muy bien puede calificarse como odio, aunque sus autores con frecuencia declaren no odiar a nadie o no dejar que el odio se enseñoree en sus corazones. 
Sería bueno que, por una sola vez, en lugar de arrogarse una razón que tal vez no siempre tengan, los comentaristas, presentadores, reporteros y editorialistas dejen de mirar a quienes los critican y se miren a sí mismos y a las consignas que cumplen. Es decir, que dejen de victimizarse como los pobres agredidos por Correa (su inextinguible fantasma), y comiencen a preguntarse en serio por qué han bajado tanto su ‘rating’ o las ventas de sus periódicos. Por qué la gente prefiere informarse a través de las redes sociales, aunque sea como una fuente válida de contraste para tener una información más completa y menos sesgada. ¿Será solo porque Correa fue malo con ellos? ¿Será solo porque un sacerdote en una misa dominical expresó algo que se acerca bastante a la realidad? ¿No será, mejor, de ponerse a dieta de interrupciones, displicencia, mordacidad y agravios? Incluso mucha gente que coincide con su posición ideológica prefiere no seguir los noticieros debido a la carga de agresividad que se maneja en ellos.
Pero además hay otro aspecto digno de tomarse en cuenta: debido a la simpatía manifiesta del papa Francisco I hacia algunos líderes progresistas latinoamericanos, hoy en día también se orquesta una campaña de desprestigio contra la iglesia católica y sus instituciones. Parte de eso forman, por ejemplo, las denuncias de un gris personaje autodenominado ‘diácono permanente’ y llamado por nombre y apellido Jorge Sonnante, que en lugar de ayudar a dar la comunión a los fieles como es la función de cualquier diácono que se respete, ha comenzado a recorrer medios de comunicación denunciando (falsamente, según personeros de la misma iglesia) actos de corrupción de los personajes citados en contubernio con el papa Francisco (¡plop!). Aunque ha sido desmentido con buenos argumentos, su tenacidad y su cada vez más frecuente presencia en medios y redes es bastante sospechosa, más allá de su vacilante lectura y la pobreza y enrevesamiento de sus argumentos, llegando incluso a pretender impedir la asunción al poder de Alberto Fernández en Argentina con el argumento del fraude. Es decir, pretende organizar un quilombo semejante al boliviano.
Como parte final, El Comercio publica un editorial de Miguel Rivadeneira titulado “No más odio desde el púlpito”. Es un artículo de opinión. O sea, aunque les duela a su autor y a sus editores, una mera opinión, válida, claro, pero no más que eso. También se podría decir, y con bases ciertas: “No más odio desde la prensa”. No más manipulación. No más entrevistas interrumpidas porque el entrevistador piensa con su propia cabeza. No más campañas de desprestigio contra la libertad de expresión del cura que se expresa desde el púlpito ni contra un expresidente que ya no está pero que es el pretexto ad hoc multiuso para cualquier acusación fuera de tiempo y lugar. 
El mundo sería otro si cada uno se exigiera a sí mismo la décima parte de lo que exige a los demás. Ah, y si van a comulgar, averigüen bien cuáles son las condiciones adecuadas para recibir el sacramento.