miércoles, 30 de noviembre de 2011

REFLEXIONES TAURINAS


Ahora último, a propósito de las polémicas por las corridas de toros, a la gente de Quito le ha dado por reflexionar. Profundamente.
Los primeros que reflexionaron fueron los concejales. Se pusieron minuciosos, los chicos. Hilaron fino, finísimo, y dedujeron algo importantísimo: que como la pregunta de la consulta popular del 7 de mayo pasado se refería a abolir en el cantón los espectáculos que implicaran la muerte de un animal, mientras no se matara al toro en el espectáculo todo estaba bien, entonces crearon la corrida de toros con muerte del animal fuera de la arena. Igual obligan a pelear al toro con otro animal mucho menos pesado pero infinitamente más sagaz y diestro. Igual le clavan banderillas, o sea, lo torturan. Y no solo eso, lo peor de todo: igual lo matan, solo que no en público. O sea, Maquiavelo y su sombra habrían estado felices con semejante nivel de reflexión. 
Luego, ya en la feria sin muerte pública, hubo un incidente que llevó a la gente a seguir reflexionando más o menos igual que el pensador de Rodin: un toro dio una cornada (afortunadamente no fatal) a un joven torero. Entonces, según el inefable diario Hoy, la gente reflexionó: "Los toros sí pueden matar, nosotros en cambio, no". Igual, profundísimo. Y falso, diríamos, porque, en primer lugar, al toro lo matan nada más abandonar el ruedo, aunque no sea el torero quien lo haga, y lo hace un humano. En segundo lugar, la idea de la consulta popular no era esa: fue la reflexión de los concejales lo que condujo a este tipo de hechos, pues se trataba de que ningún toro vuelva a morir en un ruedo y de que ningún torero vuelva a poner su vida en riesgo en lo que se llama la "fiesta brava". La idea era suprimir las corridas de toros como un ritual sangriento en donde el ser más arrogante y asesino de la naturaleza se divierte siendo cruel con otro ser, justificándose, como es costumbre humana, con toda una gama de pretextos tan convincentes como perversos.
El tercer nivel de reflexión también se relaciona con esto. Al no poder matar al toro, los toreros (o sus defensores, mejor dicho) dicen que esto es injusto, pues mientras el torero pesará un máximo de setenta kilos, el toro pesa un promedio de quinientos. En este punto yo también reflexiono honda, profundamente, y lanzo la pregunta: ¿quién les mandó a meterse a toreros? pues deduzco que un ser de setenta kilos que se enfrenta con uno de quinientos por el puro gusto de hacerlo está sobrepasando peligrosamente la débil línea que separa la valentía de la imbecilidad.

lunes, 28 de noviembre de 2011

LA LECCIÓN DEL GRANIZO

El sábado pasado en Quito, la ciudad donde vivo, cayó una granizada espectacular. Y hubo los problemas de siempre, claro, sobre todo a nivel de tránsito y de circulación por las calles.
Sin embargo, esa no es la lección de la que me gustaría hablar hoy, sino más bien de otra: el granizo cubrió de blanco el parque de la Carolina, en el centro norte de la ciudad. Aquí, en una parte del mundo en la que la única nieve disponible es la de los nevados, de repente la gente se sintió transportada a otro tiempo, a otro lugar, y con una capacidad de asombro que los quiteños promedio parecíamos ya no tener, salieron a regodearse con el granizo: hicieron muñecos, se arrojaron "bolas de nieve", sintieron el frío en los pies descalzos... en fin, fueron felices.
Y fueron felices con poco. Con el instante en que se rompió la rutina cotidiana de una tarde de sábado.
Yo me pregunto, ¿será difícil en el resto de la vida enfrentar esas roturas de la rutina cotidiana como lo hicieron los quiteños la tarde del 26 de noviembre? ¿Será posible dejar de quejarse, de lamentarse, de ver en qué nos afecta todo, y simplemente asombrarnos y salir a ser felices con lo que hay a la mano? ¿Será que todavía podemos maravillarnos, encontrar al niño o a la niña que llevamos dentro y tomar como un regalo del cielo cualquiera de esas granizadas imprevistas con que la vida nos sorprende a cada paso?
Ojalá que así sea.
Siempre.

martes, 22 de noviembre de 2011

CON MI CORAZÓN EN YAMBO, O EN UN BUEN DESQUITE NO HAY VENGANZA

No he querido intervenir en seguida, aprovechando la efervescencia del momento. He querido dejar reposar las emociones, pensar un poco, observar el cauce que van tomando los hechos tras la exhibición del documental de Fernanda Restrepo Arismendi, Con mi corazón en Yambo.
Como todos quienes vivimos en el Ecuador en la segunda mitad de la década de los ochenta, recuerdo el suceso. Y recuerdo otras cosas: las fotos de supuestos guerrilleros muertos a balazos que aparecían en la prensa, por ejemplo; el apresamiento de tres jóvenes hermanos universitarios (cada uno de una universidad de las tres que existían en aquel entonces: Central, PUCE y Politécnica); el estremecimiento al sentir el paso de un camión de escuadrón volante por al lado de una. A nuestra manera, este paisito también tuvo su reinado del terror. Teníamos miedo. No el miedo de utilería que se pretende reciclar en estos días. Un miedo de verdad. Porque aquel gobierno, que técnicamente  tampoco era una dictadura, sí se comportaba como tal: ahí sí hubo represión, muerte, tortura, desapariciones forzadas...
Se han dicho muchísimas cosas sobre el documental de Fernada Restrepo. Y casi todas están encaminadas al hecho histórico de la desaparición. Sin embargo, yo quisiera centrarme en el coraje y los arrestos de esta mujer joven, aparentemente frágil, que ha sabido hacer del dolor de su familia un testimonio más allá de lo circunstancial. Porque la obra de Fernanda Restrepo es, además de un documental, el relato épico de la lucha de una familia, y particularmente de dos personas, por mantenerse a flote en medio de la tragedia que, por otro lado, no es solamente el secuestro, la muerte y la desaparición de dos niños inocentes, sino el enfrentamiento de la gente de bien con las formas más arteras, solapadas y estridentes de la perversidad humana.
Sorprende la capacidad policial e institucional para negar lo evidente. Tal como los niños pequeños cierran los ojos y así piensan que no se los ve, los implicados en el caso Restrepo y en otras acciones policiales contra la gente, como el 30 de septiembre, piensan que negando lo que todos sabemos que sucedió los hechos podrán desaparecer del pasado.
Con mi corazón en Yambo es una suerte de llanto. Esos llantos que solamente el arte nos permite llorar, más allá de las lágrimas líquidas y los sollozos desgarrados. El llanto de una niña cuya tragedia comenzó la tarde en que nadie la pudo ir a recoger de una fiesta infantil. El llanto de una familia que aprendió las diversas variaciones que la pena y la indignación encuentran para manifestarse y para convertirse en emociones trascendentes más allá de la simple lamentación. Porque gracias a este llanto de Fernanda Restrepo, gracias a sus imágenes y a su particular y estremecedora poética los ecuatorianos y ecuatorianas también podremos llorar la lástima de nuestra institucionalidad, el asco de la consuetudinaria maldad de quienes deberían cuidar de nosotros, la vergüenza ajena de su cinismo y su hipocresía. Y tal vez ese sea uno de sus mayores méritos.
Mucho me temo que, yendo en contra de la defensa de su honra, la Policía y los gobiernos de turno de aquel entonces jamás reconocerán su verdadera participación en este crimen y en las circunstancias que condujeron a él. Sin embargo, me atrevería a decir que ya no hace tanta falta. Fernanda Restrepo Arismendi ha sabido hacerse justicia por su propia mano sin necesidad de mancharse de sangre, como solo las almas nobles lo pueden hacer: a través del arte, de las imágenes y de la palabra, por encima del odio y la bajeza de quienes sembraron el dolor en su vida y la de su familia.

FICHA TÉCNICA:

Título original: Con mi corazón en Yambo
Dirección María Fernanda Restrepo Arismendi
País: Ecuador
Idioma: Español
Categoría: documental
Duración: 137 minutos
Año de producción: 2011
Guión: María Fernanda Restrepo
Música: Iván Mora Manzano
Producción: María Fernanda Restrepo, 

domingo, 20 de noviembre de 2011

YO VOTÉ EN CONTRA DE ESTO

En la consulta popular del 7 de mayo yo voté en contra de las corridas de toros. Y creía que gané. Que ganamos. Por eso, ahora, pertenezco al grupo de quiteños y quiteñas que miramos boquiabiertos y desconcertados los letreros que pululan por todas partes anunciando la Feria de Quito. La Feria Taurina.
No entiendo lo que pasó. No sé en qué momento quién hizo qué. Y tampoco quiero que me lo expliquen. He escuchado argumentos hasta la saciedad: matar un toro no es tan grave como matar un humano, los toros de lidia existen como raza gracias a las corridas de toros, los toros de lidia nacen para morir en las corridas, también se mueren los toreros, es parte de una tradición, quién les va a dar trabajo a todos los que se queden desempleados cuando ya no haya corridas, las corridas de toros crean riqueza, las corridas de toros son un ritual arquetípico y tradicional que no se debe perder...
Al igual que con la Ley de Comunicación, ¿a quién le importa lo que dijo la mayoría? La democracia solo sirve cuando ganan los que tienen la sartén por el mango. Si no, no importa quién vote qué. Un Sí se puede transformar en No. Un No, el rato menos pensado, puede volverse un sí contundente.Cuando la mayoría de votos favorecía al establishment nadie pensaba medio segundo en los derechos de las minorías. 
Muchas veces he pensado que no solo los toros de lidia nacen para morir: también los seres humanos; pero a nadie se le ocurre ir por la calle matando a tiros a la gente porque de todas maneras se tiene que morir. Tal vez, como también se mueren los toreros, sería bueno dejarlos indefensos en la plaza vacía frente a toros enfurecidos que se hicieran justicia con su instinto animal exacerbado. Existen costumbres ancestrales, que son tradición, y que sin embargo son excecrables y tendrían que ser abolidas, por ejemplo la ablación del clítoris de las mujeres en ciertas culturas africanas. Supongo también que cuando se acabó la costumbre de las luchas de gladiadores con animales en las arenas romanas un buen número de gente se quedó sin ese trabajo, pero también creo que encontrarían algo qué hacer. A nadie se le puede ocurrir como una solución al desempleo volver a crear la arena de los gladiadores. Y sobre lo de crear riqueza, que parecería ser el punto más neurálgico de esta situación, pues el narcotráfico también, pero eso no es excusa suficiente para declararlo legal.
Al igual que la OTAN exhibe muchos motivos para invadir y masacrar a los países árabes pero todos sabemos que lo único que quieren es el petróleo, los taurinos pueden decir todo lo que quieran, pero es sabido que lo que más les duele son los codos. Y por hoy ya se los curaron. No importa que se siga manteniendo el rito sangriento de torturar con crueldad extrema a un animal absolutamente inocente. 
Por eso, como quienes votamos en contra de las corridas de toros, y tal vez igual que los toros que serán torturados y masacrados en esta maldita feria, igual que quienes defendieron la causa y por eso fueron excluidos de los medios e incluso de sus trabajos, me siento traicionada. Muy traicionada. 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

TIPOLOGÍA DE LA GENTE QUE CONDUCE AUTOMOTORES EN QUITO

Una de las más grandes y desesperantes Odiseas de la vida cotidiana en Quito puede ser conducir auto por las calles de esta ciudad. Y si bien puede suceder que el vehículo ideal para la crítica a esta circunstancia sea el comentario mordaz, pienso que en mucho una tipología de quienes conducen auto en la ciudad puede ayudar por lo menos a identificar a quienes circulan por la urbe y el riesgo que pueden representar. Entonces veamos, en una lista no exhaustiva, algunos tipos de conductores y conductoras de nuestra ciudad:
  • No tiene ningún apuro: Piensa que la diferencia de ir a pie e ir en auto no radica en la velocidad, sino en el hecho de que en el auto no se va caminando, sino sentados y disfrutando del paisaje. Su parsimonia causa bloqueos, y generalmente a ella se une un muy errático sistema de maniobras como cambiarse de carril sin poner luz direccional, detenerse a leer detalladamente un letrero, a silbar a una muchacha o simplemente buscar una dirección durante veinte cuadras manejando casi siempre por la izquierda a una velocidad inferior a la de arranque de un vehículo normal (15km/h). 
  • Necesita un baño: Es completamente diferente al caso anterior. Su tiempo promedio de viaje, por ejemplo, Quito-Latacunga es de cuarenta y cinco minutos, o menos. Seguramente siempre va con retraso. No le importa un pito la vida ajena con tal de alcanzar su meta en el menor tiempo programado: rebasa sin poner luces, pone luces intensas en los semáforos en rojo y zigzaguea constantemente. En una congestión de tránsito fácilmente puede sufrir un infarto a causa de la ansiedad.
  • La beldad sin tiempo para...: Se maquilla en el espejo retrovisor, y obviamente lo ajusta no para ver el camino que va dejando atrás, sino sus ojos, sus labios o su cabello. Utiliza para ello los semáforos en rojo (y a veces también los que están en verde). Hay momentos en que emplea ambas manos en el maquillaje mientras el auto está en movimiento, creando pánico en todos quienes conducen a su alrededor.
  • El "Odio mi vida... y la de los demás", también comocido como "El vengador de las vías": Por su actitud, se supone que acaba de enterarse de una infidelidad o simplemente lo desmamantaron con leche de tigre (si no algo más grave). Generalmente es hombre, y sus niveles de machismo se encuentran en el percentil superior. Insulta a todo ser humano que interfiere en sus propósitos al volante, manda a realizar tareas domésticas a toda mujer que conduce en su presencia, de cuatro palabras que utiliza, cinco son palabrotas... y todo a gritos. 
  • El enfermo de crueldad: Se caracteriza, sobre todo, porque cuando ve una direccional encendida que pide paso para sortear un obstáculo en la vía, decide no dar paso pero ni por nada y pasa pitando y sintiéndose feliz de su mala acción. Siempre vienen en tandas de por lo menos cincuenta unidades.
  • El hijueputa crónico: Existe una canción de Fito Páez que sentencia, sabiamente: "El mundo está lleno de hijos de puta...", y para comprobarlo basta con hacer cola para curvar a la izquierda en un semáforo con flecha que esté muy concurrido. Todos hacemos cola, un poco impacientes, pero también resignándonos a nuestra suerte cuando, de la nada, surge como una flecha este ejemplar, rebasa toda la cola y se sitúa en primer lugar de una cola paralela que no solo pretende 'ganar' a quienes hicimos la cola, sino que también entorpece la circulación en el otro carril sin que le importe para nada el desajuste urbanístico que produce.
  • El serial killer: Suele ir al volante de un bus interprovincial o urbano. De seguro, si se le pregunta qué es un semáforo o una señal de tránsito se queda en blanco, no sabe de qué se habla. Cree firmemente en el destino, y está convencido de que la gente se muere cuando le llega la hora o cuando él lo decide. Su ventaja sobre Daniel Camargo Barbosa, Ted Bundy o Jack el Destripador es que el destino le permite matar gente por tandas de cincuenta en cincuenta de una sola maniobra. Su desventaja es que con frecuencia él también se cuenta entre los fallecidos. 
Esos son los que se me han ocurrido hasta ahora. Si alguien puede enriquecer esta tipología, mande un comentario a esta entrada del blog.

lunes, 7 de noviembre de 2011

INFORMAR, EDUCAR, ENTRETENER

Se supone que esas son las funciones de los medios de comunicación. Al menos, eso dicen. Sin embargo, de lo que se ve, quizá la idea que tenemos sobre estos conceptos es un poco diferente entre ellos y nosotros. Y vamos por partes:
  • Informar: En mucho, la prensa nacional informa sobre todo acerca de lo que considera desaciertos del gobierno. Los pone en primera página. Incluso tergiversa cosas que podrían ser aciertos para poner su lado malo, feo o cuestionable. También informa, y mucho, sobre cuestiones similares de los gobiernos de Chávez, Cristina Fernández, Daniel Ortega... No ha informado, o lo ha hecho de un modo muy somero, por ejemplo, acerca del premio Cubadisco obtenido por Enrique Males en junio de 2011.
  • Educar: Se considera que pasar documentales de Discovery Channel, National Geographic u otros es hacer televisión educativa, y suponemos que eso forma parte de, pero no lo es todo. Hay una educación más profunda, que pasa por los ejemplos, por los discursos de lo no dicho, por las imágenes, los conceptos, las actitudes. No podríamos decir, por ejemplo, que periódicos como el Extra eduquen. Recuerdo las campañas de desprestigio cuando se propuso establecer la modalidad de introducir la mitad de producciones nacionales en las radios se nos dio un maravilloso ejemplo de rechazo a lo nacional. El negativismo de siempre. Y el otro gran ejemplo: todo se reduce a ganancia, a dinero. Y no se diga nada acerca del imperio de la crónica roja...
  • Entretener: sábado tarde, aburrimiento frente a la tele. La mano recorre los canales una y otra vez. El comentario: "No hay nada qué ver". Suficiente, para qué decir más.
La pregunta que ronda es: ¿para qué sirven entonces, los medios, en general?

sábado, 5 de noviembre de 2011

NO SABER LO QUE SE TIENE



Es un poco triste, pero a quienes vivimos en el Ecuador nos encanta mirar hacia fuera. En todo. Aprendemos cualquier idioma, menos el quichua. Nos encanta demostrar que por ahí, aunque sea de refilón y por mala suerte, tenemos un abuelo aunque sea colombiano. Hablamos dos minutos con un extranjero y el acento se nos pega durante quince días. Nos jactamos de no haber leído literatura ecuatoriana porque fuera de aquí nadie sabe quién es Joaquín Gallegos Lara. Nos jactamos de odiar el pasillo porque es una música tristísima.
Lo tristísimo, más que cualquier pasillo, es que pasemos por la vida sin saber lo que tenemos. Los tesoros de todo tipo que abundan en este paisito tan pequeño y tan autodespreciado que dan ganas de llorar cada vez que se piensa en eso.
Y uno de esos tesoros es un hombre indígena que, sin aspavientos ni poses, da lo que tiene en escenarios que se llenan de magia cuando los pisa.
Enrique Males lleva varias décadas ofrendando a la música su vida y su talento. No solamente canta. No solamente interpreta instrumentos, no solamente cubre la música con la poesía de su suave y maravillosa lengua. No solamente nos obsequia la magia y la profundidad de su voz. No. La música de Enrique Males sana, limpia, cura, da paz y felicidad.
No soy la única persona que asegura haber salido de sus presentaciones con el cuerpo liviano y el corazón tranquilo, como si hubiera recibido un inmerecido baño de belleza y de bondad.
A su talento como músico, a su calidad interpretativa, Enrique Males ha ido añadiendo un formato de presentación en el que las canciones se van engarzando en un ritual purificador. La misma escenografía nos conduce al mundo mágico y ancestral de nuestras raíces indígenes. Los pétalos regados con preciocismo en el borde del escenario nos hablan de que estamos en territorio sagrado, y esta impresión se confirma al escuchar su voz hecha de barro, de tierra removida. Los músicos que lo acompañan son acólitos de este ritual sanador, y la danza de su compañera, Patricia Gutiérrez, no hace sino reforzar la impresión de haber entrado en el reino de la redención del alma.
Ojalá que, antes de que sea demasiado tarde, los organismos encargados de la cultura de este país permitan que más ecuatorianos tengan contacto con la maravilla que es asistir a un espectáculo de este gran artista, cantautor, poeta, excelente músico y artífice de rituales de música que sanan el ser ecuatoriano y hacen que sintamos no solo el orgullo de haber nacido en este suelo, sino que también experimentemos el contacto con un poder superior a nuestra simple y a veces intrascendente peripecia cotidiana.

viernes, 4 de noviembre de 2011

MUCHO QUE DECIR

Miren esos ojos inteligentes, esa expresion profunda y un poquito, solo un poquito coqueta. Es un hombre que tiene mucho qué decir. No me refiero para nada a un charlatán. Tampoco a alguien que a fuerza de hablar nos agota. Y mucho menos a uno de esos seres que no tienen facilidad de palabra sino dificultad de silencio. Me refiero a alguien que dice cosas que, a más de ser tan ciertas como el amanecer de cada día, tienen en encanto de la poesía más fina y precisa. 
Apenas acompañado por un fino guitarrista, y en algunas de sus canciones, por las magistrales manos de Raimón Rovira al piano, en el entrañable escenario del Teatro Sucre de Quito, Joan Isaac nos cuenta sus verdades. Algunas suenan cotidianas, como eso de que a una no le importa nada si tiene cerca a los hijos de madrugada. Otras suenan desgarradoras, como la muerte de un joven anarquista por garrote vil en los últimos estertores de la dictadura franquista. Otras, existenciales como la certeza de la vejez que no espantará para nada a la muerte. Otras, mágicas, como la de las cuatro arquetípicas lunas que anidan en el fondo de su alma.
Y sin embargo, si de algo peca este hombre es de una sencillez apabullante. Esa sencillez que solamente puede hablar de la grandeza del corazón. Tranquilamente, lee los textos de sus canciones en castellano antes de interpretarlas en catalán, en un gesto de cortesía, de deferencia, quizá también de respeto y cariño por quienes lo escuchamos casi con reverencia. Tranquilamente menciona a Quito, mi ciudad, de la que dice estarse enamorando a pesar del susto de un terremoto mañanero. Cuando canta, en su voz resuenan los ecos del Mediterráneo, ese que el viejo Serrat nos ha enseñado a amar incluso mucho antes de conocerlo. 
Una vez, cuando accidentalmente el corazón se me lastimó por un ajeno movimiento en falso, sin saberlo, Joan Isaac pudo poner sincrónicamente en palabras mis sentimientos confusos y encontrados en la preciosa letra de esa canción llamada "Si vols" (Si quieres). Pero no es eso solamente lo que ha hecho por mí, sino mucho más: me ha honrado con su confianza, con su deferencia, con su amistad, con el abrazo y el proverbial par de besos en las mejillas cuando la vida nos hace el bien de reunirnos, con el sencillo pero a la vez invalorable hecho de dedicarme la "Breve canción de amor para dos hijas" en el íntimo concierto de La Estación. Y yo, feliz de existir en el mismo tiempo y planeta que él, solo le doy las gracias por saber hacerlo con la mesura y la profundidad de quien tiene un corazón tan grande como el sol que ve brillar.Y por seguir regalándonos la magia de su música, de su poesía, de lo mucho que aún le queda por decir.