viernes, 1 de febrero de 2019

DEL CORAZÓN DE COCINERA Y OTRAS FALENCIAS INTELECTUALES


a Mari, con amor. 

Después de leer algunas críticas a la ya famosa Roma de Alfonso Cuarón, me he quedado pensando qué busca la gente cuando va a ver una película. Porque creo que mucha gente fue a ver Roma en busca de un tratado sociológico sobre el feminismo, o sea un libro; o a buscar algo así como un reportaje sobre las implicaciones del trabajo como empleada del hogar en los años setenta... y no, obviamente. Hay quien quiso ver germinar la semilla de las reivindicaciones feministas y proletarias en la historia de Cleo, y salió con una decepción como una catedral, obviamente. Me recuerda a aquel fenómeno que también viví cuando mi entusiasmo por Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar chocaba contra una pared cada vez que lo exponíaante algún intelectual de mi ciudad (porque han de saber que aquí abundan). 

Es posible que mis niveles de exigencia estética no estén a la altura de la crema y nata de los cineastas, críticos y sabihondos que en el mundo han sido. Confieso, humildemente, que yo voy al cine a hacer algo que está un poquito por encima del entretenimiento y muy por debajo de las aspiraciones de los expertos y su experticia, porque lo que yo voy a buscar es algo que se acerque a la genuina emoción, a la experiencia vital que hace del arte uno de esos regalos de la vida y quizá lo mejor de la naturaleza humana. Voy a ver una historia, no mucho más que eso: una historia y las experiencias humanas que me pueden emocionar desde la identificación genuina y desde la transposición de vivencias anténticas. O sea, casi nada, supongo. Tampoco soy experta en cine, así que no hablaré de tecnicismos, sino de mi simple experiencia humana con la película de Cuarón.

Porque cuando confronté Roma en la pantalla del televisor de mi casa, por suerte a solas, lo que vi fueron experiencias femeninas que yo conocía de cerca. Sí, tal vez sea un relato aquiescente con las estructuras sociales de entonces y de ahora, pero creo que observar solamente eso es quedarse en el cascarón del relato dentro del cual existen y se viven, como en toda buena obra de arte, experiencias del alma humana, y en este caso sobre todo del alma femenina. Más meritorio aún cuando se miran a través de los ojos masculinos del director Cuarón. 

Roma es una película sobre las diferencias entre las mujeres de diversas clases sociales, pero también habla, en medio de esas diferencias, de las experiencias comunes que pueden compartir mujeres que viven bajo el mismo techo: la incomprensión, el abandono, más grave mientras más pobre es quien lo sufre; el desgarrón íntimo de la soledad y el miedo a enfrentar el futuro de los hijos desde el desconcierto y la ruptura. 

Roma es un homenaje a esas mujeres de Latinoamérica que se dejaron la piel y el corazón cuidando niños ajenos, escuchando confidencias de alguien de quien a pesar de todo no podían decirse 'amigas', observando la vida de los otros y haciéndose cargo de dolores ajenos como si fueran propios, sabiendo que pocas veces ocurrirá lo mismo con las alegrías. 

En un nostálgico blanco y negro propio de las fotografías familiares de los últimos años de la década del sesenta del siglo anterior, y que nos remite también a la estética neorrealista italiana de los años cincuenta del mismo siglo, se nos relatan las incidencias cotidianas de la vida de Cleo (Yalitza Aparicio), quien trabaja junto con Adela en la casa de Sofía (Marina de Tavira), una mujer de clase media alta que vive en la colonia Roma de la ciudad de México. 

Durante aproximadamente un año, Cleo experimenta en su trabajo cómo se van construyendo lazos afectivos, sobre todo con los cuatro hijos de Sofía de quienes es confidente y apoyo mientras esta última vive una profunda crisis matrimonial. Y fuera del trabajo, en sus domingos de salida, Cleo conoce lo que ella cree que es el amor, que pronto se materializará en desamor y abandono, y vive la experiencia de tener que enfrentar sola el embarazo, la violencia de las crisis políticas y finalmente la más desgarradora pérdida que, sin embargo, no deja de tener un tinte de alivio y de resolución, aunque bañada en remordimiento. En su descenso al infierno, Cleo también descubre, finalmente, otros infiernos y otros modos de amar, matizados, sí por la estratificación social de nuestros países, y tal vez romantizados más allá de cualquier implicación teórica. Pues si bien Cleo es capaz de arriesgar su vida por salvar la de sus pequeños amigos, no sabemos si ellos sean capaces de hacer lo mismo por ella. 

Y sin embargo, la vida sigue, frase que puede ser muy optimista o muy desalentadora. Tan solo eso, la vida sigue y con frecuencia es cuesta arriba, muchas veces con el corazón en hilachas, con el llanto que nos ataca en varias secuencias de la película porque nos sentimos identificadas con las incidencias de una vida que tal vez, sí, podría ser mejor si tan solo el mundo estuviera organizdo de otro modo, pero es un llanto liberador y sanador, porque sabemos que, en últimas, todo empieza y termina en el anagrama del título de la película, que es el AMOR, no necesariamente ese amor romántico de final con beso, sino ese que nos hace irrumpir en aguas profundas sin saber nadar para rescatar a un ser amado de la angustia de las pérdidas, los abandonos y los cambios de los que no está exenta ninguna vida, lágrimas que tal vez nacen de nuestro corazón de cocinera, para qué negarlo, más bien defenderlo, y a mucha honra, mis queridos todólogos, a mucha honra. 

Ficha técnica: 

Título original: Roma
Año: 2018
Duración: 135 min.
País: México México
Dirección 
Guion: Alfonso Cuarón 
Fotografía: Alfonso Cuarón (B&W) 
Productora: Coproducción México-Estados Unidos; Participant Media / Esperanto Filmoj. Distribuida por Netflix