domingo, 2 de octubre de 2016

un sitio seguro adonde ir



Éramos jóvenes. Casi adolescentes. Y estaba la música (ya saben, no quisiera regresar a las historias de la vieja casa del barrio de San Roque, pero a veces resulta inevitable, aunque no se preocupen, hoy no se hará). Estaba la música como esa presencia sagrada, sin que importara qué, ni quién, ni cómo. O bueno, siempre importaba, pero el gusto de los años universitarios era más bien ecléctico. Para la emoción y el éxtasis daba lo mismo un concierto de Brandeburgo, que la banda sonora de The Wall, o los poemas de Machado musicalizados por Serrat. Tan solo dependía del momento.
Y fue en uno de esos momentos cuando apareció aquella canción interpretada por una voz de hombre bastante juvenil. Y era de aquí, de Ecuador. Una música que para nuestra magullada autoestima como país sonaba como si fuera de otra parte. Así de buena se presentaba. La canción principal se llamaba “¿Adónde vas?” y acumulaba magia por toneladas en medio de su sencillez.
Por aquel entonces yo era una muchacha que estudiaba para ser profesora de literatura y que había ido saliendo despacio de la timidez cuando lo que escribía comenzó a gustarle a gente entendida en el asunto. No confraternizaba con la farándula y sufría por algunas de las mismas cosas que sufro ahora. También me alegraba y me extasiaba con las mismas cosas con que lo hago ahora, no se vaya a creer que era presa de algún extraño tipo de masoquismo. Y en ese ánimo cambiante de los años de la adultez temprana, la canción “¿Adónde vas?” marcaba un sendero, una dirección, exploraba un mundo que iba más adentro y más allá de las protestas sociales y de las quejas de amor no correspondido.
Eran tiempos de redefiniciones. Si bien íbamos acercándonos a la mitad de la década ‘perdida’ de los ochenta, la música latinoamericana en general eclosionaba en propuestas muy interesantes, por decir lo menos, y aquí en Ecuador aparecían también: Promesas Temporales, Jaime Guevara, y por supuesto el grupo Umbral, compuesto por Nelson García, Pancho Prado y Pedro Pino, con la canción que mencioné.
La vida siguió, o yo seguí la vida. Las historias de siempre: el trabajo, los amores, platónicos con más frecuencia de la deseada, las dudas existenciales, y la literatura y la música cobijándolo todo para volverlo llevadero y luminoso. Cada tanto, solía regresar a aquel casete en donde entre dos chasquidos de teclas mal sincronizadas se esparcían los sonidos de “¿Adónde vas?” acariciando el alma con la suave y a un tiempo tenaz esperanza que rezuman sus palabras.
Vinieron luego las tormentas esperadas e inesperadas de la existencia. Qué sabía yo entonces que una de esas tempestades me iba a conducir a conocer, no como músico, sino como psicólogo, a Pancho Prado que, por entonces, aparte de remendar almas laceradas y rasmilladas por los raspones del desamor y otras cosas peores, se encontraba preparando su primer álbum como cantautor solista. Qué sabía yo que el trabajo terapéutico me conduciría a conocer a quién sería uno de los mejores amigos (por no decir el mejor) con que la vida me ha podido regalar.
Pero eso está en el ámbito de lo privado. Y más allá de los movimientos emocionales que poco interesan a las multitudes, está el contacto con la música del dúo, o del grupo Umbral. Podría decir que también me honra mucho la amistad de Nelson García y de Pedro Pino. Pero más allá de eso, ya lo dije, está el talento, y no dentro de esa condescendiente frase que arropa el “talento nacional” con más conmiseración que admiración, sino el talento de verdad: el talento de quien pone cuidado y rigor a lo que hace, pero también lo hace amorosamente para con la música, para consigo mismo y para con el público que no se merece cualquier cosa para auparla con el pretexto de que es “talento nacional”, sino que espera y requiere de un trabajo de primerísima calidad, como es el trabajo que el pasado miércoles 28 de septiembre el grupo Umbral puso a consideración del público.
El Umbral es el sitio de paso. El límite superior de la sensibilidad. Y por él comenzamos a atravesar, casi sin saberlo, hace un cuarto de siglo de la mano de un par de jóvenes inquietos y talentosos que se la jugaron por el arte en un medio a veces un tanto hostil para cierto tipo de manifestaciones creativas. Ahora siguen aquí, igual de inquietos, igual de jóvenes (no es mentira ni ironía), igual de hermosos, igual de artistas e igual de talentosos. Y no sé en el caso de otras personas, pero en el mío particular, reviviendo con su arte y su genialidad lo que se pudo haber perdido de aquella joven universitaria que atesoraba su canción más conocida porque marcaba el rumbo de algún lugar seguro a donde ir sin miedo de perderse, ni de encontrarse.
Gracias por eso, Pancho y Nelson. Gracias, grupo Umbral. Que esta nueva puerta que se abre en estos días permanezca de par en par para su talento y su arte.

(La foto es de Ricardo Centeno) 

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