sábado, 14 de febrero de 2015

VÍCTIMAS HIPERBÓLICAS



Hoy por hoy, nuestro país está pendiente de algunas víctimas, a saber: un asambleísta negro, ex futbolista (y su familia, dice); un caricaturista; un payaso profesional; una página de Internet que se llama Crudo de nombre y Ecuador de apellido, y un Presidente de la República.
Da lástima pensar que la disputa política en nuestro país se haya reducido a una pelea de preescolares. Es el típico juego de “él me dijo que…”, en donde el otro contesta: “es que él me dijo que…”, y el otro no le deja terminar la frase al insistir: “pero él empezó”… O sea, parecería un conflicto entre gente que no ajusta el primer lustro de vida y todavía no puede pronunciar bien los fonemas vibrantes.
Ninguno de los implicados tiene la madurez suficiente como para mantener su dignidad frente a las impredecibles manifestaciones de la naturaleza humana. Las tintas se cargan sobre Rafael Correa (¡qué raro!), el gran culpable de cualquier cosa que haya sucedido de manera real o imaginaria durante los últimos ocho años: pero no es el único.
Y todos son víctimas, menos tal vez Tico-Tico, que es el que mejor ha mantenido el tipo en estos desaguisados, quizá porque recién entra a escena. Si nos ponemos a ver, es el que con mayor dignidad, entereza, madurez y discreción se ha comportado.
Empecemos por el niño que raya la pared y que lo hace todo con unas intenciones que se quedan cortas ante los mejores deseos de un ángel de la guarda para sus protegidos. Recibe un castigo frente al cual seguramente alguna reprimenda de su infancia habrá sido novecientas veces peor; pero es víctima, porque no le dejan expresarse. Y entonces, como buena víctima, aparece en las primeras planas de los medios privados blandiendo un lápiz del tamaño de un poste de luz con el que regala autógrafos a sus admiradores, y es uno más de los “pobrecitos perseguidos” de este régimen, que generalmente, en estos casos, persigue y hasta alcanza, pero suelta en un segundo a quien atrapa. Y entonces el perseguido lloriquea  porque no le permiten insultar ni difamar como lo mandan las sagradas e inamovibles leyes de la libertad de expresión.
Pero su agredido principal no se queda atrás. Al más puro estilo de la oposición que tanto agrede al Gobierno cuyo movimiento representa en la Asamblea, se va especializando ya en esa figura retórica altamente efectiva llamada la “tormenta en el vaso de agua”. Su familia está destrozada porque se han burlado de él. Y él, padre de familia, en lugar de enseñarles  a sus hijas la altivez y la entereza que todos necesitamos para superar algunos ineludibles tragos amargos de la existencia, les acolita en la más dolorosa victimización. Porque si al uno le han obligado a disculparse (snif, snif), los otros ya llevan varios meses sin poder superar el efecto de una simple caricatura. Hay que rogar al Dios del cielo que ni de broma les ocurra nada un poquito más complicado. Los destruirá.
También está ese personaje virtual llamado Crudo Ecuador. En una entrevista en la versión digital de algún periódico dice que desde que Correa lo mencionó en un enlace ciudadano no puede dormir. Que tiene miedo de salir a la calle, dice. Aquí, la primera pregunta que surge es ¿por quéf? Si ni siquiera sabemos quién es, qué cara tiene, a qué huele…  Solo sabemos que hace memes burlándose de políticos y que presupone que en una funda que Rafael Correa llevaba en un centro comercial de Ámsterdam había algo carísimo. No se entiende el miedo, si está visto que aquí las sentencias de este tipo no se cumplen porque de repente les da un ataque de magnanimidad y perdonan hasta lo más imperdonable, y que cuando alguien le hace a otro algo tan horrible como traumar de por vida a su familia con una caricatura (?), a lo más grave que se le condena es a disculparse en público.
Y entre las víctimas, para cerrar con broche de oro, está Rafael Correa. Damnificado de cuanta sandez se pronuncia como crítica no solo de su gestión, sino incluso de su vida personal. Rebajándose a pelear con quienes lo saben y se gozan con ello. Respondiendo a todo aquello que debería, dignamente, ignorar, para así quitarle el protagonismo que él mismo le proporciona al hacerle tanto caso. Desconociendo él mismo que bastaría con la mitad de su obra pública (por mencionar una sola cosa) para que la historia lo recuerde por los siglos de los siglos. Y olvidando, en medio de su ofuscación, que el más grande comediante de los tiempos modernos… fue un inglés.

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