sábado, 21 de mayo de 2011

GUERRAS DE RELIGIÓN (I)


Se supone que hace una hora mi ciudad debió haber sido devastada por el espantoso terremoto que un ‘iluminado’ anunció para cada ciudad del mundo a las seis de la tarde (hora local) con que se daría inicio al Juicio Final, al fin de los tiempos y a eso.  Tampoco he tenido noticia de ningún otro terremoto en ninguna otra parte del mundo.
Por otro lado, en mi país, terremotos más, terremotos menos, hay una guerra de religión desde hace unos meses. Las cosas comenzaron cuando se aceptó la renuncia del obispo de la provincia oriental de Sucumbíos, Monseñor Gonzalo López Marañón, carmelita descalzo, y se lo reemplazó por un obispo perteneciente a una orden llamada Heraldos del Evangelio. Esta orden nace, hasta donde se tiene entendido, de un movimiento llamado “Tradición, Familia y Propiedad”. Ante el conflicto que se creó, en el cual se tomó la salomónica decisión de nombrar temporalmente un obispo local del clero secular, el Vaticano ordenó que los carmelitas descalzos abandonaran la diócesis y la misión en la que habían trabajado con amor y entrega durante más de cuarenta años.
Largo sería detallar cómo “Tradición, Familia y Propiedad” se convirtió en “Heraldos del Evangelio”. Durante algún tiempo estuvieron, digamos ‘proscritos’ debido a serias denuncias de utilizar técnicas de ‘lavado de cerebro’ y otras cosas peores en algunos países.
¿Por qué se ha producido esta guerra de religión? Monseñor Gonzalo López Marañón estableció en su diócesis una línea progresista, acorde con la Teología de la Liberación de los años setenta y ochenta, a saber: opción preferencial por los pobres, una mayor participación de la gente en la liturgia y la vida religiosa de la comunidad, grandes cuotas de acción social no asistencialista sino autogestionaria. Todos sabemos que esta doctrina fue hábilmente desarticulada en toda Latinoamérica por el Papa Juan Pablo II, quien dio mucho apoyo y otorgó grandes poderes a sectores ultraconservadores de la Iglesia Católica como el Opus Dei.
También sería largo detallar todo lo que Juan Pablo II (de nombre civil Carol Wojtila, recientemente beatificado, aunque con muchos cuestionamientos al proceso por parte de la opinión pública mundial) hizo para que la Iglesia volviera a convertirse en una institución apegada a la ritualidad, a una estricta moralidad sexual, rabiosamente anticomunista (o anti cualquier cosa que de lejos se pareciera al comunismo) y con una jerarquía alejada de la gente aunque haya ejercido, él en particular, algo que podríamos llamar un ‘populismo mediático’ bastante hábil, sobre todo en medio de los jóvenes.
Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, asesor ideológico y doctrinal de Juan Pablo II, es menos afortunado que su antecesor porque carece de la simpatía que le sirvió a Juan Pablo II de piel de oveja en las circunstancias en que tuvo que hacer de lobo. Y es Benedicto XVI quien ha aceptado la renuncia de Monseñor López y ha impuesto en nuestra provincia oriental la presencia de los Heraldos del Evangelio con toda su carga de ritualidad y conservadurismo religioso a cuestas.
Sin embargo, parece que Ratzinger no contaba con un pequeño detalle: la semilla que Monseñor López y la orden de carmelitas descalzos dejaron sembrada en la gente de Sucumbíos durante cuarenta años de apostolado real en el lugar. Si bien hay grupos conocidos por su fundamentalismo, como la Renovación Carismática Católica, o por su ignorancia (no quisiera pensar que es otra cosa), como el grupo Juan XXIII (y digo ignorancia porque de seguro no saben lo que hizo para renovar la iglesia y volverla más cercana a la gente y a los pobres el papa cuyo nombre están usando) que defienden a los Heraldos del Evangelio, en general la gente de Sucumbíos no los quiere allí.
Uno de los ‘botines’ que se disputan ambos grupos es Radio Sucumbíos. Una radio comunitaria perteneciente a la CORAPE (Coordinadora de Radios Populares del Ecuador) y que, como muchas otras emisoras populares, nació al amparo y bajo el signo de la comunicación popular y comunitaria, aunque tuviese vínculos con los misioneros carmelitas descalzos de aquel entonces. 

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