Alguna vez le preguntaron a Alejandro Jodorowsky, controversial personaje, si aspiraba a ganar un premio Nobel. Él rio con un poco de sorna y dijo, sarcásticamente:
-El premio de la dinamita…
Y claro, no quisiera sonar resentida, ni prepotente, ni siquiera cínica; pero es ahí donde comienza todo.
Cada año, por estas fechas, empieza la expectativa por los premios Nobel. Los que más suenan, resuenan y tienden a ser controversiales son dos. Los otros, siendo sinceros, no parecen importarle a nadie y solamente sirven para que los especialistas en dichas áreas se pregunten quiénes serán los galardonados y nadie más sepa quiénes fueron ni por qué. Pero son los premios de Literatura y de la Paz los que más atención y controversia concitan.
Y claro, si recordamos la historia detrás del famoso premio que se otorga desde los inicios del siglo XX, sabemos que Alfred Nobel lo instituyó o creó atenazado por un gran remordimiento: haber inventado una de las sustancias o compuestos más destructivos hasta aquel entonces, la dinamita, y haber visto cómo su capacidad de dañar y matar se volvía incontrolable. Entonces, para paliar no tanto en su influencia planetaria, sino para acallar su conciencia (parecería) se creó la Academia que otorga los premios Nobel y los distintos mecanismos de selección y otorgamiento. El remordimiento de Alfred Nobel lo empujó, además, a crear el premio Nobel de la Paz, que se otorgaría a quien trabajara en favor de la paz en el mundo en medio de las grandes explosiones provocadas por su maravilloso invento.
Pero ocurre que el concepto de paz es demasiado volátil en este mundo hoy por hoy signado por la codicia, la tiranía y la lucha sin tregua contra aquellos que buscan soberanía, solidaridad y equidad.
Ya se han visto aberraciones como la de entregarle el premio Nobel de la Paz a Henry Kissinger, responsable y ejecutor del Plan Cóndor y todo el horror que significó para nuestro continente, a Barak Obama por el sencillo hecho de ser afrodescendiente (perdón… ¿era tal vez un premio a la etnia?) o a la Unión Europea que, últimamente, en temas de paz, ni pincha ni corta.
Pero lo más patético resulta ahora que se lo entreguen a alguien que, aparte de apoyar irrestricta y públicamente el genocidio en la franja de Gaza, ha pedido invasión extranjera para su propio país, la doña María Corina Machado. ¿A la cuenta de qué? Entonces advertimos que el premio Nobel de la Paz no premia eso, si no la sumisión al gran capital y su alineamiento con el neofascismo cuya cabeza el País de los Gringos. Lejos se encuentra el tiempo en donde lo ganaba gente como Desmond Tutu, Martin Luther King, Rigoberta Menchú o Adolfo Pérez Esquivel, por su denodada lucha por los derechos humanos e incluso por ser perseguidos por los poderes fácticos.
Ahora, sinceramente, mucho me temo que el primer premio Nobel ecuatoriano sea para Guillermo Lasso o alguna de las Dianas, y que el de Literatura en algún momento se lo otorguen a Daniel Noboa por su dominio de la oratoria. Y por eso, sinceramente, desde hace años no comparto ni la expectativa ni el entusiasmo de cada octubre. Sea como sea, de una u otra manera, se verá cómo, a la larga, se evidencia lo que desde siempre ya se supo: que por más que intenten darle otras connotaciones, el premio Nobel es lo que dijo Alejandro Jodorowsky: el premio de la dinamita.