viernes, 15 de junio de 2012

IDEAS COMUNES EN TORNO A LA DROGADICCIÓN (III)

Una de las primeras acciones del papa Benedicto XVI en su pontificado fue la de ‘elevar’ la drogadicción al estatus de pecado. Como muchas cosas que hacen los pontífices, supongo que pensó que con eso ya era suficiente. Y debe estar durmiendo muy tranquilo respecto del tema, mientras en el mundo la gente se sigue drogando (como sigue fornicando, mintiendo y matando) sin el más mínimo recato. O sea, ahora drogarse ya es pecado. Hurra.
En el mundo legal, drogarse, vender droga, comprar droga siempre ha sido pecado. Y un pecado gravísimo que, como todo pecado, trae grandes réditos no necesariamente a los pecadores a pequeña escala, sino a quienes medran de la debilidad humana ante las sustancias. La penalización de las drogas, de su uso, de su producción y de su expendio es, hoy por hoy, uno de los pilares que sostienen la economía mundial. Y tal vez ese sea uno de los principales motivos por los cuales se la mantiene aunque resulta evidente que tal penalización no ayuda para nada a solucionar el gravísimo problema de la adicción a las drogas en nuestro mundo y en nuestro tiempo.
Ahora último, en nuestro país, ha comenzado a aplicarse una especie de ‘Ley seca moderada’, con la intención de reducir las tasas de delito, concretamente de homicidios, que van al alza. Se sigue pensando que la calentura está en las sábanas. La culpa de los asesinatos no la tienen la sobrevaloración del dinero ni la desvalorización y el irrespeto a la vida humana (a cualquier clase de vida, diríamos), sino el alcohol. Ah, ya. Si hubiéramos sabido eso antes, cuántas vidas se habrían salvado, ¿no? En cualquier borrachito de esquina se puede esconder un peligroso asesino en serie, y así nos olvidamos del acertado proverbio de que, por otro lado, ningún borracho come mierda.
El discurso oficial respecto del tráfico de drogas sigue siendo el de la penalización y el control como medida infalible. A las familias, a los padres y a las madres se nos insta a espiar y revisar las pertenencias de nuestros hijos y a establecer un estricto sistema legal de control. No quiero con esto afirmar que esté mal que en los hogares haya normas claras y consecuencias firmes ante ciertas conductas, pero eso no lo es todo. Cuando se evidencia que un hijo o una hija por desgracia consumen drogas, la primera pregunta/acusación que se hace es: “¿Y cómo lo pudiste permitir?” “¿Por qué habrás perdido autoridad?”
En esta misma línea, se insta a las autoridades de los colegios y a los profesores (lo dije en una entrega anterior) a vigilar y controlar la distribución y el consumo en las aulas, desconociendo por otro lado la personalidad escurridiza y hábil de los adictos y de los ‘brujos’, que con frecuencia son una misma persona. Se nos eleva a todos al rango de detectives privados, tengamos o no las aptitudes para serlo. No podría negar que muchas de las personas que están a favor de mantener la penalización de la distribución y el consumo de drogas tienen buenísimas intenciones y lo hacen de buena fe. Sin embargo, es precisamente en la prohibición en donde se asienta el narcotráfico como una de las más perversas y productivas industrias de nuestro tiempo.
Por otro lado, y cuando el mundo tiene ya una edad que sobrepasa en mucho la madurez, convendría que comprendiéramos que las prohibiciones, no en todos, pero sí en muchos casos, lo único que logran es exacerbar el deseo de probar y de hacer lo ‘prohibido’. Y el consumo de drogas es uno de los ejemplos más patentes de esta realidad.

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