martes, 3 de diciembre de 2019

ELVIRA



Como me ocurre con harta frecuencia, Elvira Ceballos llegó a mi vida ya tarde. Vino de la mano de Raly Barrionuevo, en un pequeño álbum llamado Radio AM, y concretamente en aquella bella canción llamada "Milonga del si volviera" había en el fondo una preciosa y clara voz de mujer acompañando la estremecedora fuerza de la letra. Y en el mismo álbum gocé con la maravillosa energía que piano le brindaba al conocido vals "La pulpera de Santa Lucía".

Movida por la curiosidad que aquel talento me provocaba, comencé a googlear información sobre tan bello personaje, y la encontré: las fotografías muestran una mujer mayor, ligeramente contrahecha y con los ojos ocultos por grandes gafas oscuras. En un primer momento parecería que ese aspecto no se correspondía con la maravilla de su voz ni con la magia de sus manos en el teclado; pero esa impresión fue engañosa, como suele suceder, pues basta con escucharla responder una entrevista con una simpatía que sobrepasa cualquier expectativa formal para comprender que Elvira Ceballos era... es un ser de luz. La luz de la música, la luz de la autenticidad, la luz de la sencillez que siempre acompaña la verdadera grandeza. 

Elvira Ceballos nació en La Falda, Córdoba, en marzo de 1949. Tanto ella como su hermana tuvieron problemas de salud desde pequeñas, y tan graves que el pronóstico médico fue devastador: ni siquiera les auguraban la supervivencia: Elvira sufría de osteogénesis imperfecta, esa enfermedad que vuelve los huesos como de cristal y que finalmente devino en una imposibilidad para caminar y trasladarse, y para colmo perdió la vista en la tierna infancia. Sus padres pasaron de la desolación a la acción, y al ver que sus súplicas por un milagro no daban resultado hacia arriba, su madre se encargó de que el milagro se cumpliera a ras del suelo, apoyando a que su hija estudiara música. 

Pianista, guitarrista, compositora, letrista y cantante talentosa, Elvira siempre se caracterizó por la fortaleza de su espíritu, por su alegría, por su sentido del humor, por su esperanza y su valor para enfrentar los retos con los que desde la infancia la vida la había probado. Sin embargo, aquí en el Ecuador se la debe recordar con especial gratitud porque vino a compartir aquello que sabía con otras personas como ella. 

En su natal Argentina, Elvira se había formado como maestra de música, desarrollando sobre todo la enseñanza de notación musical para personas con problemas de visión. Ella misma creó una notación musical en Braille que era uno de sus múltiples e importantes aportes a la cultura musical de las personas con capacidades especiales. Con este método vino al Ecuador para compartirlo con estudiantes del cantón Guamote y para realizar esa y otras tareas en la institución de otro grande de la educación musical para personas especiales, como es el maestro Edgar Palacios, en su maravillosa escuela SINAMUNE, haciendo, como decía alguna de sus alumnas, que los ciegos ya no sean ciegos, sino músicos y artistas.

Hace poco tiempo, en una conversación de almuerzo, me enteré de que el pasado septiembre la maestra nos había dejado. Volví a googlear su nombre y supe de su valor para enfrentar el tramo final como parte de la vida, con la fortaleza de quien jamás le pidió a la existencia nada más que el valor de saber qué hacer ante sus embates, con la alegría de quien se va hacia la luz con la satisfacción de haber sembrado de amor y felicidad el camino de quienes estuvieron a su alrededor. Nunca tuvo miedo del paso final porque supo hacer de su problema un medio de engrandecimiento personal, y estaba segura de que al final del camino le esperaría la cosecha de paz y felicidad trabajada durante sus setenta años de vida. 

Gracias maestra Elvira Ceballos por lo que dio a mi país. Gracias por la belleza de la música, que es el más grande regalo de los dioses a la humanidad. Gracias por su ejemplo de valentía, fortaleza y alegría que harán que viva mientras haya quien la recuerde desde sus enseñanzas y su calidad humana. Que su alma resplandezca siempre en nuestra memoria agradecida. 




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