Una información
no confirmada y difícil de comprobar dice que el 30 de septiembre del año 2010,
el entonces vicepresidente Lenin Moreno se encontraba en Guayaquil, observando
el desarrollo de los acontecimientos en algún hotel de lujo, y no precisamente en
compañía de personeros de la Revolución Ciudadana, sino con representantes de
las cámaras y otros miembros de la partidocracia que había visto mermados sus
intereses durante los anteriores tres años de gobierno. Cuentan, además, que en
aquel momento y dependiendo del desenlace, estaba listo y presto a asumir el
cargo para seguir las ‘indicaciones’ de sus acompañantes en cuanto se definiera
la situación ‘a favor’ de que así fuera. Eso no ocurrió, y seguramente
entonces, o ya desde antes, se puso en marcha el ‘plan B’, que posiblemente sea
lo que estamos sufriendo en estos días.
Como toda trama
perversa y bien urdida, no le consta a nadie y quizá es mejor no andar por ahí.
Pero sí resulta obvio que las actuales circunstancias no nacieron de un súbito
resentimiento ni de una envidia personal, sino de un muy bien armado plan de
traición y deslealtad en donde -es obvio- Lenin Moreno no fue precisamente un
convidado de piedra, y en donde es más que seguro que ni él ni otros
funcionarios actuaron ni siguen actuando por puro amor a la causa.
Por eso, en medio
del desconcierto, sorprenden agradablemente actitudes y acciones de otros
personajes de la vida política nacional y latinoamericana que, más allá de
cualquier ambición o conveniencia personal, optaron por el difícil camino de la
lealtad y la consecuencia. Pongamos por caso el ejemplo del vicepresidente
boliviano, Álvaro García Linera. Tal y como va la política latinoamericana, tal
vez pudo ‘negociar’ para quedarse en el cargo ofreciendo privilegios a ciertos
estratos y estamentos del sector golpista, como han hecho muchos. Sin embargo,
no cedió a ninguna tentación, temor ni presión externa. Cuando Evo Morales
renunció, él también presentó su renuncia, y salieron juntos de Bolivia hacia
el exilio.
De igual manera,
cuando la Asambleísta Sofía Espín tuvo que abandonar el país debido a un turbio
y cuestionable proceso de destitución y persecución, su Asambleísta Alterno,
Rony Aliaga, asumió el cargo no para ‘virarse’, como también se ha visto en
unos cuantos casos, sino para apoyar las causas y los ideales del cargo para el
que ella fuera elegida. Esto le ha costado a Rony persecución y, más que eso,
un constante acoso en medios, en redes, incluso amenazas de muerte y otras
agresiones desde el gobierno central; pero ninguno de esos embates ha hecho
flaquear su espíritu ni ha torcido el rumbo de su lealtad.
El tercer caso
viene de un joven empresario, compañero de fórmula de Paola Pabón para la
prefectura de Pichincha, quien aparte de lealtad, ha sabido moverse con sagacidad
e inteligencia en medio del inmisericorde acoso y la denodada persecución,
aprovechando la promulgación de medidas cautelares por parte de la CIDH para
los presos políticos del régimen de Moreno para otorgar vacaciones tras el fin
de la licencia sin sueldo de la Prefecta y además para prestar su propio
contingente de Prefecto Subrogante y así apoyar la continuidad política del
cargo.
Gestos como los
de García Linera, Aliaga y Tonello hacen pensar en que también la bondad, la
lealtad y la limpieza de alma pueden tener lugar sin ser oprobio en el campo
del accionar político de nuestro país, pues han puesto lealtad allí donde hubo
artería y dolo; consecuencia allí donde reina la conveniencia; y fidelidad a
personas y a procesos allí donde la ambición y el odio parecían haber penetrado
con sus tentáculos ponzoñosos.
Sería de desear
que poco a poco la mentalidad política de las nuevas generaciones vaya mirando
con admiración hacia estos ejemplos, y no a los que pretenden regresar a
nuestros países a la era de colonización, represión y abuso de la que algunos
visionarios pretendieron salir hace algunos años.
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