por Michelle Mabelle
Hace pocos días fui parte de una ceremonia de bendición de
autoridades del Pueblo Afro: Magia y belleza por doquier. Cantos que
llegaban a estremecer, danza, color y vibración de tambores. Fue un
momento hermoso, importante y conmovedor. Conmovedor no sólo por el acto
en sí, lleno de historia y de memorias dolorosas, conmovedor también
por que entre las mujeres representantes de la belleza Afro, entraban al
círculo sagrado con vestidos muy sencillos y ojalá me permitan decirlo
las compañeras a las que mencionó: tristes. Vestidos que sacarían
lágrimas a la conciencia y odio al corazón. Recordé entonces toda la
crítica que se le hizo a una autoridad mujer, mestiza, empoderada por
su vestido amarillo, como el sol, como el oro. Recordé también que para
este evento de posesión, una amiga me pidió un vestido y le dije que no
tenía, ni uno hermoso como el de esta autoridad, ni uno triste como el
de las bellas Afros. Hice memoria de cuanto tiempo ha pasado sin que me
pueda comprar un vestido, cualquiera, solo uno, y no, no pude recordar.
Como
no es de sorprenderse, nadie habló de las vestimentas de las jóvenes
Afro. Es que claro, al pueblo Afro se lo tiene que relacionar con
pobreza, es una condición normalizada, una violencia insospechada, es
casi una costumbre.
¿Y las autoridades? ¿Ministerio de cultura? ¿Sólo sirven para meter sus amantes y botellas de licor en sus despachos?
El
jueves fui parte de un evento importante. Un día cualquiera para el
mundo pero importante para una Nacionalidad, para un Pueblo de los cual
me siento victoriosa y responsable.
El Telégrafo - ¿Cuándo llegan Neisi Dajomes y Tamara Salazar a Ecuador?
Viajé
al mar la semana pasada. La noche anterior a la visita a la playa,
pensaba en la ofrenda que debía darle a la Diosa Yemanjá para que sus
sirenas y ondinas, nos cuiden en nuestra estancia, fue en vano: Me metí
al mar pidiendo perdón por olvidar mi ofrenda y la Madre me sacudió, me
revolcó, me hundió y salí casi sin saber quien era. Fue impresionante
por que el agua no superaba mi cintura, pero lo más increíble fue que al
despedirme y enjuagar mis sandalias que eran de perlas (sintéticas),
rompió una ola que creció de la nada en mi cuerpo: me volvió al suelo
con toalla, sandalias y mucho asombro. Me levanté pidiendo ayuda y me
quedé estupefacta esperando que el mar escupa mis sandalias regaladas
como símbolo de amistad. Nada, se las tragó. Tarde comprendí que las
ofrendas tienen que cumplirse, que no son juegos que se hacen para
demostrar el folklore ancestral, que los ritos son sagrados y que la
Madre se enamoró de mis sandalias por las perlas que parecían mucho a
las paridas por sus conchas. Se llevó la ofrenda, la que ella quiso y
enseguida el mar bajó su furia.
263 kilos de esfuerzo, dolor y dedicación
(Bajado del internet)
Lo
del vestido es importante, sí lo es. No tengo un vestido, ni un
pantalón, ni una linda blusa. Nunca me ha importado. Tenía unas
sandalias que espero que alguna hermana las reciba de los brazos de
Yemanjá. Quisiera que todos tengamos un lindo vestido para lucirnos
cuando queramos, cuando nos lo merezcamos, quisiera que todos tengamos
un color, una bandera, pero lucirla con ganas y con alegría.m Quisiera
que las medallistas que vienen cargadas de sueños cumplidos de raza
Negra, sean amadas, celebradas, que tengan una vida digna para que otras
más vengan no solo con oro en el cuello, sino con amor en su corazón,
lindos vestidos y sobre todo que ningún semi-periodista les hable de
platos, enamorados, cocinas, quiero respeto para todas, en especial y
más que nadie y que a nada, a las hijas de Yemanjá que se lo merecen.
#EcuadorTierraDeCampeonas
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