martes, 12 de febrero de 2013

JULIO CORTÁZAR


Hace veintinueve años estaba escuchando la Radio Exterior de España en onda corta mientras hacía mis deberes de la universidad, cuando de repente saltó la noticia: Julio Cortázar acababa de fallecer en París. Me tocó. En aquel entonces era muy joven, y Cortázar se me aparecía en el panteón de mis dioses como uno de esos seres que no adolecen de la principal característica de los seres humanos: la mortalidad.
Poco tiempo antes lo había descubierto, movida por la curiosidad que me ocasionaron algunos sucesos universitarios de los que prefiero no acordarme. Y todavía recuerdo el extraño sentimiento, mezcla de pánico y fascinación, que me acometió al leer el emblemático cuento "La noche boca arriba", o la sorpresa que siempre acompañó los encuentros con sus palabras, con su finísima ironía, con su humor inteligente, con la fuerza poética y el desconcertante y maravilloso mundo al que siempre me condujeron sus palabras, sus poesías, sus cuentos.
Aquella fue tal vez la primera vez que tuve un sentimiento de orfandad ante la muerte de alguien que, técnicamente hablando, era un perfecto desconocido. Curiosa familiaridad la que compartimos con nuestros 'ídolos' sin que ellos lo sepan ni lo sientan igual.
Sin embargo, mientras va pasando el tiempo y miro el asombro en los ojos de mis estudiantes, y cómo sus palabras continúan llegando a las mentes y las almas de los jóvenes más allá de la muerte y la caducidad de las personas, comprendo que, ya en vida, Julio Cortázar era aquello que llamamos un clásico, y que lo seguirá siendo a lo largo del tiempo. Pues sus aportes a la literatura, y a través de ella al alma y a la consciencia de las personas van más allá de lo meramente accidental, no pueden constituirse en moda ni barniz cultural.
Salud, maestro, en el aniversario de su paso a dimensiones más etéreas. Y como digo siempre: gracias por existir. Y por seguir existiendo a través de sus historias.

jueves, 31 de enero de 2013

DESCONCIERTO


No es nada personal. Tampoco es su homofobia lo que más me perturba o me incomoda, porque creo que ahí no está el meollo del asunto. Para mí, el meollo de ese asunto está en otra cosa, mucho más sencilla: ¿por qué el PRE eligió al pastor Nelson Zavala como candidato presidencial?
Me devano los sesos preguntándome cuál será el motivo fundamental de semejante decisión. En un tiempo de apertura mental, de retroceso del patriarcado, de cuestionamientos al monoteísmo, y cuando la unión Iglesia-Estado lleva más de un siglo de agonía, en un país, además, mayoritariamente católico, escogen como candidato a un pastor evangélico cuya bandera de campaña son la intolerancia y el teocentrismo.
Del fundamentalismo islámico (recordemos que Abdalá proponía la castración para los violadores) pasamos al fundamentalismo cristiano, y realmente solo la seguridad de que no va a ganar me sostiene en la tranquilidad que, sin embargo, no deja de verse afectada por el desconcierto. Pienso que, si es un hombre pensante, como a veces aparenta, ni siquiera el mismo Dalo Bucaram está en tales niveles de enajenación.
No quiero aventurarme a dar un pronóstico para su votación, pero estoy segura de que será ínfima. No tiene de dónde sostenerse. 
La pregunta siempre pasa por lo mismo: ¿qué clase de gente, de país nos creen? ¿Creen que la homofobia puede ser un argumento válido para captar votos en un país en donde existen millones de problemas más acuciantes que la presencia de una orientación sexual por demás legítima, aunque a algunos no les guste?
Lo único que se me ocurre es que el PRE eligió a semejante candidato porque no quiere ganar. ¡Ni de fundas!

miércoles, 27 de junio de 2012

BONDAD


Se me acusa de "correísta" (como si fuera malo, además). Sin embargo, la política es solo uno de los temas que eventualmente me pueden interesar, y desde luego mi filiación política e ideológica jamás me podrá definir como persona per se.
Precisamente por eso, ahora voy a relatar un simple hecho que presencié en la carretera, y que me ha hecho pensar en que si bien muchas veces me he referido a la humana como una especie perversa con otras especies y con individuos de la misma especie humana, de repente un suceso muy simple termina de devolverme la esperanza y de rebajarme la decepción. 
Uno de estos días tuve que ir al pueblo de Carapungo, cerca de Quito, a hacer un trámite de líneas telefónicas. En la entrada al pueblo hay un semáforo un poco complicado, de flechas y de tiempos cortos, programado, como muchos otros semáforos de Quito y Pichincha, para los vehículos y sin pensar medio minuto en que las personas también caminan sobre la tierra. En el extremo del parterre, al pie del semáforo estaba un vendedor de refrescos congelados, haciendo una pausa de su trabajo; y junto a él, un niño de escuela, posiblemente de unos siete años, intentaba cruzar la vía de cinco carriles cada vez que cambiaba la luz. El niño daba unos pocos pasos, pero las flechas de curva a la izquierda autorizaban el paso de vehículos que, para variar, no se detenían ni siquiera al verlo, y luego ya se cambiaba la luz para el paso en línea recta. Entonces el niño regresaba al parterre corriendo, a seguir esperando. Lo intentaría dos o tres veces, hasta cuando el vendedor de refrescos congelados dejó su carrito, se acercó al niño, le tomó de la mano y en cuanto lo autorizó la luz lo concujo rápidamente hasta dejarlo bien encaminado hacia la acera de enfrente. El niño sonreía, feliz y aliviado de encontrarse a salvo por fin.
No quiero referirme ahora a las decenas de conductores que ni siquiera miraron a ese pequeño niño sin pensar en que solo con pisar el pedal del freno habrían hecho ya su buena obra del día. Prefiero hablar del sencillo hombre joven que ofrecía su venta bajo el semáforo, en su simple gesto de solidaridad con alguien más desvalido que él, y en cómo la bondad aparece, devolviéndonos la esperanza y sobre todo el ejemplo de que no nos hace falta demasiada preparación ni cantidades sobrantes de dinero para ser solidarios, y serlo de manera muy efectiva.

viernes, 15 de junio de 2012

IDEAS COMUNES EN TORNO A LA DROGADICCIÓN (FINAL)


¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?

Quizá ellos fueran una solución después de todo.

[Konstantinos Kavafis]

La drogadicción no es delito, por más que bajo sus efectos se cometa toda clase de delitos. El consumo de drogas no es pecado aunque el último Papa lo haya decidido así. La adicción es una enfermedad del alma. Y como ha ocurrido con todas las pandemias que en el mundo han sido, es una metáfora del ambiente en donde se produce. Y como toda enfermedad de la mente y el espíritu, habla más de quienes se creen ‘sanos’ que de los que se muestran enfermos.
Con frecuencia, cuando en una familia se presenta un problema psiquiátrico, si con el tratamiento adecuado esa persona comienza a superarlo, otro miembro de la familia manifiesta síntomas, si no de lo mismo, de algo similar. ¿Por qué? Porque el enfermo original no era más que el síntoma de una patología familiar.
Quienes conocen el tema dicen que la adicción nace de una falta de arquetipo paterno. Surge entonces la idea de que en esta sociedad de súper mamás, hedonismo más allá de cualquier lógica, consumismo irracional y desarticulación familiar, de hecho, sin el arquetipo paterno, que es el que a través del orden y la cultura pretende moderar la predominancia del instinto y el desenfreno, no es extraño que esta enfermedad, en otras épocas casi inexistente, ahora sea uno de los males más comunes y ‘emperrados’.
La adicción también habla de dolor y de falta de fortaleza espiritual para saber resistirlo. De una necesidad imperiosa de calmar un profundo dolor interno. ¿Qué le duele al adicto? Le duele la vida. El sinsentido. Los vacíos afectivos que se acarrean desde la infancia e incluso los de generaciones anteriores. Con demasiada frecuencia, una persona adicta quiere morir para ya no sentir. En un mundo que pretende llenar la vida con objetos, sean estos un celular blackberry o un balero del Chavo, el vacío del alma no tarda en hacerse sentir de cualquier manera, y cuando no se pueden conseguir los objetos o cuando descubrimos que los objetos no bastan y el vacío se vuelve intolerable, entonces las sustancias que alteran los estados de conciencia pueden resultar un buen sucedáneo para ayudarnos a seguir con la vida… o a terminar con ella.
Pero si vamos un poco más allá, el ‘pecado’ de la adicción, como muchos pecados de herejía, habla también de búsqueda. Y en muchos casos habla de una búsqueda espiritual, aunque sea con los procedimientos más erróneos y las terribles consecuencias que conocemos. Ese intento de comprobar si las supuestas verdades con que nos desmamantaron realmente lo son. Y el dolor de descubrir que no es así.
Si bien en el corto plazo la prevención y cierto tipo de control podrían parecer soluciones válidas para esta enfermedad, me atrevería a afirmar que la verdadera solución se dará a un plazo muy largo. Como a los bárbaros de Kavafis, el mundo actual necesita de los adictos para tener, por un lado, una excusa para armar aparatos represivos y círculos de poder; y por otro lado los adictos son necesarios para constituirse en el espejo de nuestro propio mundo vacío de significados y de calidez.
La verdadera vacuna contra esta epidemia consiste en la recuperación del alma: del alma del mundo y de las almas de las personas. La pregunta sería ¿cómo hacerlo? Más allá de las soluciones policiales y de la inútil normativa religiosa, el trabajo espiritual que ya se aplica en muchos procesos  de rehabilitación y apoyo a adictos puede ser una herramienta válida, por el momento, porque tal como está, cambiar el mundo nos tomará milenios… aunque no se descarta que se lo pueda hacer.

IDEAS COMUNES EN TORNO A LA DROGADICCIÓN (III)

Una de las primeras acciones del papa Benedicto XVI en su pontificado fue la de ‘elevar’ la drogadicción al estatus de pecado. Como muchas cosas que hacen los pontífices, supongo que pensó que con eso ya era suficiente. Y debe estar durmiendo muy tranquilo respecto del tema, mientras en el mundo la gente se sigue drogando (como sigue fornicando, mintiendo y matando) sin el más mínimo recato. O sea, ahora drogarse ya es pecado. Hurra.
En el mundo legal, drogarse, vender droga, comprar droga siempre ha sido pecado. Y un pecado gravísimo que, como todo pecado, trae grandes réditos no necesariamente a los pecadores a pequeña escala, sino a quienes medran de la debilidad humana ante las sustancias. La penalización de las drogas, de su uso, de su producción y de su expendio es, hoy por hoy, uno de los pilares que sostienen la economía mundial. Y tal vez ese sea uno de los principales motivos por los cuales se la mantiene aunque resulta evidente que tal penalización no ayuda para nada a solucionar el gravísimo problema de la adicción a las drogas en nuestro mundo y en nuestro tiempo.
Ahora último, en nuestro país, ha comenzado a aplicarse una especie de ‘Ley seca moderada’, con la intención de reducir las tasas de delito, concretamente de homicidios, que van al alza. Se sigue pensando que la calentura está en las sábanas. La culpa de los asesinatos no la tienen la sobrevaloración del dinero ni la desvalorización y el irrespeto a la vida humana (a cualquier clase de vida, diríamos), sino el alcohol. Ah, ya. Si hubiéramos sabido eso antes, cuántas vidas se habrían salvado, ¿no? En cualquier borrachito de esquina se puede esconder un peligroso asesino en serie, y así nos olvidamos del acertado proverbio de que, por otro lado, ningún borracho come mierda.
El discurso oficial respecto del tráfico de drogas sigue siendo el de la penalización y el control como medida infalible. A las familias, a los padres y a las madres se nos insta a espiar y revisar las pertenencias de nuestros hijos y a establecer un estricto sistema legal de control. No quiero con esto afirmar que esté mal que en los hogares haya normas claras y consecuencias firmes ante ciertas conductas, pero eso no lo es todo. Cuando se evidencia que un hijo o una hija por desgracia consumen drogas, la primera pregunta/acusación que se hace es: “¿Y cómo lo pudiste permitir?” “¿Por qué habrás perdido autoridad?”
En esta misma línea, se insta a las autoridades de los colegios y a los profesores (lo dije en una entrega anterior) a vigilar y controlar la distribución y el consumo en las aulas, desconociendo por otro lado la personalidad escurridiza y hábil de los adictos y de los ‘brujos’, que con frecuencia son una misma persona. Se nos eleva a todos al rango de detectives privados, tengamos o no las aptitudes para serlo. No podría negar que muchas de las personas que están a favor de mantener la penalización de la distribución y el consumo de drogas tienen buenísimas intenciones y lo hacen de buena fe. Sin embargo, es precisamente en la prohibición en donde se asienta el narcotráfico como una de las más perversas y productivas industrias de nuestro tiempo.
Por otro lado, y cuando el mundo tiene ya una edad que sobrepasa en mucho la madurez, convendría que comprendiéramos que las prohibiciones, no en todos, pero sí en muchos casos, lo único que logran es exacerbar el deseo de probar y de hacer lo ‘prohibido’. Y el consumo de drogas es uno de los ejemplos más patentes de esta realidad.

IDEAS COMUNES ENTORNO A LA DROGADICCIÓN (II)

Una de las más comunes ideas o teorías respecto de la drogadicción es la de la prevención. Diríamos Prevención, así, con p mayúscula. Sabemos, como dice algún refrán, que una persona prevenida vale por dos, y que más vale prevenir que lamentar. Sin embargo, de lo que se puede observar, quizá la Prevención en lo que se refiere al uso de drogas no esté demasiado clara.
Por ejemplo, para prevenir el uso de drogas en nuestro hogar se nos aconseja el más descarado espionaje: observa a tus hijos. Observa con quién se llevan. Observa cómo tienen su habitación. Observa la música que escuchan. Observa su lenguaje, su aspecto, su olor. Cuando no estén presentes, hurga, revisa sus mochilas, ausculta el interior de sus libros, los bolsillos de su ropa. Ponte pilas. Si andan con los ojos rojos no ha de ser porque han llorado o se han trasnochado.
La pregunta clave es: ¿se puede vivir así? Digo, entrando en una definición de vida acorde con lo que se ha dado en llamar “sumac causay”. Al promover este tipo de actitud, lo único que se está haciendo es favorecer algo que, en últimas, es tan pernicioso como la misma adicción: Codependencia, y si la pongo en mayúsculas es porque la Codependencia no es otra cosa que la adicción a cualquier persona, en este caso al adicto: la adicción a pretender que se puede controlar su vida, a la ilusión de que es posible impedir que consuma sustancias, y en últimas una adicción tan insidiosa, incurable y mortal como puede ser la adicción a la base de cocaína o a la heroína.
Otra sugerencia para prevenir el uso de drogas es la información. Tal vez esto sí resulta más lógico: informar a nuestros jóvenes acerca de los peligros y los daños que las sustancias producen en el organismo humano. Esto me lleva a recordar con ternura mis años colegiales, cuando un poco de monjitas bien intencionadas (no lo dudo) decidieron que una forma de evitar que usáramos y abusáramos de nuestra sexualidad era informarnos. Todavía recuerdo esa lámina tamaño mapamundi del corte longitudinal de un pene gigante con el que pretendían darnos una educación sexual apropiada.
Por otro lado, y poniéndonos la mano en el corazón: ¿previene algo la información? Porque existe otra información de primera mano que también es cierta y real: la información acerca de la maravilla que es consumir cierto tipo de sustancias. ¿Qué importa que se te dañe el cerebro de por vida si has conocido el paraíso aunque sea por un par de segundos? En un mundo, en una cultura inmediatista y hedonista como la nuestra, ¿qué aporta la información a la prevención en el uso de drogas? ¿realmente a una persona adicta le importa lo que las sustancias que consume le hagan a su organismo? Un adicto a lo que sea busca llenar con sensaciones los huecos de su vida emocional, y la información biológica acerca de los efectos de inhalar pintura o cemento de contacto poco o nada puede hacer en relación a esa desesperada filiación con la sustancia. Y por otro lado, sabido es que lo prohibido, tenga los efectos que tenga, llama mucho más que lo permitido. Si observamos la historia del siglo XX, las grandes eclosiones en el tema de la adicción se han dado como respuesta a sistemas excesivamente opresivos, moralistas, pacatos e hipócritas.
Tal vez este sea el momento de dejar de ver la adicción como un problema ajeno y comenzar a mirarlo con la humildad de quien se sabe dentro del tema aunque sea colateralmente.

jueves, 14 de junio de 2012

IDEAS COMUNES EN TORNO A LA DROGADICCIÓN (I)


Estamos asustados. La edad promedio de inicio de consumo de drogas ha bajado a menos de doce años y medio. Sabemos (nos acabamos de dar cuenta, parece) que los lugares de mayor expendio y consumo de las drogas son los otrora templos del saber: los colegios. Nos aterra que ahora también las mujercitas comiencen, a la misma edad que los hombres, a experimentar con sustancias. El CONSEP está asustado. Las mamás están asustadas. La planta docente y administrativa de todos los colegios se pone alerta.
Y entonces comienza, como no podía ser de otra manera, la irrupción de la moralina y sus lugares comunes en el discurso al uso acerca del tema. Y la tiradera de la pelotita a todo el que no sea nosotros.
La primera cosa: la culpa es de los padres. Y de las madres. Puede ser, si resultara, en últimas, útil que la culpa sea de alguien. Entonces las madres lloramos y los padres puñetean las paredes vociferando que nosotras hemos educado mal a los niños. Porque sabido es que, en la práctica, solo las madres educamos, sobre todo si es mal. O viceversa: los padres se quedan callados (sabemos que es mentira, pero los hombres no lloran) y las madres les acusamos de ser distantes y huidizos en la relación con los hijos. Qué más da. El caso es que el daño está hecho y la búsqueda y escarnio de culpables lo único que hace es provocar más dolor y amargura.
Segunda cosa: la culpa es de la crisis actual de la familia. Sí. Y no. Existen familias muy desarticuladas en las que no hay el problema de la adicción. Y familias muy bien constituidas –hasta donde se ve – en las que hay uno o más adictos. Culpar al divorcio de la adicción es como culpar al calentamiento global de la neumonía. Puede ser. Pero no siempre. Cada caso es distinto y la generalización suele conducir a la injusticia.
Tercera cosa: esta la escuché en la Tv, y era una acusación más. Parte de la culpa la tienen los profesores de los colegios, que no se ocupan en sus aulas del tema de la prevención. Ah, ya. O sea, aparte de planificar, enseñar, mandar deberes, corregir deberes, tomar exámenes, corregir exámenes, pasar notas, elaborar el currículo, dar consejos, trabajar en tres colegios y una universidad para redondear el sueldo y un vasto etcétera, los docentes debemos estar, como se dice vulgarmente, ‘moscas’ para aplicar prevención porque el semillero de la adicción está en el aula. Se podría aceptar una culpabilización de todo el sistema educativo, tal vez, que no ofrece el tema de la prevención como un eje transversal dentro del currículo. Eso lo acepto. Pero ponernos un INRI más a los maestros porque no prevenimos el uso de drogas ya pasa de castaño oscuro, aparte de que puede resultar inexacto, y también muy injusto.
Cuarta cosa: la televisión, la música, los medios… A veces pienso que la persona que inventó la televisión lo hizo bajo el encargo de los cazadores de brujas que nunca faltan porque de ese modo al famoso aparatito conocido como “la caja boba” se le podía por fin echar la culpa de todo. Los niños se drogan porque ven demasiada televisión. Ya está. Los niños se drogan porque una vez los Beatles compusieron y cantaron una canción llamada “Lucy in the sky with diamonds”… o sea, bastaría ver cuánta gente la ha escuchado y no se ha drogado jamás (entre ellos yo) para darse cuenta de cuán falsa es la aseveración.
En fin: esta historia continuará…

miércoles, 30 de mayo de 2012

VIVE Y DEJA VIVIR


Vivimos en un mundo de escándalos a la orden del día, y nuestros ojos se enfocan siempre hacia fuera. El útlimo escándalo en mi país se ha producido por temas de homofobia: la negación de la inscripción a una niña hija de una madre lesbiana que hace pareja con otra mujer, como hija de las dos; la aparición en la prensa de artículos y opiniones abiertamente homofóbicas; los comentarios de un sacerdote ídem en revistas y periódicos.
No va a ser este un artículo de defensa de ni de ataque a determinadas orientaciones sexuales. Sin embargo, sirve este tema para volver sobre el lema que nos ocupa: "Vive y deja vivir". Porque es frecuente que, como seres humanos, tengamos muy clara la película de lo que deben hacer las otras personas y no tengamos la menor idea de cómo tenemos que vivir cada uno y cada una de nosotras.
Sabido es, por ejemplo, que los clérigos y sacerdotes son expertos en dictaminar cómo se tiene que comportar la humanidad. De hecho, el Papa, por ejemplo, sea quien sea, siempre está opinando, entre otros temas, con fe y alegría, sobre cuál debe ser la conducta sexual de toda la humanidad, o de toda la humanidad que se dice católica, menos de él... pues se supone que él no tiene conducta sexual. Él sabe exactamente cuándo, cómo, con quién y por dónde cada individuo de la especie humana debe obtener su cuota cotidiana de placer. Pero se calla cuando estallan en sus propias narices los escándalos de sus pastores que se han dedicado, con igual fe y alegría, a violentar la inocencia de las ovejas del mismo rebaño.
Dos periodistas, por otro lado, están afectadísimos porque gays y lesbianas han ’salido del clóset’ y según ellos (los periodistas) mismo afirman, ’andan cogidos de la mano’ por todas partes. La pregunta es: ¿por qué se alteran tanto? ¿cuál es su problema con eso? Hablan de mal ejemplo para los niños y una se pregunta de  nuevo: ¿no es igual o peor mal ejemplo un padre héterosexual que aporrea a su mujer delante de sus hijos? ¿no es igual o peor mal ejemplo la misma mujer, héterosexual ella, que permite que su esposo la aporree delante de sus hijas? Yo, la verdad, ni me he percatado de que haya gente del mismo sexo caminando a granel agarrados y agarradas de la mano por las calles del mundo. No tengo tiempo para eso. Bastante tengo con mirar hacia mi interior, observar mis cualidades y defectos y tratar de mejorar lo que soy y lo que hago como para andar fijándome en quién se toma de la mano con quién y enfermar de angustia e indignación por eso. Mi orientación sexual, así como la de mis hijos, y la de todos los seres de este mundo ya está dada. Ante eso, poco es lo que pueda hacer, por más que me emberrinche.
Tenemos la creencia de que nuestra sesuda opinión expresada en una columna de periódico o una rimbombante carta al editor podrá cambiar el mundo. Estos escritos jamás hablan de quienes las escriben: critican al gobierno, acaban con la honra ajena, dicen lo que deberían hacer los que mandan, los que no mandan, los que legislan, los que... Pero solamente prefiguran una verdad: si la gente se exigiera a sí misma la décima parte de lo que exige a los demás, este planeta sería un paraíso nunca visto en la historia del Universo entero. Echar la culpa es una de las más grandes aficiones del género humano. Y decir, en la cara o a espaldas del implicado, cómo tendría que haber hecho las cosas, ¡ni se diga!
Y ni qué decir del ámbito privado. Vivimos metiendo las narices en donde no nos llaman cada dos por cuatro: pónte esta ropa, no lo hagas así sino así, esa cartera no te combina con ese conjunto, mejor contrata a este obrero que cobra más barato, te lo digo por tu bien, yo en tu lugar... Y si nos ponemos a observar el fondo de nuestras vidas, advertiremos que no nos va mejor ni peor que aquellos a quienes con tanto entusiasmo aconsejamos con la mejor intención de la Tierra.
"Vive y deja vivir". Sabias palabras que no encierran indiferencia, sino respeto: saber delimitar el espacio de nuestra influencia sobre los demás. Entender que no por ser quienes somos tenemos por qué darle a nadie instrucciones para vivir. Y comprender, finalmente, que si vivimos como pensamos que se debe vivir, nuestro ejemplo de integridad y de consecuencia se convertirá en un foco de atracción que nuestras sabias, sesudas y profundísimas palabras admonitorias jamás llegarán a ser.

Tomado del blog codependencia

martes, 29 de mayo de 2012

HABLANDO DE FAMILIAS

En los últimos días algunos artículos de prensa han puesto sobre el tapete el concepto de familia en sus acepciones de familia nuclear, familia normal y familia alternativa. Conceptos que, en décadas pasadas, habrían resultado inamovibles e imposibles de cuestionar. Se ha defendido, de una parte, el concepto de la familia tradicional, 'normal', por llamarla de algún modo. 
¿Qué es una familia? Generalmente esta pregunta se responde con la típica fotografía de familia: padre, madre e hijos en una sonrisa congelada. La familia ideal. Amor. Comprensión. Equilibrio. Seguridad. Contención. Si así fuera, todo bien. Además, en la familia se supone que existe un equilibrio entre lo masculino y lo femenino, otorgado por la presencia constante y equitativa del padre y de la madre. Eventualmente también consideramos a la familia ampliada: abuelos, tíos, primos...
Sin embargo... ¿es tan así?
En nuestro medio, por ejemplo, existen innumerables familias que por viudez, separación, divorcio o cualquier otra circunstancia no cuentan con la presencia de un padre y una madre. Casi siempre es el padre quien no está, aunque también puede darse el caso de que la madre haya fallecido o -con mucha menor frecuencia - haya optado por marcharse dejando a la prole con el padre. Por mucho que el progenitor restante se esfuerce, estas ausencias siempre causarán secuelas y consecuencias de diverso orden en los hijos.
Sin embargo, suele suceder que, aún contando con la presencia física del padre o de la madre en el hogar, existe una suerte de ausencia psicológica que no se puede ignorar, y cuyos resultados suelen ser tanto o más nefastos que los provocados por la carencia de la madre o el padre: una madre adicta, un padre golpeador, una madre distante, un padre excesivamente débil de carácter, una madre sobreprotectora, un padre alcohólico... pueden permanecer en el hogar, creando una apariencia de equilibrio en la foto de familia, sin embargo, en el fondo se sabe que no es así.
Por otro lado, los vaivenes y avatares de la vida crean formas de convivencia que pueden considerarse algo así como para-familiares y que no necesariamente se corresponden con la idea tradicional de la familia: dos hermanas ancianas que viven juntas, una tía que se ha hecho cargo de los hijos de su sobrina aparte de su propio hijo, un padrastro que ha enviudado y se ha quedado con los hijos de su difunta esposa, sin más vínculo que el afectivo... los miles de fórmulas resumidas en "los míos, los tuyos y los nuestros". 
El escándalo se produce, sin embargo, cuando una pareja del personas del mismo sexo pretende legalizar la existencia de su bebé dándole los apellidos de la pareja en cuestión. Olas por todas partes. La típica figura legal y psicológica de la tormenta en el vaso de agua. Las vestiduras rasgadas... La pregunta de cajón sería siempre: ¿cuál es el problema? Vivimos en un mundo de racismo, narcotráfico, desigualdades aberrantes, crímenes de odio y abusos sexuales que se dan como pan caliente al amparo de la misma familia nuclear estándar sin que nadie diga nada, o casi nada, y con la silenciosa anuencia de los grandes poderes de este mundo. ¿Qué decir sobre el hambre de los niños? ¿Qué opinar sobre la insultante y grosera opulencia de los miembros de la farándula y de otros poderosos de este mundo? ¿Qué mencionar sobre la protección papal ante los casos de pedofilia? 
Entonces, no me vengan con cosas. Donde hay contención, seguridad, equilibrio, comprensión y amor, más allá del sexo biológico o del género de sus miembros, habrá familia. Aunque ninguno de sus miembros tenga el mismo apellido , o aunque esté compuesta por una sola persona y su alma.