martes, 3 de noviembre de 2020

QUERIDO JORGE NÚÑEZ...

Era una inexperta articulista en El Telégrafo del gobierno anterior cuando escribí un artículo en donde pretendía dar una mirada transgeneracional del conflicto entre los hermanos Correa. Cuando lo publiqué, inmediatamente apareció en mi correo la nota afectuosa de Jorge Núñez Sánchez, sus elogios bien pensados, descriptivos, efusivos hasta un punto, pero sin caer en la zalamería. Su aguda visión, su entendimiento claro, su lectura más allá de las simples palabras se manifestaron en varios otros comentarios sobre mis artículos de novata opinadora, siempre con el mismo afecto y precisión.

No recuerdo cuándo fue nuestro primer encuentro. Es de esas amistades que se van sembrando de a poco. Compartiendo eventos, entretejiendo momentos, y sobre todo coincidiendo en la visión del mundo, la historia y la política.

Alguna vez, encontrándome urgida por una crisis económica, publiqué en redes una publicidad de corrección de textos. Y él, siempre respetando mi dignidad, pero comprendiendo mi necesidad, se apresuró a apoyarme con la tarea de corregir unos cuántos volúmenes que estaba preparando la Academia Nacional de Historia.

Recuerdo las palabras que compartimos a poco del fallecimiento de su madre. Cómo me confió, sin vergüenza ni recelo lo doloroso de aquella pérdida, más allá de su condición de hombre maduro y sensato. Y juntos abrimos el corazón sobre las pérdidas y los dolores de esas anclas en la vida que son los padres.

Cuando mi padre falleció, fue su mensaje cálido y afectuoso, evocador de lo que habían compartido al trabajar juntos en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central, uno de los que más recuerdo y que más consuelo me trajeron.

Quedó trunco un proyecto editorial en conjunto. Pero sobre todo recuerdo la afabilidad con que nos recibió en su casa hace ya algún tiempo, y su presencia en una de las presentaciones de uno de mis libros, cuando me dijo que había que ver cómo hacíamos público mi poema a Jorge Glas.

Querido Jorge, ahora que nos has dejado, pienso con tristeza en todo aquello que quizá pudimos haber compartido y no se nos dio. Pero agradezco el privilegio de tu amistad, de tu deferencia, de tu cariño y solidaridad. Son de esas luces de mi vida que no se apagarán jamás. Trataré de honrar tu ejemplo de amistad y de integridad siempre. Y siempre te llevaré en mi corazón como una de las mejores personas que tuve la fortuna de conocer.

Que haya paz en tu viaje definitivo. Y si hay recompensa por lo entregado, seguro la tendrás, repleta de luz y felicidad.

Hasta pronto Jorge. Que tu luz brille inextinguible entre quienes te queremos, te extrañaremos, y sobre todo en medio de la oscuridad de este país que siempre necesitará personas como tú.

Nos harás mucha falta en el camino

 

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