Tengo una hija adolescente, y cada cierto tiempo (cuando la economía lo permite, o sea rara vez) nos vamos de compras al centro comercial cercano a la casa. A ella le gusta la ropa de un almacén cuyo nombre no mencionaré por razones obvias. Y siempre que vamos allá, la escena se repite: nos saludan cordialmente, alguien se nos acerca a preguntar si necesitamos ayuda, y digamos sí o no, mientras vamos por las perchas observando las existencias, los precios, las ofertas (sobre todo eso) uno de los dependientes o una de las dependientas se sitúa exactamente a un metro de distancia de la niña o de mí y sigue todos nuestros movimientos con la acuciosidad de un espía formado en los avatares de la Guerra Fría. Para todo esto, me faltó decir que en la puerta del almacén hay por lo menos tres sensores de alarmas perfectamente instalados, haciendo sonar cualquier objeto que peque de sospechoso, aunque no pertenezca al almacén y haya sido correctamente pagado en la tienda donde fue adquirido.
El día de ayer fui de compras a unos grandes supermercados. Adquirí algunos accesorios para computación. Cuando pregunté si podía pagar en la caja de la sección y salir, en lugar de hacerlo en las cajas normales, el empleado me dijo que sí, claro, que no había problema. ¿No había problema? Pagué y salí... o mejor dicho, pretendí salir, pues apenas atravesado el torno de salida se me acercó un guardia de seguridad muy serio y me pidió la factura de lo que acababa de comprar. Se la dí. La observó, la leyó, me miró de pies a cabeza con obvia desconfianza (yo llevaba los accesorios en la funda típica del establecimiento, no vayan a creer...) y luego fue a la caja en donde sostuvo un breve diálogo con el empleado que me había atendido, lanzándome ambos miradas que me hacían sentir como Juana de Arco a punto de ser condenada a la hoguera. Luego el guardia, muy satisfecho de su 'deber cumplido', vino, me devolvió la factura y regresó a seguir cazando sospechosos, supongo. La pregunta es: ¿por qué me dijeron que sí podía pagar en la caja de la sección si luego me iban a hacer objeto de tal 'observación'? ¿no era más fácil decirme que pague en las cajas normales y salga por ahí para evitarme el mal momento?
Cuando estas cosas me ocurren, me pregunto si mi aspecto, el de una señora por el medio siglo, que yo creía normal, tendrá algunas de las características que Lombroso mencionaba en sus tipologías. No es frecuente, pero me parece que ni siquiera debería ocurrir nunca. Por otro lado, estoy muy consciente de que hay gente que roba en tiendas y supermercados, una de ellas es una de mis actrices favoritas. Sin embargo, me parece que se deberían inventar y emplear métodos que no violenten el bienestar psicológico y la honra de la gente honesta que acude a los almacenes y supermercados a comprar objetos que necesita y que nunca tuvo una intención diferente a la de pagar por ellos.
Pero no es la única. Como mucha gente sabe, soy escritora. Una de las empresas que edita lo que escribo (tampoco mencionaré su nombre) me hizo una invitación para ir a dar una charla en un colegio. Se me dijo, con toda amabilidad, que podía dejar mi auto en el garaje de la empresa mientras iba, en el auto de la persona que arregló el contacto, al colegio. Ingenuamente, lo hice. Ni siquiera llegué a entrar al edificio: dejé mi auto en el estacionamiento y subí al otro auto. Pasó el día. Cuando regresé después de la charla en el colegio, igual, pretendí sacar mi auto del garaje tranquilamente. Pero no pude: un guardia muy serio y 'firme' (en ocasiones firme quiere decir grosero, por si acaso) me conminó a detener el auto, abrir la puerta de la perrera, abrir la guantera, y observó arrugando la nariz el espacio que media entre los asientos delanteros y el asiento posterior, todo esto aparte de revisar mi bolso. De milagro no me esculcó el cuerpo, pienso.
Me pregunto, si ni siquiera entré al edificio, ¿qué podía haber tomado? ¿qué podría haber robado? Si estaba saliendo del lugar, la bomba que tal vez quise poner ya debía estar adentro, ¿no? Solo que no se sabe cómo porque nunca entré. Por otro lado, la editorial gana dinero (mucho más que yo) a partir de lo que yo he escrito y ellos han publicado. Entonces, lo que menos se podría pedir es un así de respeto.
Estos hechos me hacen pensar en realidad en que el mundo está lleno de cancerberos que a la gente común nos hacen sentir delincuentes aunque no lo seamos y jamás hayamos pretendido serlo. De la antigua frase "el cliente siempre tiene la razón" hemos pasado a "el cliente puede ser un gran ladrón", y así se nos trata en muchos ámbitos. Si ya han puesto sus alarmas, cosa que se puede comprender, ¿para qué tanta revisión, tanto requerimiento, tanta humillación, en últimas? Y me respondo, también, que son los recursos del dominio del mercado para defender sus intereses sin ahorrarse un miligramo de mezquindad.
Por eso, alguna vez, cuando un dependiente de tienda, que supongo que no hacía más que cumplir órdenes, subrayó ostentosamente con un marcador los dos billetes de veinte dólares que le di por pago de una chaqueta que costaba treinta, yo también le pedí el marcador para subrayar el billete de diez que me dio de vuelto. Después de todo, suele juzgar el ladrón por su propia condición...¿no es cierto?
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