Es un poco triste, pero a quienes vivimos en el Ecuador nos encanta mirar hacia fuera. En todo. Aprendemos cualquier idioma, menos el quichua. Nos encanta demostrar que por ahí, aunque sea de refilón y por mala suerte, tenemos un abuelo aunque sea colombiano. Hablamos dos minutos con un extranjero y el acento se nos pega durante quince días. Nos jactamos de no haber leído literatura ecuatoriana porque fuera de aquí nadie sabe quién es Joaquín Gallegos Lara. Nos jactamos de odiar el pasillo porque es una música tristísima.
Lo tristísimo, más que cualquier pasillo, es que pasemos por la vida sin saber lo que tenemos. Los tesoros de todo tipo que abundan en este paisito tan pequeño y tan autodespreciado que dan ganas de llorar cada vez que se piensa en eso.
Y uno de esos tesoros es un hombre indígena que, sin aspavientos ni poses, da lo que tiene en escenarios que se llenan de magia cuando los pisa.
Enrique Males lleva varias décadas ofrendando a la música su vida y su talento. No solamente canta. No solamente interpreta instrumentos, no solamente cubre la música con la poesía de su suave y maravillosa lengua. No solamente nos obsequia la magia y la profundidad de su voz. No. La música de Enrique Males sana, limpia, cura, da paz y felicidad.
No soy la única persona que asegura haber salido de sus presentaciones con el cuerpo liviano y el corazón tranquilo, como si hubiera recibido un inmerecido baño de belleza y de bondad.
A su talento como músico, a su calidad interpretativa, Enrique Males ha ido añadiendo un formato de presentación en el que las canciones se van engarzando en un ritual purificador. La misma escenografía nos conduce al mundo mágico y ancestral de nuestras raíces indígenes. Los pétalos regados con preciocismo en el borde del escenario nos hablan de que estamos en territorio sagrado, y esta impresión se confirma al escuchar su voz hecha de barro, de tierra removida. Los músicos que lo acompañan son acólitos de este ritual sanador, y la danza de su compañera, Patricia Gutiérrez, no hace sino reforzar la impresión de haber entrado en el reino de la redención del alma.
Ojalá que, antes de que sea demasiado tarde, los organismos encargados de la cultura de este país permitan que más ecuatorianos tengan contacto con la maravilla que es asistir a un espectáculo de este gran artista, cantautor, poeta, excelente músico y artífice de rituales de música que sanan el ser ecuatoriano y hacen que sintamos no solo el orgullo de haber nacido en este suelo, sino que también experimentemos el contacto con un poder superior a nuestra simple y a veces intrascendente peripecia cotidiana.
1 comentario:
El valor de un idioma no sube al bajar el valor de otro. Esos son los errores que la historia nos enseñado, y se cometieron hace 500 años. Los idiomas son medios de comunicación, y mientras más idiomas hablamos, más nos comunicamos. Lo que si es triste es no valorar los idiomas y las culturas del mismo modo - o usarlos sólo una vez al año, durante los San Juanes. Personalmente, aprender acentos en 15 días es un don, mientras eso no signifique la negación de nuestra identidad. La misma que no es estática, si no dinámica y se la vive en relaciones sociales, en el medio que vivimos. La identidad no es la cédula exclusiva de las personas que no dejan su medio. Se lo ve manifiesto en el exilio donde comunidades luchan cada día para afirmarla.
Gracias por los pensamientos, pero no tratemos de olvidar cuanto se puede aprender de otra gente - en todos los lados del mundo.
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